Ayer estábamos en la playa y Antón me hizo una observación sobre los chicos de al lado: habían arrojado a la arena las colillas de los cigarrillos que acababan de fumar.
"Qué maleducados...", dijo. Y, a continuación, se desarrolló la siguiente conversación:
- Pues sí, cariño. Además, si no están bien apagadas, alguien podría pisarlas y quemarse.
- Yo de mayor no voy a fumar.
- Pues haces bien porque es una porquería. Yo antes fumaba y siempre estaba malita: tosía, no podía respirar bien y me cansaba mucho cuando subía las escaleras.
- Pues yo no pienso fumar porque ya tengo una enfermedad y no quiero tener más.
(Y es en ese momento, cuando se me hace un nudo en la boca del estómago)
- ¿Qué enfermedad tienes tú, cariño?
- Una que no me acuerdo cómo se llama.
- Eso no es una enfermedad, mi vida, es una discapacidad. Significa que hay algunas cosas que las haces de forma distinta a otras personas, pero no es una enfermedad. Ya lo hemos hablado muchas veces. La tía Rosi no oye y habla con las manos. ¿A ti te parece que está enferma?
- No
- Pues tú tampoco. Enfermedad es eso que tuviste con aquel nombre tan raro, mononucleosis, y que no pudiste ir al cole durante un montón de días. Estabas muy cansado y te encontrabas mal, ¿te acuerdas?
- Sí
- ¿Y lo entiendes ahora?
- Sí
Pero mucho me temo que sólo durará hasta la próxima vez que escuche a alguien decir, refiriéndose a él, que está enfermo o tiene una enfermedad. Niños o adultos que emplean ese tipo de expresiones, casi siempre con la mejor de la intenciones, para justificar algunas de sus limitaciones. Ha escuchado estas frases tantas veces que, independientemente de lo que insistimos en transmitirle en casa, ha acabado convencido de que realmente es así.
Y es eso, precisamente, lo que más me entristece (y desespera): que da igual el tipo de mensaje que podamos darle en la familia, ni las veces que lo repitamos o la fuerza con que lo hagamos, porque lo que mayor influencia parece tener sobre su autoestima es la percepción que sus iguales tienen de él. Es triste y duro. Muy duro.
Ojalá llegue un día en que mi hijo llegue a integrar (que no aceptar ni asumir) su condición, sus circunstancias y su diferencia visible (porque TODOS somos diferentes). Estoy completamente convencida de que él no tiene ningún problema con su forma de ser y funcionar: siempre ha sido así. Ni siquiera creo que se imagine de otra forma o eche en falta ser más normal. El problema son los mensajes continuos que recibe de que esa diferencia es algo negativo y le convierte en alguien inferior al resto. No hay personalidad ni autoestima en el mundo que pueda resistir tales embistes y durante tanto tiempo.
Y hay quien sigue defendiendo que las palabras no son importantes si no se emplean con mala intención. Las palabras sí son importantes y hacen daño independientemente de la intención con que se utilicen.
LAS PALABRAS SON IMPORTANTES. Vaya si son importantes.
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora.
"Qué maleducados...", dijo. Y, a continuación, se desarrolló la siguiente conversación:
- Pues sí, cariño. Además, si no están bien apagadas, alguien podría pisarlas y quemarse.
- Yo de mayor no voy a fumar.
- Pues haces bien porque es una porquería. Yo antes fumaba y siempre estaba malita: tosía, no podía respirar bien y me cansaba mucho cuando subía las escaleras.
- Pues yo no pienso fumar porque ya tengo una enfermedad y no quiero tener más.
(Y es en ese momento, cuando se me hace un nudo en la boca del estómago)
- ¿Qué enfermedad tienes tú, cariño?
- Una que no me acuerdo cómo se llama.
- Eso no es una enfermedad, mi vida, es una discapacidad. Significa que hay algunas cosas que las haces de forma distinta a otras personas, pero no es una enfermedad. Ya lo hemos hablado muchas veces. La tía Rosi no oye y habla con las manos. ¿A ti te parece que está enferma?
- No
- Pues tú tampoco. Enfermedad es eso que tuviste con aquel nombre tan raro, mononucleosis, y que no pudiste ir al cole durante un montón de días. Estabas muy cansado y te encontrabas mal, ¿te acuerdas?
- Sí
- ¿Y lo entiendes ahora?
- Sí
Pero mucho me temo que sólo durará hasta la próxima vez que escuche a alguien decir, refiriéndose a él, que está enfermo o tiene una enfermedad. Niños o adultos que emplean ese tipo de expresiones, casi siempre con la mejor de la intenciones, para justificar algunas de sus limitaciones. Ha escuchado estas frases tantas veces que, independientemente de lo que insistimos en transmitirle en casa, ha acabado convencido de que realmente es así.
Y es eso, precisamente, lo que más me entristece (y desespera): que da igual el tipo de mensaje que podamos darle en la familia, ni las veces que lo repitamos o la fuerza con que lo hagamos, porque lo que mayor influencia parece tener sobre su autoestima es la percepción que sus iguales tienen de él. Es triste y duro. Muy duro.
Ojalá llegue un día en que mi hijo llegue a integrar (que no aceptar ni asumir) su condición, sus circunstancias y su diferencia visible (porque TODOS somos diferentes). Estoy completamente convencida de que él no tiene ningún problema con su forma de ser y funcionar: siempre ha sido así. Ni siquiera creo que se imagine de otra forma o eche en falta ser más normal. El problema son los mensajes continuos que recibe de que esa diferencia es algo negativo y le convierte en alguien inferior al resto. No hay personalidad ni autoestima en el mundo que pueda resistir tales embistes y durante tanto tiempo.
Y hay quien sigue defendiendo que las palabras no son importantes si no se emplean con mala intención. Las palabras sí son importantes y hacen daño independientemente de la intención con que se utilicen.
LAS PALABRAS SON IMPORTANTES. Vaya si son importantes.
Este post fue publicado inicialmente en el blog de la autora.