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Al Gobierno chino no le va quedando otra opción que liberalizar totalmente la política de planificación familiar. La cuenta atrás empezó hace tiempo. Aunque polémica por sus conocidos excesos, justificable en los años setenta cuando existía una verdadera amenaza demográfica (si en 1950, la población china ascendía a 540 millones, en 1970 superaba los 850 millones), hoy no se sostiene. Han pasado de 6,1 hijos por mujer en 1949 a 1,8 en la actualidad. El crecimiento en la primera década del presente siglo ha sido del 0,57 por ciento frente al 1,07% de la precedente.
Hoy, los problemas son de otro signo, fundamentalmente el envejecimiento y el desequilibrio de géneros. La sociedad china envejece más deprisa que se enriquece, un fenómeno inédito y con impacto en la disponibilidad de mano de obra. Para frenarlo, las soluciones pasan por la supresión de la política del hijo único o la ampliación de la edad de jubilación, o una combinación de ambas. Cabe señalar que las medidas liberalizadoras introducidas en 2013, permitiendo tener un segundo hijo en determinados casos, ha tenido muy pocas consecuencias relevantes. No se ha registrado ninguna "explosión demográfica" ni se le espera. La sociedad china se adaptó al esquema 1-2-4 (un hijo, dos padres, cuatro abuelos) y la coyuntura socioeconómica hace el resto. Si no se acompaña de otros beneficios, es posible que la simple supresión no sea suficiente ya para que se produzca una repercusión apreciable.
Por otra parte, si la cuestión anterior genera dudas y debates entre los especialistas, el aumentar la edad de jubilación genera una controversia aun mayor en el conjunto de la sociedad. Las cábalas apuntan a los sesenta años para las mujeres (actualmente, cincuenta y cinco) y sesenta y cinco para los hombres (actualmente, sesenta). En el contexto actual, está medida podría tener repercusiones sobre el nivel de ocupación. Para mantener a raya el desempleo (alrededor del cuatro por ciento en las ciudades), deben generarse en torno a los diez millones de puestos de trabajo cada año, una tarea difícil en un momento de desaceleración como el presente.
En lo que se refiere al desequilibrio de géneros (por término medio, en China se contabilizan 100 mujeres por cada ciento 118 hombres y en algunas provincias la diferencia puede rondar los 100-130), solo la educación y la dotación de mejores servicios de atención a la vejez puede encauzar este problema. La aceleración del proceso urbanizador en los próximos lustros puede contribuir a desarraigar esa preferencia, aun muy extendida en el medio rural, de los niños sobre las niñas (que una vez casadas asumen la obligación de cuidar a sus suegros y no a sus padres). De este modo, en ausencia de servicios públicos suficientes y accesibles, tener hijos asegura la atención en la vejez...
En suma, gradualmente y a diferente ritmo según las provincias, dichas políticas de control de la natalidad parecen tener los días contados, transfiriéndose a la propia sociedad la decisión soberana sobre un aspecto de la vida tan personal. Aunque nada volverá a ser como antes.