La destrucción de puestos de trabajo causada por la crisis ha sido masiva, de modo que no hay que explicar que no haya habido en estos años otra prioridad política y social que el relanzamiento del empleo. A estas alturas del drama, y visto el contexto y pretexto de la depresión europea, una pregunta recurrente sigue en la palestra: ¿Pueden los gobiernos nacionales hacer todavía algo para generar empleo?
Por más que pretenda lo contrario el discurso antipolítico, los gobiernos nacionales ni han perdido totalmente su margen de maniobra, ni los Estados miembros se han disuelto en la UE: los Estados y gobiernos siguen desempeñando un papel, y no es un papel irrelevante. Dicho esto, no hay verdadero remedio para los males que padecemos en España si no actuamos decididamente en el escalón europeo. Y es impostergable que lo hagamos.
En Europa hay 27 millones de parados. Casi 6 millones de ellos en España. Para empezar, ese dato es en sí mismo lo bastante elocuente y lacerante para no tener que discutir lo obvio. Resulta imprescindible cambiar la disparatada estrategia de recortes y ajustes y reorientarla al objetivo de la recuperación económica.
No puede haber otro eje que la innovación y la capacitación de los trabajadores para un crecimiento inteligente y sostenible. La reapertura del acceso al mundo del trabajo requiere una combinación de políticas activas, formación y aprendizaje. Junto a ellas, urge el restablecimiento de las medidas contra la segregación y la discriminación en el mercado de trabajo, cuyo abandono ha causado un retroceso abrupto de la tasa de ocupación femenina y un recrudecimiento de las desigualdades salariales que afecten a todos los tramos de la estratificación social.
Cierto es también que la innovación pasa también por la simplificación de la acción emprendedora y empresarial orientada a la generación de empleo, sí, ¡pero también por un cambio drástico en la política bancaria y financiera que garantice de una vez que el crédito fluye a las empresas!
Y en eso estamos. Este debate, de gran importancia, recorre este último tramo de legislatura europea 2009-2014. El nuevo paquete de regulación bancaria encuentra, una vez más, obstáculos en la intransigencia alemana frente al objetivo imperioso de acelerar y potenciar un nuevo mecanismo de resolución que incluya un fondo común: además de reducir su ambición originaria, el ministro de Hacienda alemán, Wolfang Schäuble, se ha propuesto retrasar su entrada en vigor hasta dentro de ¡10 años! Una mayoría en el Parlamento Europeo -liderada por los socialistas, que incluyen en este objetivo a los socialdemócratas alemanes- pretende ganar este pulso contra el empecinamiento de la derecha alemana y completar así el cuadro de referencias financieras que crearán las condiciones para la recapitalización de la actividad emprendedora y generadora de empleo.
Con ello, el Grupo Socialista Europeo persigue, una vez más, priorizar la restauración de esperanza y líneas de apoyo específicas de los colectivos más damnificados: ¡los jóvenes, por supuesto, pero también las mujeres y los parados de larga duración, especialmente en el tramo de mayores de 45 años, en las que el desempleo crónico agravado con cargas familiares ha hecho un daño profundo del que nunca hablamos lo bastante!
Pero, detrás de todo esto subyace el debate global acerca de los recursos con los que financiar la política orientada a la restauración del modelo social y en definitiva, a rescatar Europa de este largo secuestro al que se le ha sometido la austeridad recesiva y al democidio del que se ha acompañado como cobertura ideológica.
Precisamente por ello hay que darle tanta importancia a la premisa oculta del asalto perpetrado contra el modelo social europeo: la ofensiva desatada por la austeridad suicida contra la dignidad del trabajo, vapuleada como nunca en el manejo de esta crisis. Trabajo decente, trabajo digno: la dignidad del trabajo, sí, por encima y más allá de su reducción a una secuencia intermitente y dolorida de entradas, salidas y reentradas en subempleo precarios, sin derechos y carentes de prestaciones. Sin recuperar el empeño en la dignidad del trabajo será imposible que salir de la recesión equivalga ni por asomo a salir de la crisis ni mucho menos todavía a salir mejor de lo que fuimos, aprendiendo las lecciones de todo este sufrimiento.
Y un último apunte crítico, corolario de los zarpazos perpetrados contra la dignidad del trabajo para subordinarlo al dictado de la economía financiera: de entre todas las mentiras con que el Gobierno del PP ha empedrado su ajuste de cuentas a un Estado social con el que nunca se conformó, ofende singularmente el propagandismo fatuo con que la ministra Báñez ha dirigido una carta a todos los pensionistas para que se congratulen con ella de incrementos de cuantía que ascienden, las más de las veces, a ¡0,50 euros! Porque la reforma de las pensiones no podrá ser evaluada correctamente mientras no pongamos el foco en el efecto destructivo que tendrá la multiplicación de trabajos precarios y sin prestaciones sobre el derrumbamiento futuro de la expectativa de pensiones para quienes hoy se encuentran entre los 30 y los 40 años, y en sus empeoradas condiciones de subcontratación y explotación. Así nunca devengarán pensiones como las de sus abuelos.
Insisto: ninguno de estos flagelos tendrá freno ni remedio si no actuamos, votando, en el escalón europeo.