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Hay que enfrentarse al pasado después de 70 años de Hiroshima

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A medida que se aproximaba la fecha del setenta aniversario de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, varias personas se acercaban a preguntarme por los recuerdos que guardo en relación a aquellos días de 1945, cuando el mundo cambió para siempre. Lo primero que me asalta la mente es la visión de mi sobrino de cuatro años, Eiji, totalmente carbonizado, ennegrecido e hinchado. Mientras agonizaba, seguía pidiendo agua con un hilo de voz. Si no hubiera sido víctima de la bomba atómica, ahora tendría 74 años. Es una idea que me impacta. Dejando a un lado el paso del tiempo, mi sobrino permanece en mi memoria como el niño de cuatro años que representa a todos los niños inocentes del mundo. Y es la muerte de los inocentes la que me ha dado el impulso para continuar con mi lucha contra las armas atómicas, contra la maldad hecha tecnología. La imagen de Eiji está grabada en mi retina.



En junio tuve la oportunidad de visitar Berlín y Potsdam para reunirme con ciudadanos alemanes y hablar sobre mi experiencia en Hiroshima. Los alemanes y los japoneses pasaron por un trauma histórico similar como estados agresores durante la Segunda Guerra Mundial. Pero la forma en que los Gobiernos japonés y alemán han abordado sus responsabilidades derivadas de los tiempos de guerra ha sido radicalmente diferente.



Muchos japoneses se vieron profundamente inspirados por la forma en que el Gobierno alemán confrontó las atrocidades bélicas de su pasado y las manejó con integridad. El motivador discurso del expresidente Richard von Weizsëcker, con ocasión del cuarenta aniversario de la rendición de Alemania conmovió al mundo y se ganó nuestro más profundo respeto: "Los alemanes debemos mirar con la verdad directamente a los ojos; sin adornos ni distorsiones... No puede haber reconciliación sin memoria".



El Gobierno japonés debería emular esta actitud tan consciente a la hora de afrontar el pasado y de lidiar con los asuntos sin resolver que aún tenemos con nuestros países vecinos, en particular Korea y China. Por desgracia, la Administración actual de Abe busca una expansión del papel militar de Japón en la región, además de la renuncia a nuestra muy preciada Constitución de la Paz.



Mientras tanto, en los Estados Unidos pronto se levantará el velo de un monumento repugnante. El Servicio de Parques Nacionales y el Departamento de Energía constituirán el Parque Histórico Nacional del Proyecto Manhattan. A diferencia de los monumentos a la memoria de las víctimas de Auschwitz y Treblinka, los Estados Unidos buscan preservar la historia de los emplazamientos de Los Álamos, Oak Ridge y Hanford, antes supersecretos, donde científicos internacionales desarrollaron la primera bomba nuclear de la historia; como si homenajearan un gran logro tecnológico. Uno de los éxitos derivados de este empeño de la tecnología fue la creación del infierno en la Tierra, en mi querida Hiroshima.



Con los ojos de la estudiante de trece años que era por aquel entonces, fui testigo de cómo mi ciudad, Hiroshima, quedaba cegada por un destello, arrasada por una onda expansiva huracanada, abrasada por un calor de cuatro mil grados Celsius y contaminada por la radiación de una bomba atómica.



De forma milagrosa, fui rescatada de entre los escombros de un edificio derruido, a unos 1,8 kilómetros de la Zona Cero. La mayoría de mis compañeros de clase, en la misma habitación, ardieron vivos. Todavía puedo escuchar sus voces llamando a sus madres y pidiendo ayuda a Dios. Mientras escapaba con otras dos chicas supervivientes, pudimos ver una procesión de figuras fantasmales que que se arrastraban lentamente desde el centro de la ciudad. Personas con heridas grotescas, con la ropa hecha harapos o completamente desnudas por la onda expansiva. Las heridas sangrantes, las quemaduras, las pieles ennegrecidas e hinchadas. Partes del cuerpo que habían desaparecido, carne y piel colgando de los huesos, algunos se sostenían los ojos entre las manos, otros con los vientres desgarrados y abiertos, arrastraban sus intestinos.



Después de un único estallido de luz, mi querida Hiroshima se convirtió en un lugar desolado, con montañas de esqueletos y cadáveres negros por doquier. De una población de 360.000 habitantes --la mayoría mujeres, niños y ancianos civiles-- la mayoría se convirtió víctima indiscriminada de la masacre que causó la bomba atómica. Hasta el momento, 250.000 víctimas de Hiroshima han perecido a causa de la onda expansiva, del calor y de la radiación. Setenta años más tarde, las personas siguen muriendo por culpa de los efectos a largo plazo de una bomba atómica que hoy resulta primitiva según los modelos actuales de destrucción masiva.



La mayoría de los expertos coinciden en que las armas nucleares son más peligrosas ahora que en cualquier momento anterior de la historia debido a una gran variedad de riesgos: provocaciones geopolíticas, errores humanos, fallos informáticos, errores en los complejos nucleares, aumento de la contaminación radioactiva en el medio ambiente y la factura que pasa sobre la salud pública y medioambiental, además de la hambruna y el caos climático resultantes que se producirían en caso de un uso limitado de armas nucleares, accidental o intencionadamente. Sin embargo, pocas personas pueden entender de verdad lo que significa vivir en la era nuclear.



Por eso me satisface tanto ver el desarrollo reciente de un movimiento global que aúna el trabajo de los Estados No Poseedores de Armas Nucleares y de las ONG para conseguir la eliminación de las armas nucleares. Este movimiento ha redefinido el problema de las armas nucleares, pasando de la disuasión nuclear y otros aspectos militares a una preocupación por las consecuencias humanitarias. El resultado es un Tratado de Prohibición total de ensayos nucleares que da comienzo a un proceso de desarme nuclear. Noruega, México y Austria han colaborado con la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares y el Comité Internacional de la Cruz Roja para organizar tres exitosas Conferencias Internacionales sobre el Impacto Humanitario de las Armas Nucleares.



Al final de la conferencia más reciente, el pasado diciembre en Viena, el Gobierno austriaco dio a conocer su compromiso oficial, the Austrian Pledge, de rellenar el vacío legal para la prohibición y eliminación de armas nucleares. Ahora se le conoce como el Compromiso Humanitario, y recibe el apoyo de ciento trece naciones en favor de un proceso de desarme nuclear de los Estados poseedores de armas nucleares y de aquellos que los respaldan.



Recordemos de nuevo las palabras de Richard von Weizsëcker: "Los alemanes debemos mirar con la verdad directamente a los ojos; sin adornos ni distorsiones...". Y la verdad es que todos vivimos con la amenaza diaria de las armas nucleares. En todos los silos, en todos los submarinos, en los aviones, a cada segundo de cada día, hay armas nucleares, miles de ellas en estado de alerta elevada, listas para su despliegue, amenazando a todo y a todos los que amamos.



¿Cuánto tiempo más podemos permitir que la vida en nuestro planeta continúe bajo la amenaza de los estados con armas nucleares? Ha llegado la hora de actuar, de establecer un marco legalmente vinculante para la prohibición de la proliferación de las armas nucleares como un primer paso para su total abolición. Animo encarecidamente a todo aquel que sienta amor por este mundo que se una a este creciente movimiento global. Y que este setenta aniversario del bombardeo nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki sea un escalón más para acercarnos a nuestro objetivo: la abolición de las armas nucleares y la salvaguarda del futuro de este planeta que compartimos.
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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The WorldPost' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno


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