En los últimos años han proliferado libros y artículos que nos advierten de los efectos perniciosos de la tecnología en el cerebro y el aprendizaje. Quizá sea Nicholas Carr el autor que más repercusión ha tenido. En 2008, Carr inaugura esta saga apocalíptica con un artículo en la prestigiosa revista The Atlantic que lleva el significativo título de Is Google making us stupid? (¿Nos vuelve estúpidos Google?). En aquel breve texto, Carr se quejaba, muy en primera persona, de que Internet le estaba robando literalmente la capacidad para concentrarse y profundizar en un tema.
Carr, poco sospechoso de conservadurismo y que muy poco tiene que ver con esos tipos enfermos de nostalgia que nos repiten una y otra vez que "todo tiempo pasado siempre fue mejor", daba cuenta de cómo Internet y el conocimiento fragmentario que promueve le estaba complicando cualquier actividad intelectual. No ya leer Guerra y Paz, sino un librito de pocas páginas o el artículo largo de un periódico. Más tarde, en su libro Superficiales, Carr desarrolla esta idea para concluir que la Web está acabando con el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la memoria a largo plazo.
Ahora me llegan los resultados de una encuesta que le valen a quien la encarga -en este caso, el fabricante de antivirus Kaspersky- para volver a poner el grito en el cielo y denunciar que Internet, y más en concreto Google, nos van a dejar sin memoria y recuerdos.
Kaspersky, que afirma haber hablado con 6.000 europeos, nos viene a decir que el uso intensivo del buscador ha hecho que seamos incapaces de recordar los números de teléfono más habituales: los de nuestros hijos, el del colegio donde estudian o el de nuestra oficina. Y que, en cambio, sí recordemos los números que aprendimos en la infancia o la adolescencia analógica, como el del fijo de la casa de nuestros padres. El resultado de delegar en Internet y en el teléfono móvil la responsabilidad de recordar da lugar a la "amnesia digital". Un mal que, según nos advierten desde Kaspersky, no es exclusivo de adolescentes, sino que se extiende a todos los grupos de edad.
Yo, sin embargo, no me pondría tan dramático sobre el tema. Puede que no recordemos los números de teléfono (al fin y al cabo, hay demasiados y se pueden almacenar de forma eficiente en muchos sitios, como el teléfono, el Gmail o un Excel), pero seguimos ejercitando la memoria, y muchas veces la culpa de ello es de la denostada tecnología. Por ejemplo, para recordar la infinidad de nombres de usuario, passwords y pines que nos piden de la mañana a la noche en todos sitios y sin los cuales no podríamos encender el ordenador del trabajo, poner en marcha el móvil, acceder a la cuenta online del banco o entrar en las redes sociales, por poner unos cuantos ejemplos. En fin, que hemos cambiado los números de teléfono por decenas de claves que, si además fuéramos realmente precavidos, complicaríamos con retahílas alfanuméricas a prueba de hackers.
Probablemente sea aventurado decir que Google, Internet o los móviles nos están cambiando la estructura del cerebro. Notar esos cambios requiere periodos de observación muy largos. Además, tener a disposición cantidades ingentes de información en Internet hace que estemos cambiando el énfasis. Si antes, en el tiempo en que sólo existían los libros en papel, nos preocupábamos por memorizar el dato, ahora lo que intentamos retener es la manera de llegar a ese dato en la maraña de la web.
Y una última reflexión. Las advertencias de que la tecnología y las innovaciones nos iban a convertir en seres olvidadizos y desmemoriados son tan viejas como la historia. Ya Platón lanza una contundente, hace más de 2.000 años, en Fedro. En aquel diálogo, y por boca de Sócrates, se rechaza el invento de la escritura por considerarlo la muerte de la memoria y, en el mejor de los casos, tan sólo "una apariencia de sabiduría". Curiosamente, gracias a ese invento tan denostado y espurio, hoy tenemos la suerte de seguir leyendo a Platón.
Carr, poco sospechoso de conservadurismo y que muy poco tiene que ver con esos tipos enfermos de nostalgia que nos repiten una y otra vez que "todo tiempo pasado siempre fue mejor", daba cuenta de cómo Internet y el conocimiento fragmentario que promueve le estaba complicando cualquier actividad intelectual. No ya leer Guerra y Paz, sino un librito de pocas páginas o el artículo largo de un periódico. Más tarde, en su libro Superficiales, Carr desarrolla esta idea para concluir que la Web está acabando con el pensamiento profundo, la capacidad de abstracción o la memoria a largo plazo.
Ahora me llegan los resultados de una encuesta que le valen a quien la encarga -en este caso, el fabricante de antivirus Kaspersky- para volver a poner el grito en el cielo y denunciar que Internet, y más en concreto Google, nos van a dejar sin memoria y recuerdos.
Kaspersky, que afirma haber hablado con 6.000 europeos, nos viene a decir que el uso intensivo del buscador ha hecho que seamos incapaces de recordar los números de teléfono más habituales: los de nuestros hijos, el del colegio donde estudian o el de nuestra oficina. Y que, en cambio, sí recordemos los números que aprendimos en la infancia o la adolescencia analógica, como el del fijo de la casa de nuestros padres. El resultado de delegar en Internet y en el teléfono móvil la responsabilidad de recordar da lugar a la "amnesia digital". Un mal que, según nos advierten desde Kaspersky, no es exclusivo de adolescentes, sino que se extiende a todos los grupos de edad.
Yo, sin embargo, no me pondría tan dramático sobre el tema. Puede que no recordemos los números de teléfono (al fin y al cabo, hay demasiados y se pueden almacenar de forma eficiente en muchos sitios, como el teléfono, el Gmail o un Excel), pero seguimos ejercitando la memoria, y muchas veces la culpa de ello es de la denostada tecnología. Por ejemplo, para recordar la infinidad de nombres de usuario, passwords y pines que nos piden de la mañana a la noche en todos sitios y sin los cuales no podríamos encender el ordenador del trabajo, poner en marcha el móvil, acceder a la cuenta online del banco o entrar en las redes sociales, por poner unos cuantos ejemplos. En fin, que hemos cambiado los números de teléfono por decenas de claves que, si además fuéramos realmente precavidos, complicaríamos con retahílas alfanuméricas a prueba de hackers.
Probablemente sea aventurado decir que Google, Internet o los móviles nos están cambiando la estructura del cerebro. Notar esos cambios requiere periodos de observación muy largos. Además, tener a disposición cantidades ingentes de información en Internet hace que estemos cambiando el énfasis. Si antes, en el tiempo en que sólo existían los libros en papel, nos preocupábamos por memorizar el dato, ahora lo que intentamos retener es la manera de llegar a ese dato en la maraña de la web.
Y una última reflexión. Las advertencias de que la tecnología y las innovaciones nos iban a convertir en seres olvidadizos y desmemoriados son tan viejas como la historia. Ya Platón lanza una contundente, hace más de 2.000 años, en Fedro. En aquel diálogo, y por boca de Sócrates, se rechaza el invento de la escritura por considerarlo la muerte de la memoria y, en el mejor de los casos, tan sólo "una apariencia de sabiduría". Curiosamente, gracias a ese invento tan denostado y espurio, hoy tenemos la suerte de seguir leyendo a Platón.