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El futuro de la izquierda (III): lo que podemos aprender del 15M

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Foto: Ondasderuido (CC)



El 15 de mayo de 2011 cientos de miles de personas en toda España se echaron a las calles para pedir cambios profundos a nivel político y económico sin que ningún partido, sindicato u organización política tradicional los convocase. Algunos dijeron entonces que esa incipiente ola de indignación solo era una pataleta naïve, un engendro ciudadanista carente de conciencia de clase o, directamente, una invención de unos pocos para poner freno a la verdadera revolución. Hoy otros tantos creen que de este movimiento ya no queda nada, que ha desaparecido víctima de su propia incapacidad para organizarse y de su falta de coherencia interna. Ni unos ni otros se dan cuenta de que, a pesar de que no existe una organización 15-M, entonces cambió algo fundamental en la conciencia de los españoles y de que ese cambio ha llegado para quedarse e influir de forma decisiva en todas las esferas de la realidad, incluyendo, claro está, la política.

Es evidente que al hablar del 15-M no se puede caer en posturas adanistas y sostener que antes de ese estallido no había nada: una minoría luchadora situada en la izquierda tenía y tiene muy claros los problemas del actual sistema y lleva actuando en consecuencia desde siempre, denunciándolos y protestando contra ellos. Pero lo cierto es que esta minoría no ha conseguido llegar al grueso de la sociedad. Por eso es importante prestar atención a un estallido social que en sus mejores momentos logró captar el apoyo y la simpatía del 80% de la población.

Por desgracia, los ataques infundados que ha sufrido el espíritu 15-M por parte de ciertos círculos de la izquierda verdadera dan cuenta del problema que muchos de estos grupos experimentan para acercarse al grueso de la sociedad: lejos de querer realizar una aproximación constructiva y comprender estas nuevas formas organizativas y discursivas, se las ataca echando mano de paralelismos falaces con movimientos de corte autoritario y violento opuestos a la democracia. Pero en realidad, lo que ha hecho un movimiento de base como el 15-M, lejos de apostar por el autoritarismo y la despolitización, es funcionar como vanguardia social de cambio frente a otras organizaciones políticas de izquierdas esclerotizadas por el paso del tiempo. Son estallidos sociales como el 15-M los que son capaces de recoger los valores de la izquierda y, con su frescura, ayudar a que los ciudadanos confíen de nuevo en que un cambio es posible.

Por eso los partidos políticos encuadrados en esta parte del espectro ideológico deberían tomar nota de las cuestiones que la actual ciudadanía demanda y que la llevaron a salir a la calle en las convocatorias de 2011: solo entonces tendrán la esperanza de poder dar forma a una auténtica masa crítica social que pueda impulsar un cambio político. ¿Cuáles son las claves de la popularidad del 15-M que los partidos de la izquierda política deberían adoptar desde ya? Un nuevo lenguaje, una apuesta por la apertura y la participación y la recuperación y puesta al día de los valores y principios más esenciales de la izquierda.

Un lenguaje que llegue a la calle

A pesar de que muchos de los activistas más tradicionales pensaban que un estallido social era cuestión de tiempo, lo cierto es que hizo falta algo más para ilusionar y motivar al grueso de la sociedad. ¿Cómo se consiguió? Estoy convencido de que una de las claves pasó por tratar de unir a todos y exponer unas ideas claras y directas a través de un lenguaje renovado e inclusivo, sin símbolos ni retóricas excluyentes. Por eso pedimos a los ciudadanos que acudiesen como tales a las convocatorias de Democracia Real Ya. Se trataba de evitar caer en divisiones a través de etiquetas preestablecidas que pusiesen el acento en reafirmar la pertenencia a una determinada tribu en vez de resaltar lo que nos une. Las ideas y propuestas eran lo importante, no los símbolos.

Las distintas corrientes y organizaciones habitualmente encuadradas en la izquierda han desarrollado desde hace decenios un discurso propio, con unos símbolos con los que se sienten identificadas de forma muy fuerte todas aquellas personas que están dentro de estas organizaciones y movimientos. Estos símbolos y este lenguaje común ejercen como lazo de unión en estos colectivos y son un elemento de autoidentificación. Pero, ¿han sido capaces, tan solo en lo más mínimo, de afectar a la preeminencia de la hegemonía cultural capitalista? En absoluto. Los discursos tradicionales de la izquierda solo han logrado convencer a los ya convencidos, y aún hoy en día, frente a una devastadora crisis que está acabando con nuestro magro Estado de Bienestar, la izquierda política es incapaz de superar sus apoyos tradicionales. Insistir en el imaginario colectivo de la izquierda, con sus -ismos, consignas, banderas, símbolos y proclamas, puede ser muy romántico, pero no supone ni la más mínima amenaza a esa hegemonía cultural predominante, ya que no permite salir de una determinada red en la que, más que fomentarse procesos de cambio, solo se retroalimenta la propia identidad ideológica.

Lo cierto es que un porcentaje muy amplio de la sociedad quiere escuchar mensajes en términos más cercanos y actuales, con un lenguaje que les haga sentirse familiares con el emisor y no extraños ajenos a esa familia de la izquierda. Una mente tan lúcida como Julio Anguita, siempre incisivo y sin pelos en la lengua, se ha dado cuenta de esta realidad afirmando recientemente que "hay que utilizar un lenguaje que no sea el que utilizamos los de izquierdas cuando nos reunimos".

Este cambio en la forma de exponer las ideas no significa caer en el neolenguaje típico de los actuales partidos mayoritarios, capaz de ocultar con eufemismos la más descarnada realidad. Las propuestas de cambio que se encontraban detrás de esta nueva forma de dirigirse la ciudadanía son realmente ambiciosas, radicales en cuanto a su voluntad de transformación social en pro de la igualdad, justicia y la democracia, y por tanto, muy vinculadas al ADN de la izquierda. Pero al exponerlas de forma distinta y renovada es posible evitar caer en encasillamientos, permitiéndose que todos los ciudadanos con ideas divergentes y críticas razonadas puedan sentirse incluidos y aceptados en el debate público que se pretende generar. Evitar caer en los sectarismos de aquellos que se creen en posesión de la verdad permite que la gente normal y corriente sienta que también puede ayudar a cambiar las cosas.

Y es que la estricta división a la que se asocia parte de la izquierda en nuestro país ha sido muy perjudicial a la hora de favorecer la defensa de los auténticos valores que estas corrientes políticas persiguen. Lejos de constituirse como un concepto dinámico y abierto, ser de izquierdas o de derechas supone una etiqueta definitiva e irrenunciable que incluye un completo pack que define todos los aspectos de la vida de un individuo. Como expresa Muñoz Molina en su última obra, basta con saber qué periódico lee una persona en nuestro país para saber lo que va a opinar sobre todos los aspectos de la actualidad e incluso para conocer su estética o creencias más íntimas. España no es un lugar que apueste por el diálogo abierto y franco, por la contraposición de ideas, por el debate colectivo: vivimos en un país de trincheras ideológicas irreconciliables que por otra parte están contribuyendo a perder el propio sentido de la ideología a la que con tanto ahínco dicen defender. Las personas capaces de matizar, defender posiciones intermedias o simplemente estar abiertos al debate sin prejuicios con el contrario son habitualmente vilipendiadas y rechazadas por todos: aquel que no es fácilmente identificable con todos los atributos de un bando acaba recibiendo críticas desde todos los lados. No hay espacio para el disenso, para el diálogo, para la comprensión del contrario. Prima la militancia acrítica.

Para motivar a la ciudadanía y sacarla de esta superficial rivalidad ideológica más propia de hinchas de equipos de fútbol, era necesario apelar a la gente de otro modo. Era preciso utilizar un lenguaje en el que todos se pudiesen sentir incluidos a priori, para así fomentar el debate abierto y, en definitiva, el auge del interés por la política y del pensamiento crítico que se está produciendo actualmente en nuestro país.

La puesta al día de viejos valores

No solo la forma de contar lo que defendemos está cambiando en los últimos tiempos: los propios valores y objetivos que conforman el ADN de la izquierda están siendo actualizados y adaptados a los tiempos actuales. En el seno del 15-M se produjo una creciente integración de todos los aspectos y caras de las luchas de los movimientos sociales, que van a sobrepasar las reivindicaciones más sectorializadas realizadas desde la izquierda política tradicional. Así, el 15-M ahondó en el desarrollo de redes flexibles basadas en la informalidad, la participación directa y el trabajo en red, favoreciendo el contacto entre luchas y la defensa de un amplio espectro reivindicativo, que se extiende desde las cuestiones económicas hasta la lucha contra la defensa de la igualdad de género. Todas estas cuestiones se van articulando en discursos que tienen en cuenta todas las vertientes de la lucha social, ayudando a crear una mayor conciencia de la interconexión que existe entre las injusticias y desigualdades de diversos ámbitos y la necesidad de plantear y abordar soluciones conjuntas.

La lucha por la igualdad, en el contexto del 15-M, se adaptó así para denunciar todas las desigualdades existentes desde una óptica más transversal: más redistribución de la riqueza, igualdad efectiva ante la ley, que paguen la crisis los que tienen que pagar, lucha contra la precariedad laboral, eliminación de los privilegios de los pocos, oposición a una globalización desbocada, defensa de los derechos de las mujeres, las minorías y los inmigrantes, lucha contra una austeridad injusta... En el 15-M se trató de impulsar al máximo esta defensa de la igualdad en todas sus vertientes, en estrecha vinculación con la defensa de la libertad como no dominación, y las aunó en una nueva batería de reivindicaciones que se intersectan.

Son muchos los que han querido acusar a este movimiento social de poner el acento en las cuestiones más propias de la representación política mientras descuida o relega todas aquellas referentes a las injusticias económicas subyacentes. Obviando el hecho de que el sistema político tiene una clara incidencia sobre la realidad económica, hay que recordar, una vez más, que en el entorno del 15-M se otorgó una importancia fundamental a estas cuestiones. Ya en la propia convocatoria de la manifestación del 15 de mayo de 2011 por Democracia Real Ya fueron claves las demandas de carácter económico contenidas en su documento de propuestas, entre las que destacaban el reparto del trabajo, la defensa de la seguridad en el empleo, la lucha contra el fraude y los paraísos fiscales, la reforma fiscal, la reforma del régimen de alquiler de viviendas públicas, control de la banca especulativa, etc. Sin estas propuestas el 15-M no hubiese tenido el predicamento que tuvo. Y no podemos olvidar que importantes puntos del debate actual, como el rechazo a la deuda ilegítima o la salida del Euro, no hubiesen podido ser defendidos de forma tan abierta y masiva sin las campañas de comunicación efectuadas desde las bases activistas del 15-M.

¿Y cómo se aseguró la amplia aceptación de estas ideas y su inclusión en el debate público? Simplemente no se tomaron las diversas propuestas y reivindicaciones del 15-M como producto de una fe inquebrantable en un determinado axioma, sino como medidas realistas producto del sentido común y de un debate colectivo y abierto.

Gracias a todo esto, se comenzó a hablar de una mayoría de ciudadanos unida en la defensa de propuestas razonables y justas frente a una minoría oligárquica que acumula cada vez más prebendas y privilegios inaceptables. Esta actualización de la lucha de los más desfavorecidos contra el cártel político-financiero que hoy en día ostenta el poder mundial ha dado forma a un nuevo concepto de lucha social que, surgiendo en España, incluso ha tenido una importancia clave para revitalizar y ampliar la influencia de los movimientos sociales progresistas en los EEUU gracias a lemas como Somos el 99%.

Además, el éxito de la PAH a la hora de defender el derecho a la vivienda frente a los desahucios realizados por bancos de familias con situaciones de exclusión social y pobreza muy graves no podría haber sido posible sin el despertar ciudadano al que hemos asistido en los últimos tiempos. El 15-M ha sabido salir de las disquisiciones teóricas para bajar a los barrios a luchar casa por casa por los derechos de sus convecinos. Esta cercanía y esta apuesta por la defensa de la dignidad de los más débiles, núcleo fundamental de un pensamiento de izquierdas, es la que nunca debería dejar de lado un partido político realmente dispuesto a conquistar la confianza de la ciudadanía.

Pero desde el 15-M no solo se han pedido medidas puntuales y fomentado acciones directas: gracias en parte al profundo y transversal debate abierto en cuestiones económicas hoy por fin se están discutiendo de forma más masiva otras muchas teorías que pueden llegar a ser el germen de una nueva izquierda adaptada a los tiempos actuales que supere la triste dicotomía entre una socialdemocracia incapaz de ver alternativas al capitalismo depredador del libre mercado y una izquierda verdadera que sigue soñando con revoluciones proletarias y colectivizaciones forzosas dirigidas por el Estado. Decrecimiento y desglobalización son ya términos conocidos por muchos, y la economía del bien común -la defensa de una economía de mercado cooperativa-, teorizada por el austríaco Christian Felber, destaca como un nuevo paradigma de cambio económico y social que ya cuenta con miles de seguidores en España y en toda Europa. En el próximo artículo de este blog veremos con detalle los componentes de un programa de cambio económico que desde ya podrían plantear los partidos que se encuadren en una izquierda moderna.

Por otra parte, la defensa de la libertad de acceso y distribución de la información y la cultura también fue clave para el éxito del 15-M. Éste se encuentra estrechamente vinculado a los movimientos que comenzaron defendiendo la cultura libre y el rechazo a la imposición de censura y de controles a la libre difusión del conocimiento en Internet. No en balde las movilizaciones contra la restrictiva Ley Sinde que tuvieron lugar en 2010 y 2011 son consideradas uno de los principales catalizadores del 15-M. Las ideas clave están claras: la cultura, el conocimiento científico y la información forman parte del procomún, ese acervo que es de todos y no es de nadie. Son un patrimonio inmaterial que nos beneficia a todos como sociedad cuando fluye libremente y que por ello debe verse libre de ataduras propias de modelos caducos únicamente pendientes de maximizar la rentabilidad económica de la creatividad y del conocimiento hasta el punto de perjudicar la innovación y nuestro avance conjunto como sociedad. Sin asimilar la defensa de esta concepción de la cultura y la libre transmisión del conocimiento, la izquierda política no podrá jamás adaptarse a los tiempos actuales.

Apostar por la participación y la apertura

Sin duda donde el 15-M ha sabido ser más ambicioso es a la hora de reivindicar una democracia más avanzada y una mayor extensión de los derechos políticos de los ciudadanos. Las manifestaciones del 2011 comenzaron con una exigencia clara de reformas claves y urgentes en nuestra democracia representativa: una ley electoral justa y más proporcional, una ley de partidos que garantice su funcionamiento democrático, una ley de transparencia que ayude a controlar y fiscalizar la actividad de todas las instituciones del Estado...

Pero las reivindicaciones no solo se quedaron ahí. Desde el movimiento 15-M se comenzó a hablar de una nueva manera de hacer política, alejada del modelo oligárquico cerrado al que nos tenían acostumbrados. Los ciudadanos ya no creemos que la participación política deba limitarse a votar en unas elecciones cada cuatro años: comenzamos a demandar una participación permanente en el control de las decisiones que afectan a nuestra vida, a través de mecanismos de democracia participativa y directa. Mecanismos que no solo son los tradicionales (referendos, procesos revocatorios, foros deliberativos...), sino que incorporan las nuevas tecnologías como un nuevo espacio e instrumento que permitirá facilitar la participación ciudadana hasta cotas nunca antes vistas: sin duda Internet hace posible lo que antes parecía una utopía, permitiendo que la intermediación en la actividad política a través de nuestros representantes sea opcional, no forzosa.

Pero no solo de participación va el juego: el control y la transparencia se están configurando como valores básicos de la democracia. Hoy en día, los ciudadanos empezamos a exigirla inflexiblemente a todos los órganos e instituciones del Estado.

Es indudable: la apuesta por la transparencia y por la participación abierta y directa de los ciudadanos en todos los niveles supera ampliamente las posturas defendidas por la socialdemocracia, inflexible en su defensa de las democracias liberales representativas como modelo más último y perfecto, pero también a la izquierda tradicional del ámbito marxista, tradicionalmente más paternalista y refractaria a la hora de asumir una apertura real con respecto a los ciudadanos. Esta resistencia la podemos apreciar hoy en día en partidos como Izquierda Unida: si bien nuevas promesas como Alberto Garzón o corrientes internas como Izquierda Abierta están intentando apostar por un partido más democrático y abierto a la participación ciudadana, parece que las corrientes más tradicionales presentes en el seno del partido hasta ahora lo han impedido.

Por suerte, hay nuevas alternativas políticas que están trabajando por la confluencia desde la firme creencia en la apertura total a los ciudadanos: desde Equo, Ahora Tú Decides o el Partido X, pasando por la perspectiva más a la izquierda de Podemos, todas las nuevas opciones del panorama tienen claro que sin procesos internos auténticamente participativos no serán capaces de conectar con una gran parte del electorado. Esta evolución en la oferta partidista para adaptarse a las nuevas exigencias de una ciudadanía más crítica e informada es sin duda uno de los legados más positivos del 15-M.

En definitiva, cuando la izquierda política ya no sabe ir a la par de los sectores más progresistas de la sociedad, otros ocuparán su lugar defendiendo la pertinencia de los cambios que nuestra sociedad necesita. Pero no solo el trabajo desde la base y a pie de calle que ha desarrollado el 15-M es suficiente. Es preciso trabajar por el cambio dentro y fuera de las instituciones. Por eso, para evitar el creciente desprestigio de los partidos y la política formal en nuestro país es urgente que nuevas opciones trabajen desde ya en utilizar un lenguaje ambicioso pero que fomente la unidad y la inclusividad, en renovar sus programas con propuestas ambiciosas pero realistas y adaptadas a los tiempos actuales que beban del ADN de la izquierda y, por supuesto, en abrirse a la ciudadanía para que esta sea la protagonista en el seno de los partidos a partir de la elaboración y discusión colectiva de los programas electorales y a lo largo de procesos de primarias abiertas. Estas son cuestiones que desde el 15-M se han venido apuntando, pero que hoy en día deben estructurarse e impulsarse por parte de los nuevos partidos de izquierda. En el próximo artículo veremos concretamente cuál puede ser el contenido y estrategia de estos partidos para volver a conectar con sus electores.

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