Como persona nacida en Zimbabue que se ha visto forzada a abandonar su país natal y a trabajar en Sudáfrica como criado sin espera apenas nada de la vida, me gustaría que la lucha en Zimbabue atrajera un día la atención del mundo. Durante años, y sobre todo durante la violentas elecciones presidenciales amañadas en 2008, dio la sensación de que el mundo se había olvidado que Zimbabue está bajo el mando de un régimen asesino en forma de dictador llamado Robert Mugabe. Algunos influyentes líderes mundiales han evitado pronunciarse sobre esta cuestión, mientras nosotros hemos experimentado nuevas formas de miseria que nacen cada día bajo el sol de nuestro país.
La semana pasada, por primera vez en décadas, Zimbabue estuvo en todas las televisiones del mundo después de que el médico estadounidense Walter Palmer se fuera de caza a uno de los parque nacionales y se marchara con la cabeza de un león como trofeo. Lo que hizo Palmer fue una acción despiadada, y yo personalmente considero que no tiene ningún sentido y que es deplorable matar animales salvajes por cualquier otra razón que no sea la necesidad de comer.
Pero también me ha parecido desconcertante esa masiva demostración pública de enfado en EEUU y Europa y, francamente, creo que es el clásico ejemplo de no saber dónde están las prioridades. En EEUU, donde apareció una cierta contra-narrativa sobre este fenómeno mediático, la gente se preguntaba por qué no había una reacción tan airada en los casos de asesinatos de estadounidenses negros. Y yo me veo con el deber de preguntar en medio de toda esta historia: ¿dónde está la indignación ante el día a día de los habitantes de Zimbabue?.
En nuestro país amamos la naturaleza. Son parte de nuestra herencia y nuestra historia, y la conexión es muy profunda: cada habitante de Zimbabue tiene un tótem que lo conecta con un animal determinado. Mi clan, por ejemplo, se llama Nyoni, una palabra del shona para referirse a un pájaro legendario. El nombre de este animal sirve para invocar a los ancestros en mi familia.
Tengo un vecino al que me dirijo para saludarlo afectuosamente todos los días como Nzou, el nombre en shona para referirse al elefante. Thomas Mapfumo, célebre músico zimbabuense, es conocido por el nombre de su tótem, Munkaya (o babuino). Y mucha gente en Zimbabue siente auténtica devoción por el león, al que se le llama shumba en shona.
Nuestra conexión, respeto y bien arraigada devoción por los animales salvajes forma una parte tan esencial de nosotros que se remonta a muchos siglos antes de la época colonial. De todo el mundo, nosotros somos los que mejor podemos entender el enfado que la gente siente por asesinato de Cecil. Uno de los nuestros ha sido asesinado por un occidental.
Pero hay algo de sobreactuación en esta especie de ira callejera y en la enorme campaña online que se ha montado en respuesta a la muerte de Cecil, sobre todo si se tiene en cuenta que el león murió en un país cuya realidad económica y social ha contribuido a la muerte de miles de personas y a acabar con los sueños de toda una generación.
Aunque haya que exigir un castigo por este asesinato, el grado de cobertura y enfado mediático ha desconcertado a los zimbabuenses. ¿No es tristísimo que el suceso en Zimbabue sobre el que más se ha escrito en el mundo en los últimos diez años haya sido la muerte de un león?
Sólo por si lo habían olvidado los airados y entristecidos amigos de Cecil en Occidente, me gustaría recordarles que Zimbabue es el país gobernado por el octogenario maníaco conocido como Robert Mugabe (en la imagen), que se ha pasado los últimos treinta y cinco años amañando elecciones y que ha dejado la economía del país por los suelos. El león Cecil vivió en un país que es el hogar de algunas de las personas más pobres de África y que, literalmente, viven por la gracia de dios.
El león Cecil vivó en un país que hace poco perdió su moneda por una inflación récord y que ahora sufre los problemas de la dolarización, que ha traído consigo precios comparables a los de la mismísima Nueva York. El león Cecil vivió en un país donde las tres cuartas partes de la población viven con menos de un dólar al día.
¿Importa tan poco la situación de gente de Zimbabue como para que sólo genere titulares el hecho de que un león se haya convertido en trofeo de caza de un dentista estadounidense? ¿Es más importante la vida de Cecil que la del noventa por ciento de zimbabuenses que están en paro? ¿Es más importante la vida de Cecil que la de ese veinticinco por ciento de niños que mueren por malnutrición cada año?
Cuando se supo de la muerte de Cecil, la gente en internet reaccionó, con razón, para que Walter Palmer sintiera toda la vergüenza posible. Vi en las redes sociales imágenes de personas, mayores y jóvenes, protestando en la puerta de la consulta del doctor Palmer. ¿Cuántos de estos idealistas saben que la gente de Zimbabue tiene problemas todos los días para conseguir suficiente comida o para recibir una atención sanitaria adecuada? ¿A cuántos de los famosos que tuitearon mostrando su solidaridad con Cecil les importa que yo haya tenido que huir de Zimbabue rumbo a Sudáfrica -como han hecho más de cinco millones de compatriotas en los últimos años- porque no puedo conseguir un trabajo digno a pesar de tener estudios universitarios? ¿Cuántos de ellos, si supieran mi situación, estarían dispuestos a darle publicidad con tanta pasión como han hecho con Cecil?
Solía tener la esperanza de que un día el mundo despertara a la tragedia que vive Zimbabue. Y eso ocurrió la semana pasada. Pero por un león, no por su gente. Me pregunto qué pasaría si la atención de estos días se canalizara hacia las políticas represivas del régimen de Mugabe.
Me pregunto qué pasaría si todos los famosos que escribieron sobre Palmer dieran visibilidad a la lucha diaria de los zimbabuenses. La semana pasaa, Ricky Martin tuiteó: "Justicia para el león Cecil YA" a sus doce millones de seguidores. Si pidiera justicia para los millones de zimbabuenses que tienen que abandonar su casa y huir a países vecinos con actitudes xenófobas, ¿no sería eso bueno también?
Este post fue publicado inicialmente en la versión estadounidense de 'El Huffington Post'
La semana pasada, por primera vez en décadas, Zimbabue estuvo en todas las televisiones del mundo después de que el médico estadounidense Walter Palmer se fuera de caza a uno de los parque nacionales y se marchara con la cabeza de un león como trofeo. Lo que hizo Palmer fue una acción despiadada, y yo personalmente considero que no tiene ningún sentido y que es deplorable matar animales salvajes por cualquier otra razón que no sea la necesidad de comer.
Pero también me ha parecido desconcertante esa masiva demostración pública de enfado en EEUU y Europa y, francamente, creo que es el clásico ejemplo de no saber dónde están las prioridades. En EEUU, donde apareció una cierta contra-narrativa sobre este fenómeno mediático, la gente se preguntaba por qué no había una reacción tan airada en los casos de asesinatos de estadounidenses negros. Y yo me veo con el deber de preguntar en medio de toda esta historia: ¿dónde está la indignación ante el día a día de los habitantes de Zimbabue?.
En nuestro país amamos la naturaleza. Son parte de nuestra herencia y nuestra historia, y la conexión es muy profunda: cada habitante de Zimbabue tiene un tótem que lo conecta con un animal determinado. Mi clan, por ejemplo, se llama Nyoni, una palabra del shona para referirse a un pájaro legendario. El nombre de este animal sirve para invocar a los ancestros en mi familia.
Tengo un vecino al que me dirijo para saludarlo afectuosamente todos los días como Nzou, el nombre en shona para referirse al elefante. Thomas Mapfumo, célebre músico zimbabuense, es conocido por el nombre de su tótem, Munkaya (o babuino). Y mucha gente en Zimbabue siente auténtica devoción por el león, al que se le llama shumba en shona.
Nuestra conexión, respeto y bien arraigada devoción por los animales salvajes forma una parte tan esencial de nosotros que se remonta a muchos siglos antes de la época colonial. De todo el mundo, nosotros somos los que mejor podemos entender el enfado que la gente siente por asesinato de Cecil. Uno de los nuestros ha sido asesinado por un occidental.
Pero hay algo de sobreactuación en esta especie de ira callejera y en la enorme campaña online que se ha montado en respuesta a la muerte de Cecil, sobre todo si se tiene en cuenta que el león murió en un país cuya realidad económica y social ha contribuido a la muerte de miles de personas y a acabar con los sueños de toda una generación.
Aunque haya que exigir un castigo por este asesinato, el grado de cobertura y enfado mediático ha desconcertado a los zimbabuenses. ¿No es tristísimo que el suceso en Zimbabue sobre el que más se ha escrito en el mundo en los últimos diez años haya sido la muerte de un león?
Sólo por si lo habían olvidado los airados y entristecidos amigos de Cecil en Occidente, me gustaría recordarles que Zimbabue es el país gobernado por el octogenario maníaco conocido como Robert Mugabe (en la imagen), que se ha pasado los últimos treinta y cinco años amañando elecciones y que ha dejado la economía del país por los suelos. El león Cecil vivió en un país que es el hogar de algunas de las personas más pobres de África y que, literalmente, viven por la gracia de dios.
El león Cecil vivó en un país que hace poco perdió su moneda por una inflación récord y que ahora sufre los problemas de la dolarización, que ha traído consigo precios comparables a los de la mismísima Nueva York. El león Cecil vivió en un país donde las tres cuartas partes de la población viven con menos de un dólar al día.
¿Importa tan poco la situación de gente de Zimbabue como para que sólo genere titulares el hecho de que un león se haya convertido en trofeo de caza de un dentista estadounidense? ¿Es más importante la vida de Cecil que la del noventa por ciento de zimbabuenses que están en paro? ¿Es más importante la vida de Cecil que la de ese veinticinco por ciento de niños que mueren por malnutrición cada año?
Cuando se supo de la muerte de Cecil, la gente en internet reaccionó, con razón, para que Walter Palmer sintiera toda la vergüenza posible. Vi en las redes sociales imágenes de personas, mayores y jóvenes, protestando en la puerta de la consulta del doctor Palmer. ¿Cuántos de estos idealistas saben que la gente de Zimbabue tiene problemas todos los días para conseguir suficiente comida o para recibir una atención sanitaria adecuada? ¿A cuántos de los famosos que tuitearon mostrando su solidaridad con Cecil les importa que yo haya tenido que huir de Zimbabue rumbo a Sudáfrica -como han hecho más de cinco millones de compatriotas en los últimos años- porque no puedo conseguir un trabajo digno a pesar de tener estudios universitarios? ¿Cuántos de ellos, si supieran mi situación, estarían dispuestos a darle publicidad con tanta pasión como han hecho con Cecil?
Solía tener la esperanza de que un día el mundo despertara a la tragedia que vive Zimbabue. Y eso ocurrió la semana pasada. Pero por un león, no por su gente. Me pregunto qué pasaría si la atención de estos días se canalizara hacia las políticas represivas del régimen de Mugabe.
Me pregunto qué pasaría si todos los famosos que escribieron sobre Palmer dieran visibilidad a la lucha diaria de los zimbabuenses. La semana pasaa, Ricky Martin tuiteó: "Justicia para el león Cecil YA" a sus doce millones de seguidores. Si pidiera justicia para los millones de zimbabuenses que tienen que abandonar su casa y huir a países vecinos con actitudes xenófobas, ¿no sería eso bueno también?
Este post fue publicado inicialmente en la versión estadounidense de 'El Huffington Post'