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Menos mal que votamos 'no'

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¿Y si hubiéramos votado 'sí'?

Ahora que hemos completado un ciclo -parece como si hubiera pasado un siglo desde el referéndum-, me atrevo a plantear una pregunta sacrílega: ¿qué habría pasado si hubiéramos votado 'sí'? Poco habría cambiado, en realidad. El lunes los bancos estarían cerrados. La economía se estaría deshaciendo rápidamente. Los jubilados se cocerían esperando en las colas bajo el sol. El país y sus bancos todavía necesitarían un crédito de proporciones colosales para seguir vivos. Y los términos para el rescate seguirían siendo durísimos.

Pero aunque la realidad no habría cambiado, el clima político sería diferente, aunque es imposible adivinar de qué forma. Quizás Antonis Samaras no habría dimitido, al pobre Varoufakis no le habrían cesado, la cumbre no se habría celebrado, y la aprobación casi unánime del parlamento para negociar no se habría producido. Y habría sido definitivamente mucho más duro ajustarse a este brutal baño de realidad que Alexis Tsipras vivió en Bruselas y que de manera tan honesta describió en su entrevista televisiva y en su intervención ante el parlamento. Porque, aunque el choque con la realidad habría sido igual de violento, muchos habrían dicho: "¿Veis lo que pasa por votar 'sí', tristes y temerosos conciudadanos? Si hubierais votado 'no', nada de esto habría pasado, los europeos se habrían arrodillado a vuestros pies y os habrían ofrecido un acuerdo excelente, un chorro de dinero, sin condiciones ni memoranda."

Y les habríamos creído. O al menos, estaríamos consumidos por la duda.

Menos mal que ganó el 'no'. Llamadlo la sabiduría de las masas, llamadlo una ironía de la historia, o la aplicación de una ley de hierro de consecuencias insospechadas. Pero ese 'no' ayudó a escribir el final de una era de ilusión.

-La ilusión de que el Grexit era un bluff, un mecanismo perverso de propaganda. Hasta que el primer ministro se lo encontró sobre la mesa, impreso en papel oficial del Eurogrupo.

-La ilusión de que había una solución alternativa. Hasta que el primer ministro descubrió que las únicas alternativas era una quiebra catastrófica y desordenada, o la alternativa 'Schäuble': una quiebra y salida del euro ordenada, que habría hecho de Grecia un país doblemente subordinado a sus acreedores, ya que los préstamos ( y sus durísimas condiciones) seguirían siendo necesarios para sobrevivir, pero además el país habría sido expulsado de todos los clubs. Sería un país con obligaciones más duras, y sin ningún derecho.

-La ilusión, finalmente, de que la redención era posible a través de una moneda paralela y, finalmente, el dracma. Alexis Tsipras podría tener la certeza de que la vuelta al dracma significaría hundirse más aún en la pobreza extrema para los más débiles (a quienes la Izquierda debe defender), al tiempo que se multiplicaba la riqueza y el poder para aquellos con posiblidades de asegurar sus fondos en lejanos paraísos en monedas fuertes, para luego regresar luego a comprarnos a precio de ganga. El perfecto proyecto izquierdista...


El precio económico ha sido enorme, el precio político traumático, pero el resultado puede ser liberador. Como entrar de repente en la edad adulta, algo a lo que el propio Alexis Tsipras nos ha conducido, como reconocen sus peores enemigos. Porque nadie que no creyera en esta ilusión podía librarnos de ella: ya dijo Marx que nadie puede crear una ilusión colectiva si no es el primer convencido. Queda, por supuesto, la pregunta de si podrá él conducir a un país tan brutalmente despojado de sus ilusiones a la catarsis de este drama: superar la crisis. Pero eso está por ver.

Este artículo fue publicado anteriormente en la edición griega de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del griego.

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