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La asamblea de las mujeres (todos mienten)

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Hacía un calor de mil demonios, perdónenme la expresión así para empezar, pero es que en Mérida, en verano, cuando llega la noche -salvo raras excepciones-, uno tiene que caminar alejado de las paredes de las casas porque te torras como besugo en el horno y las piedras milenarias de su Teatro Romano -de bellísimo y nobilísimo mármol- no se quedan atrás en eso de conservar el calor del sol, actuando su frontis como parrilla de San Lorenzo.

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El susodicho frontis del Teatro Romano de Mérida.


Nos disponíamos a estrenar Electra y había desmayeos varios entre la caterva de cómicos. Ana Marzoa (Electra) no daba crédito a la temperatura que, a esas horas, estábamos padeciendo. Juan Echanove (un pastor), que era casi un debutante en Mérida, y un servidor de ustedes, es decir, yo (Orestes), mirábamos a una impasible Encarna Paso (Clitemnestra) que parecía comerse las olas de calor como aperitivo y tenía el aspecto impecable de quien ha descansado, está al fresco y tiene la energía en perfecto estado de disponibilidad.

"Esto lo arreglo yo en un periquete", dijo y, tras hacernos señas para entrar en su camerino -que por aquel entonces se hacían con tela, envarillados como un decorado, con un suelo de tierra que regaban un par de horas antes de la representación-, empezó a preparar lo que nos pareció la pócima de las brujas de Macbeth, por lo menos.

"Sobre un terrón de azúcar se echan un par de gotitas de Agua del Carmen y se acabaron los desmayos, síncopes y demás azotes estreniles. Venga, acercaos y un terrón cada uno". Nosotros obedecimos como corderitos, no sin antes observar que de "dos gotitas" nada de nada: chorreón y paso atrás. Nos vinimos arriba y no hace falta que les relate más. Aquello nos salvó la vida. También es cierto que el Agua del Carmen, al menos por aquellos años, tenía más de 65 grados de alcohol...

Decenios más tarde, ahora, Juan Echanove me dirige en La asamblea de las mujeres, que esperamos parir el 29 de julio, y no puedo sentirme más recompensado por la vida, ni mejor. Bueno, sí, el día 29 mejor aún que hoy. Ha sido este juego de cómicos, iconoclasta y generoso, el que nos ha traído, en un terrón de azúcar empapado en Agua del Carmen, hasta esta edición del Festival de Mérida.

El cachondeo de esta paradoja transtemporal es que la metáfora de la ruina europea que han construido Bernardo Sánchez Salas y Juan Echanove es tan desesperadamente tangible que sólo los cómicos pueden contarla, dice Juan. No los personajes: los cómicos, que son los que pueden jugarse el pescuezo para acabar con todo y preservarlo todo al tiempo -que no siempre las autoridades se han enterado de qué va la cosa- porque nada tienen, a nada aspiran y sólo les mueve que una candileja, una vela o un foco, en el mejor de los casos, les ilumine para dar sentido a su existencia, atrapada en un bucle del espacio tiempo, encarnando hoy esto, mañana aquello. Esta es la compañía que representará la comedia.

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Photocall de móvil, de Juan Echanove, con mis compañeros: Lolita, Pastora Vega, María Galiana, Concha Delgado, Sergio Pazos, Luis Fernando Alvés, Santi Crespo y Bart Santana.


Cuando Aristófanes escribió esta obra, hace un par de milenios largos, quizás no pretendía otra cosa que hacer un chascarrillo machista (machista, sí) sobre la revolución de los trapos de fregar, plagado de los exabruptos que tanto le divertían y tan sanos son, por otra parte, habituales en su obra. Un divertimento anecdótico y fugaz sin mayor trascendencia para la vida de Atenas que los comentarios sobre la obra entre espectadores, en los corrillos, alrededor de un pellejo de vino y las cuchilladas, metafóricas o no, entre los colegas de oficio, que esto de la profesión de autor ha sido siempre sobrevalorado y no está exento de la vulgaridad de la violencia tabernaria, o tabernáculo, que todo cabe.

Dicho con todo -ningún- respeto: si no nos miramos desde hoy -que es como ayer, se lo aseguro, porque la especie humana como tal no ha aprendido una sola cosa a lo largo de su historia- en esta asamblea de las mentiras, de la corrupción y la ambición por el poder, tanto en el ámbito público como en el privado, en esa intimidad del hogar en la que Blépiro y Praxágora intercambian maneras, dirimen sus resentimientos y mezquindades, donde se agazapa la violencia y -a pesar del tiempo y de todo- sus deseos amorosos, la cosa no tiene mucho sentido.

Ver las historias como juegos del pasado: "son otras gentes, no somos nosotros"... La crisis griega es la crisis de Europa, de su identidad desaparecida, travestida, como en esta comedia-tragedia en la que nadie va vestido de lo que es ni es lo que dice ser, en la que, de una u otra forma, todos mienten. Desternillante es, eso sí, eso creo, eso respiro, eso veo.

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Un lance con Lolita. Foto: Juan Echanove.


Hay amor en la patada de clown que es este montaje de La asamblea de las mujeres. No se ama la vida si no miramos nuestra cara más perversa, patética y ridícula. No nos engañemos: todos hemos hecho esto. Los cargos políticos no nacen de madre distinta al resto de los humanos. Somos nosotros mismos, ejerciendo un cargo.

Pasan cargos como halcones, halcones como jilgueros, jilgueros como vientos, como guerras, como ruinas... Ruinas, volveremos a vernos, que la escena es una y sola y vuelve cada día.

Tómense un terrón de azúcar empapado en Agua del Carmen y vayan a vernos al Teatro Romano de Mérida. No se arrepentirán.
¡Abrazo general!

La asamblea de las mujeres se representa en el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida del 29 de julio al 2 de agosto y del 5 al 9 de agosto de 2015.

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