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'Sr. Padre y Mr. Violento'

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Imagen: WIKIPEDIA


Nos han enseñado vivir de perfil para que todo el mundo crea que miramos al frente, pero sobre todo para ocultar la otra cara que la identidad nos ha dado, no tanto como repuesto en caso de pérdida o rotura de la primera, sino como escondite de todo lo que debe permanecer oculto para que lo visible no sea cuestionado.

Así nos hemos acostumbrado a esa dualidad cómplice que en ocasiones actúa como razón y otras como justificación.

Es parte de una cultura que juega al despiste y a la intriga. Tenemos la cara oculta de la luna, también la cruz de la cara y la cara de la cruz en el azar, la otra orilla del rio o del mar, la cara B de los discos que tenían cara A, la otra vida con su más allá... La realidad se ha configurado con un lado aparentemente ajeno e inaccesible, pero al mismo tiempo capaz de condicionar los acontecimientos que suceden a este lado; por eso la Tierra también tiene una cara oculta como su satélite, pero no se sitúa en la geografía del planeta, sino en la cultura androcéntrica que llena su atmósfera.

Y cuanto más grande es la imagen pública y conocida en un determinado contexto, mayor ha de ser la cara oculta donde depositar todo lo que ha de esconderse, es lo que tiene el hecho de ir de perfil, que al otro lado siempre hay un espacio similar al visible. De ahí que los hombres, con una masculinidad expansiva y pública que recorre las calles de la sociedad a diario, tengan en el otro perfil una profundidad capaz de albergar las circunstancias y conductas más insospechadas.

Y muchos de esos hombres lo que guardan es una violencia que los llevan a comportarse como el personaje de El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson, pero en versión de andar por casa, en lo que sería una especie de Sr. Padre y Mr. Violento.

En España unos 700.000 hombres, según la Macroencuesta de 2015, maltratan a las mujeres con las que comparten una relación. Como consecuencia de esa violencia de género, alrededor de 900.000 niños y niñas viven expuestos a ella sufriendo importantes consecuencias sobre su salud y comportamiento, al normalizar la violencia como una forma de resolver conflictos. De entre esos menores, unos 600.000 sufren además violencia directa, puesto que el padre que entiende que la violencia es una forma adecuada de resolver los problemas, también la utiliza contra sus hijos e hijas. Y la convivencia con la violencia de género es tan terrible, que en la última década cuarenta y cuatro niños y niñas han sido asesinados por esos padres violentos, y sesenta mujeres son asesinadas cada año.

Y la inmensa mayoría de estos hombres asesinos son considerados por el vecindario y sus entornos como "muy buenas personas", "muy cordiales", "muy buenos padres", "maridos estupendos", "grandes amigos", "vecinos muy atentos y considerados", "muy trabajadores"..., tal y como muestran las informaciones cuando tras un femicidio entrevistan a la gente que tenía alguna relación con los agresores.

Los maravillosos hombres, amigos, vecinos... pasan de repente a terribles criminales, cambian de ese Sr. Padre al Mr. Violento desconocido. Pero lo más grave es que esta reacción no es una anécdota, sino que forma parte de la estrategia de la misma cultura que con sus claroscuros entiende que la violencia de género puede ser normal. Cuando los hombres agresores y asesinos son presentados en sociedad como "buenos hombres", se pone en marcha una de las trampas más eficaces y extendidas para ocultar la realidad, concretamente la que lleva a interpretar que aquello que no se ve, no existe, confundiendo de manera interesada la invisibilidad con la inexistencia.

De ese modo, para el machismo, la cara oculta de la violencia de género, lugar donde transcurre el ochenta por ciento de ella, no es que no se vea, sino que no existe. Y si la violencia de género no existe, pero es denunciada, ¿cuál es la interpretación que da la cultura machista?... Muy fácil, pues que se trata de "denuncias falsas". Así todo encaja.

Algo parecido ocurre con los asesinos: si son magníficos maridos, padres, vecinos, trabajadores... y acaban de matar a la mujer o a los hijos, ¿cuál es la interpretación?... Muy sencilla también, pues que "se les ha ido la cabeza" o "les ha venido una elevada ingesta de alcohol o drogas". De nuevo todo encaja.

Bajo esas referencias todo se ajusta a la construcción de una sociedad perfecta en la que lo bueno y positivo transcurre por las aceras céntricas de la convivencia, y la malo y negativo se esconde en rincones, suburbios y ambientes oscuros donde las miradas no llegan. Esa es la trampa, no la negación de aquello que objetivamente es malo y negativo, sino la creación de una espacio para ocultarlo, de manera que su aparición no se entienda ni interprete como una consecuencia de las circunstancias perversas que la propia cultura ha creado y mantiene en la reserva para casos de necesidad, sino como un accidente, una anormalidad y una patología.

Para el machismo, lo importante es que el sistema continúe, aunque caiga el individuo que lleva a cabo una conducta contraria a las referencias que definen la cara visible de la realidad, de ahí el repudio y los insultos aislados a cada uno de los que "caen". Aunque al mismo tiempo se presente lo ocurrido como algo extraño por su significado (la locura o el alcohol) y extraordinario en su expresión, por su baja frecuencia.

Esa es la razón para que las justificaciones, la sorpresa, la incredulidad... cubran las portadas en los primeros momentos. Y por eso no tardan las reacciones desde los sectores machistas en busca de la confusión necesaria para que a nadie se le ocurra dar la vuelta a la realidad y observar esa cara oculta, donde esconden todas las estrategias de poder y violencia propias del status y la condición de los hombres.

Es lo que hace el posmachismo cuando tras el homicidio de una mujer por violencia de género salta a las redes sociales hablando de que "todas las violencias son importantes", que "las mujeres también agreden y matan", que "la mayoría de las denuncias son falsas" y eso quita recursos para proteger a las que "de verdad" sufren la violencia", al hablar del "suicidio de hombres, dando por hecho que se debe a que las mujeres los incitan a cometerlo", ignorando todos los estudios científicos que hay sobre el tema... Y así ha sucedido tras el doble asesinato de las niñas por su padre en Moraña, lo cual demuestra que no es casualidad nada de lo que ocurre. Es cierto que no es accesible a primera vista, pero está muy claro en esa cara oculta de la sociedad creada por la cultura machista.

Ya no hay excusas, los hechos se repiten con dramática frecuencia para que se siga pensando que lo invisible no existe. La violencia de género existe y está muy cerca, ha sido ocultada en muchos hogares y relaciones bajo el argumento de la normalidad, hasta el punto de hacer que las propias mujeres que la sufren contribuyan a su ocultación, tal y como refleja la Macroencuesta de 2015 al recoger que el 44% de ellas no denuncia por que cree que la violencia sufrida no es lo suficientemente grave, o cuando el 21% afirma que no lo hace por "vergüenza".

¿Quién le dice a las mujeres que es "normal" cierto grado de violencia?, ¿quién les hace sentir vergüenza por sufrir la violencia de sus parejas?... La cultura machista es la responsable, y por ello a pesar de llevar siglos bajo esta violencia, aún no somos capaces de sacarla a la luz en toda su magnitud ni de desenmascarar a los machistas que la propician y la ejercen.

Sólo la luz del conocimiento y la conciencia crítica pueden disipar las sombras y abrir los rincones que aún utiliza el machismo para perpetuarse con su violencia y sus privilegios, por ello debemos cambiar de referencias y alcanzar la Igualdad real y funcional. Y para ello, en lugar de cuestionar los casos cuando ya se han producido, lo que debemos criticar son las causas y el contexto social que da lugar a ellos antes de que se produzcan.

¿A cuántas mujeres, niños y niñas más debe asesinar la violencia de género para que se entienda y se adopten las medidas acordes a la realidad que tenemos?, ¿cómo es posible que aún se siga pensando que "un maltratador puede ser un buen padre"?... Desde el posmachismo dicen que plantear estos temas es "criminalizar a los hombres", pero quien en verdad criminaliza a los hombres es quien calla ante la desigualdad y su violencia, y quien defiende una masculinidad en la que agredir a la mujer, a los hijos e hijas y a otros hombres se presenta como una forma de "ser más hombre".

Mientras no cambiemos las referencias de la cultura, el caso de Sr. Padre y Mr. Violento, a diferencia del escrito por Robert Louis Stevenson, no tiene nada de extraño.

Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor

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