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Blog de un novio en apuros: el simulador de mesas, las cajitas del diablo y el drama del baile nupcial

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boda

Dando ánimos, la gente no tiene precio. Desde que hace casi dos años anuncié que tenía la intención de casarme, familiares, amigos, conocidos y hasta casi desconocidos no paran de advertirme de los peligros a los que me expongo. "Y encima voluntariamente", me subrayan algunos. Que si disfrute de las últimas semanas de vida de verdad que voy a tener, que si me encamino hacia el principio del fin, que si no sé dónde me estoy metiendo...

Ante la avalancha de tantas palabras de ánimo, sólo tengo dos respuestas posibles. "¡Por dios! Que me voy a casar, no me voy a la guerra", es una de ellas. De poco me sirve decir eso, porque el hachazo a continuación es peor: "¡Uy! ¡Ya quisieras tú que esto fuese tan fácil como la guerra!". En otros casos, me limito a replicar que ya llevamos más de un lustro viviendo juntos y que nada va a cambiar. "Una que conocía yo también llevaba diez años viviendo con el chico y a los tres meses de casarse se separaron", me contestaron una vez.

Así que, a menos de un mes para la boda, ya me he dado por vencido. He aceptado que la vida es así. Y tampoco tengo mucho tiempo para pensar en ello porque, mientras la gente intenta minarme el ánimo, tanto mi novia como yo tenemos que capear las mil y una tareas que suponen los preparativos. Nunca jamás en la vida pensé que casarse diera tantos quehaceres (y eso que mi novia carga con la mayoría): comprar los detalles para los invitados, quedar con el fotógrafo, con el hombre que pone la música, probar el menú, preparar una sorpresa por aquí y otra por allá...

La tarea es ardua porque el más pequeño detalle se puede convertir en un desafío. Baste como ejemplo algo tan sencillo como intentar montar a mano las cajas de cartón que contendrán los regalos de los invitados. Algo en teoría tan fácil como doblar un pedazo de cartón y pegarlo para que no se abra nos está matando. Una catástrofe, porque el pegamento que viene de serie no pega y lo hemos intentado con todo tipo de inventos, pero nada. La caja se queda cerrada un rato que varía entre los cinco y los treinta minutos y luego todos los paquetes se van abriendo con un sonoro ¡chuf!. Y así uno a uno. Ante la desesperación, le hemos encargado la labor a mi suegra, una mujer de paciencia infinita. Seguro que esas cajas del diablo acaban con ella (con su paciencia, quiero decir, que luego todo se saca de contexto).

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caja

abierta
Estas cajas las carga el diablo.


Pero hay dos cosas de los preparativos que me están volviendo especialmente loco. Más de lo que estoy normalmente, quiero decir. Y una por encima de todas: la distribución de los invitados en las mesas. Un paso en falso en ese proceso puede llevar a sentar a alguien con gente que no conoce o, peor aún, con alguien a quien no traga... y le amargas el día. Y ese invitado, a su vez, puede destrozarte la boda si le da por discutir con sus vecinos de la misma mesa, pelearse, y acabar la celebración saliendo en los periódicos. Esto es un sinvivir. Al lado de esto, el matrimonio ha de ser una balsa de aceite, por fuerza.

Para organizar las mesas, cada uno tiene sus trucos. Una amiga nos dijo una vez que lo mejor era poner un post-it por invitado e ir moviéndolos en función de si uno cancela, de si otro confirma, de si uno nos amenaza con no asistir al casamiento si no le sentamos donde quiere... Nosotros tenemos otro truco, gracias a una web de la que hasta hace unos meses desconocía su existencia: bodas.net.

Ahí, en ese universo paralelo, está todo. Lo que no esté ahí no existe, y yo no sé cómo he podido vivir hasta ahora sin conocerla. Hay desde un foro lleno de novias al borde de un ataque de pánico hasta un simulador de mesas, pasando por los 'premios Bodas.net', que se otorgan a los restaurantes, fotógrafos, DJs... con mejor puntuación. Un galardón de este tipo cotiza más en el mundo de las bodas que los Oscar en el cine. Palabra.

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mesas

Y luego está el asunto, ya casi superado, de comprar los trajes de gala para ese día. Lo mío fue sencillo: ir a una tienda, comprar uno y ventilado. Pero lo de mi pareja no es tan sencillo. A la complejidad natural del proceso se sumó que uno de esos cientos de días que ella tenía que ir a probarse el vestido, sus amigas le habían preparado una despedida de soltera sorpresa. Así que tuve que llamar a la modista, pedirle que, sin que nadie se enterase, cambiase el día de la cita, concertar otra... y todo esto sin que mi novia sospechase nada y sin que yo viese el vestido en ningún momento, porque eso sería el acabose. Hay cosas en esta vida que, además de surrealistas, rozan lo imposible.

Al margen de todo lo anterior, lo otro que me preocupa (y mucho) es el baile nupcial del que, a mi pesar, seré protagonista. Mi novia y yo somos completamente arrítmicos, así que ese momento para nosotros es una auténtica catástrofe. Menos mal que YouTube existe, así que hemos buscado el vídeo de unos novios que bailaron la misma canción y les estamos copiando los movimientos casi al milímetro.

¿Cutre? Puede que sí. Pero cualquier cosa sirve para salvar el pellejo ese día. Eso suponiendo que no desfallezcamos antes, que con tanto preparativo nunca se sabe. Ya parece que fue hace siglos cuando empezamos a mover todo el papeleo, un asunto que también tiene tela. Lo primero que hicimos fue hacer la separación de bienes, que mucha gente me decía: "Pues bien empiezas, si ya lo dejas todo planificado para cuando te separes". ¡Pues como para no hacerlo! ¡Si no paráis de avisarme de que casarme es un error!

Pero, al fin y al cabo, 'el día B', como se conoce en la jerga del sector, se aproxima, los problemas van quedando atrás y aumentan las esperanzas de que todo salga bien. Y, si no, siempre me quedará el consuelo de haberme convertido en un experto en bodas. Que para el currículum nunca viene mal.

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