Los Alpes constituyen una grandiosa cordillera que se extiende por cuatro países en el corazón de Europa: Francia, Suiza, Italia y Austria. A finales del siglo XVIII, esta cadena montañosa dio nombre a la práctica deportiva de escalar montañas, el alpinismo. Fue en 1786, cuando un aristócrata francés, Horace Benédict de Saussure, alcanzó por primera vez la cumbre del Mont Blanc (4.810m) y dio origen al término.
En el mundo del ciclismo, los Alpes están asociados desde hace más de un siglo a mitos y leyendas, desde que por primera vez el Tour de Francia ascendiese el col du Galibier, en 1911. También el Giro de Italia exploró sus estribaciones en 1933, creando el Gran Premio de la Montaña, ganado aquel año por Alfredo Binda.
Desde entonces, buena parte de los actuales santuarios ciclistas llevan nombres como Alpe d'Huez, Croix de Fer, Sestriere, Dolomitas, Zoncolan, Gavia... cumbres donde escribieron sus nombres héroes recordados para siempre como Coppi, Bartali, Bahamontes, Ocaña, Merckx, Chiapucci, Pantani...
Nombres que resonarán por tiempo indefinido en la memoria de los aficionados, trasmitidos de forma oral de generación en generación, como se trasmiten las leyendas, igual que resonarán los nombres de los pioneros y héroes de la montaña como George Mallory, Andrew Irvine, Edmun Hillary, Walter Bonatti, Reinhold Messner...
Los Alpes son la última frontera de este Tour de Francia, la que separa el territorio del dolor en las escarpadas cumbres al de la gloria en los Campos Elíseos. Más que nunca, en esta edición se cumplirá la sentencia que da como vencedor en París a quien sale de amarillo en Alpe d'Huez.
Los Alpes serán este año el elevado escenario donde se practicará la batalla final, una prolongada secuencia bélica de cuatro días donde aguardan los jueces de la carretera, 18 puertos de montaña, algunos con cimas superiores a los 2.000m, y tres llegadas en alto.
En el ciclismo, una vez iniciada la carrera, hay poco margen para la especulación, y la realidad se impone con inclemente lucidez cuando la carretera muestra su lado menos amable en su transitar por las orografías quebradas.
Antes del Tour, los campeones, los líderes, los favoritos, podían soñar con su protagonismo en carrera, con su capacidad para dominar al resto de rivales, con vestir el maillot amarillo y ejercer una autoridad incontestable; podían soñar con victorias de etapa, con el maillot de la montaña, con el podio, con el reconocimiento en París.
Pero bastaron unos pocos kilómetros de un último puerto, el primero en inaugurar la montaña de esta edición, para que la mayoría de sueños se desvanecieran y asistiéramos a un espectáculo tan inesperado como indeseado para muchos.
En la primera etapa pirenaica se vio la mejor versión de Froome, la del ganador del Tour'13. El desgarbado corredor británico, el mismo que dejaba de rueda a su líder Wiggins en el 2012, golpeaba sus pedales a un ritmo frenético camino de la victoria, y daba un duro golpe a todos los favoritos, sin excepción.
Despertaban del sueño los corredores franceses, Peraud, Pinot y Bardet, grandes protagonistas el año pasado y hundidos ahora en la general. Tornaba el sueño en pesadilla para Vincenzo Nibali, campeón de la pasada edición, ahogado por el calor y por la presión de enfrentarse, esta vez sí, a sus máximos rivales. Incluso Alberto Contador se veía relegado a un papel secundario, de mero aspirante, viendo como su desafío histórico se alejaba a cada metro.
A duras penas resistía Quintana, el más fuerte de los favoritos, custodiado por un enorme Valverde, quizás el más fuerte en este Tour después de Froome, agresivo en cada etapa de montaña y que ve cómo su sueño de subirse al podio puede hacerse realidad en las postrimerías de su carrera.
Ahora, pasados los Pirineos y las aproximaciones a la gran cordillera, es el momento de volver a soñar en una jornada de descanso preludio de la batalla final. Sigue soñando Quintana con vestirse de amarillo en París y ansía la llegada de las etapas alpinas para que le conviertan en el primer colombiano en ganar el Tour; sueña Contador con "hacer cosas bonitas" en los Alpes y lograr su doblete; sueña Van Garderen con ser el tercero en el podio, contra el pronóstico generalizado que le situaba por detrás de los cuatro magníficos.
En las cuatro etapas alpinas que restan se deberán subir un gran número de puertos: cinco en la 17ª etapa, con final en el alto de Pra Loup; siete se subirán en la etapa del jueves, antes del descenso hacia la meta en Saint Jean de Maurienne, entre ellos el col du Glandon, a 1.924m de altitud y con 21 km de distancia.
Cuatro al día siguiente, incluida la Croix de Fer, que con sus 22 km de recorrido llega a los a 2.076m de altura antes de finalizar en la ascensión de La Toussuire, de 18 km; finalmente, la penúltima etapa se ha diseñado con un carácter explosivo, tan solo 110 km y dos puertos, pero dos colosos, de nuevo la Croix de Fer y el final en las 21 famosas curvas del Alpe d'Huez, etapa ideal para un último ataque desde lejos.
Quedan por delante nuevos escenarios para la contienda en viejos lugares cargados de historia donde se esperan los ataques de quienes quieren seguir soñando con ganar este Tour porque es ahí, en el terreno de los sueños, donde quizás sólo puedan ver a un Froome derrotado.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor.