El machismo va en serio. Pueden parecer graciosos algunos de sus chistes, comentarios y ocurrencias, pero cada una de esas sonrisas flota sobre lágrimas que llenan de sal los labios, y cierran la mirada a un futuro limitado por la amenaza de las palabras y los golpes.
El machismo va tan en serio que ha diseñado una estructura de poder exclusiva basada en la jerarquización a partir de la desigualdad entre hombres y mujeres, y ha puesto como guardián del campo de cultivo de sus privilegios a la propia normalidad con sus valores, ideas y creencias. De ese modo, como muestran los estudios sociológicos, los hombres creen que hay razones para utilizar la violencia contra las mujeres para restablecer el orden alterado por ellas, y las mujeres llegan a entender que esa violencia es algo bueno para la relación, y que se trata de una cuestión "menor y merecida". Es lo que deja ver la Macroencuesta de 2015: cuando las mujeres que sufren violencia de género dicen no denunciarla porque "no fue lo suficientemente grave" (un 44% lo afirma), o por sentir vergüenza, como indica un 21%.
Este mecanismo del machismo permite dos grandes objetivos, uno a nivel individual y otro social. En el contexto individual, permite mantener el control sobre las mujeres y sobre los hijos e hijas, y lo hace tanto en la acción por medio de los golpes, como en la decisión a través de las ideas, pues la consecuencia directa de ese control es la interiorización del mismo sistema de valores patriarcales que lleva a ejercerlo. Y en el contexto social, posibilita el mantenimiento del orden social bajo las referencias que la cultura ha creado sobre la desigualdad, y las referencias que los hombres han considerado convenientes para la convivencia y la organización de las relaciones.
Por ello es tan importante la interacción entre lo individual y lo social cuando hablamos de violencia de género, y por dicha razón cada uno de los agresores toma esa doble referencia a la hora de valorar su conducta y decisiones: ejerce la violencia para sentirse un hombre de verdad, según el modelo de masculinidad creado por la cultura, y la utiliza también para ser reconocido como tal por esa sociedad.
Cuando un maltratador actúa sobre su pareja lo hace en nombre de todo lo que comportan esas ideas y valores, y por eso, a diferencia de otras violencias, hay una reacción posmachista en la sociedad que se dedica a defender a los maltratadores bajo el argumento de que son "hombres denunciados falsamente", que en verdad son inocentes, y que, por tanto, las malas, perversas y culpables en términos jurídicos y sociales son las mujeres. Para ellos da igual que sólo se denuncie un 20-22% de la violencia de género existente, y que entre las mujeres asesinadas un 70-80% no hubieran denunciado la violencia que sufrieron hasta la muerte.
Estas son las razones que convierten a la violencia de género y sus homicidios en un crimen moral, no instrumental, puesto que no se comente para conseguir algo material e inmediato a cambio (dinero, joyas, objetos, documentos...), sino para defender una serie de ideas y valores con las que salir reforzado como hombres a través de la propia conducta violenta.
Y ese salir victorioso como hombre tiene dos expresiones. Una, la impunidad -y, en consecuencia, la continuidad en los privilegios a través de la violencia; recordemos que menos de un 4'8% de todos los maltratadores terminan siendo condenados-. Y otra, cuando acaba la impunidad y su invisibilidad, la reivindicación de su hombría por medio de la violencia utilizada contra su mujer; es lo que decía un homicida condenado y en prisión en un reportaje de televisión: "No se confundan conmigo, yo he matado a mi mujer, pero no soy ningún delincuente". Esta idea y moral que manejan los homicidas en violencia de género lleva a que aproximadamente el 74% se entregue de forma voluntaria tras el homicidio, y que alrededor de un 18% se suicide para reivindicar su conducta sin vivir la crítica social y el rechazo de sus entornos más cercanos.
Estas dos conductas tras el homicidio están relacionadas con el posicionamiento social frente a la violencia de género y sus manifestaciones: cuanto más crítica sea la sociedad, menos reivindicación podrán hacer los agresores a través de la violencia, porque en lugar de justificación y contextualización, lo que encontrarán serán críticas y rechazo. Y si bien es cierto que la sociedad es aún muy permisiva con el machismo y con esa normalidad que lleva a considerar un determinado grado de violencia en las relaciones de pareja como "aceptable", también es verdad que cada vez hay una crítica mayor ante los homicidios y un rechazo más contundente cuando se producen.
Estos cambios sociales también son percibidos por los agresores, y están llevando a que cambien de estrategia sin renunciar a la violencia. Y lo hacen a nivel social, con toda la estrategia posmachista, y a nivel individual, con un cambio en la conducta criminal. El cambio crítico de la sociedad frente a los homicidios por violencia de género ha conseguido que estos homicidas no sean considerados ahora como hombres hechos y derechos, y que las consecuencias jurídicas no se dejen influir por argumentos que tiempo atrás hablaban de que actuaban "bajo los efectos del alcohol", el "arrebato", la "pérdida de control" o la "locura"; todo esto ha cambiado ya en gran medida, lo cual ha llevado a estos agresores a cambiar en su estrategia con tal de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero sin renunciar a matar a las mujeres. Este modificación de la pauta criminal es algo que debemos tener muy en cuenta de cara a la prevención y a la protección, así como al necesario control sobre el enaltecimiento de la violencia que se hace desde las posiciones posmachistas, una veces de forma indirecta, pero otras de modo muy claro y directo.
La adaptación criminal en violencia de género tiene dos manifestaciones: Por un lado, simular los homicidios como un accidente o cualquier hecho violento alternativo para que no se determine su autoría, de manera que aunque no puedan reivindicarse socialmente como hombres, al menos sí puedan seguir sintiéndose como tales a nivel personal. Y la otra conducta es el suicidio tras el homicidio, para no enfrentarse al rechazo de los entornos más cercanos.
En las últimas semanas hemos conocido una serie de casos en los homicidas ha tratado de simular el asesinato de sus mujeres con diferentes accidentes; ya lo recogimos en Los hombres van de frente; y el suicidio tras el homicidio ha pasado de una media del 18% hace unos años al 29'6% en 2014, y por encima del 30% en lo que ha transcurrido de 2015 tras los últimos casos. Uno de estos últimos homicidios recoge las dos conductas, mostrando que entre ellas hay una interrelación y una base común; me refiero al ocurrido en Serra (Valencia), tal y como ha puesto de manifiesto la investigación. En un primer momento, según la información aparecida, el agresor mató a su mujer, y después provocó un incendio para ocultar el homicidio; y tras ser descubierto y detenido, ya en prisión, se suicidó.
Los agresores en violencia de género y los maltratadores van en serio, y por ello están dispuestos a adaptarse a cualquier circunstancia y a jugar con ellas para no ceder en sus objetivos, unas veces ocultando los crímenes, otras suicidándose, pero todas matando previamente a las mujeres con las que compartían una relación. Prevenir y proteger a las mujeres que sufren la violencia para por conocer estas modificaciones, y por que las instituciones las consideren a la hora de establecer las medidas. Cada uno de estos asesinos se toma tan en serio su posición y la violencia que llega a matar a su mujer, pero el machismo es el asesino en serie que las ataca a todas; por ello hay que actuar en el plano individual y en el social.
El machismo es poder, y el poder no está dispuesto a ceder. Hará todo lo que necesite para mantener sus referencias, esas ideas, valores y creencias propias, y con ellas la desigualdad que les proporciona los privilegios que puede disfrutar cada machista según sus circunstancias. Así ha sido durante siglos de cambios para que todo siga igual, y así será ahora si no somos conscientes de su estrategia y no desarrollamos medidas de prevención y protección.
Detener estos nuevos cambios adaptativos también es fundamental para erradicar de la cultura sus referencias y alcanzar definitivamente la Igualdad. El ejemplo lo tenemos en estas modificaciones que hemos comentado. Si los asesinos son capaces de cambiar ante la percepción del rechazo social, el machismo también cambiará cuando ese rechazo de la sociedad se dirija a todas las conductas normalizadas, justificadas y perdonadas que forman parte de la desigualdad.
El machismo va en serio con su violencia, pero es falso y falaz... En cambio, la Igualdad es verdadera y sincera. Por ello debemos tomárnosla muy en serio y situarla en el lugar donde el machismo lo está impidiendo. Justo donde le corresponde desde hace miles de años.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor
El machismo va tan en serio que ha diseñado una estructura de poder exclusiva basada en la jerarquización a partir de la desigualdad entre hombres y mujeres, y ha puesto como guardián del campo de cultivo de sus privilegios a la propia normalidad con sus valores, ideas y creencias. De ese modo, como muestran los estudios sociológicos, los hombres creen que hay razones para utilizar la violencia contra las mujeres para restablecer el orden alterado por ellas, y las mujeres llegan a entender que esa violencia es algo bueno para la relación, y que se trata de una cuestión "menor y merecida". Es lo que deja ver la Macroencuesta de 2015: cuando las mujeres que sufren violencia de género dicen no denunciarla porque "no fue lo suficientemente grave" (un 44% lo afirma), o por sentir vergüenza, como indica un 21%.
Este mecanismo del machismo permite dos grandes objetivos, uno a nivel individual y otro social. En el contexto individual, permite mantener el control sobre las mujeres y sobre los hijos e hijas, y lo hace tanto en la acción por medio de los golpes, como en la decisión a través de las ideas, pues la consecuencia directa de ese control es la interiorización del mismo sistema de valores patriarcales que lleva a ejercerlo. Y en el contexto social, posibilita el mantenimiento del orden social bajo las referencias que la cultura ha creado sobre la desigualdad, y las referencias que los hombres han considerado convenientes para la convivencia y la organización de las relaciones.
Por ello es tan importante la interacción entre lo individual y lo social cuando hablamos de violencia de género, y por dicha razón cada uno de los agresores toma esa doble referencia a la hora de valorar su conducta y decisiones: ejerce la violencia para sentirse un hombre de verdad, según el modelo de masculinidad creado por la cultura, y la utiliza también para ser reconocido como tal por esa sociedad.
Cuando un maltratador actúa sobre su pareja lo hace en nombre de todo lo que comportan esas ideas y valores, y por eso, a diferencia de otras violencias, hay una reacción posmachista en la sociedad que se dedica a defender a los maltratadores bajo el argumento de que son "hombres denunciados falsamente", que en verdad son inocentes, y que, por tanto, las malas, perversas y culpables en términos jurídicos y sociales son las mujeres. Para ellos da igual que sólo se denuncie un 20-22% de la violencia de género existente, y que entre las mujeres asesinadas un 70-80% no hubieran denunciado la violencia que sufrieron hasta la muerte.
Estas son las razones que convierten a la violencia de género y sus homicidios en un crimen moral, no instrumental, puesto que no se comente para conseguir algo material e inmediato a cambio (dinero, joyas, objetos, documentos...), sino para defender una serie de ideas y valores con las que salir reforzado como hombres a través de la propia conducta violenta.
Y ese salir victorioso como hombre tiene dos expresiones. Una, la impunidad -y, en consecuencia, la continuidad en los privilegios a través de la violencia; recordemos que menos de un 4'8% de todos los maltratadores terminan siendo condenados-. Y otra, cuando acaba la impunidad y su invisibilidad, la reivindicación de su hombría por medio de la violencia utilizada contra su mujer; es lo que decía un homicida condenado y en prisión en un reportaje de televisión: "No se confundan conmigo, yo he matado a mi mujer, pero no soy ningún delincuente". Esta idea y moral que manejan los homicidas en violencia de género lleva a que aproximadamente el 74% se entregue de forma voluntaria tras el homicidio, y que alrededor de un 18% se suicide para reivindicar su conducta sin vivir la crítica social y el rechazo de sus entornos más cercanos.
Estas dos conductas tras el homicidio están relacionadas con el posicionamiento social frente a la violencia de género y sus manifestaciones: cuanto más crítica sea la sociedad, menos reivindicación podrán hacer los agresores a través de la violencia, porque en lugar de justificación y contextualización, lo que encontrarán serán críticas y rechazo. Y si bien es cierto que la sociedad es aún muy permisiva con el machismo y con esa normalidad que lleva a considerar un determinado grado de violencia en las relaciones de pareja como "aceptable", también es verdad que cada vez hay una crítica mayor ante los homicidios y un rechazo más contundente cuando se producen.
Estos cambios sociales también son percibidos por los agresores, y están llevando a que cambien de estrategia sin renunciar a la violencia. Y lo hacen a nivel social, con toda la estrategia posmachista, y a nivel individual, con un cambio en la conducta criminal. El cambio crítico de la sociedad frente a los homicidios por violencia de género ha conseguido que estos homicidas no sean considerados ahora como hombres hechos y derechos, y que las consecuencias jurídicas no se dejen influir por argumentos que tiempo atrás hablaban de que actuaban "bajo los efectos del alcohol", el "arrebato", la "pérdida de control" o la "locura"; todo esto ha cambiado ya en gran medida, lo cual ha llevado a estos agresores a cambiar en su estrategia con tal de adaptarse a las nuevas circunstancias, pero sin renunciar a matar a las mujeres. Este modificación de la pauta criminal es algo que debemos tener muy en cuenta de cara a la prevención y a la protección, así como al necesario control sobre el enaltecimiento de la violencia que se hace desde las posiciones posmachistas, una veces de forma indirecta, pero otras de modo muy claro y directo.
La adaptación criminal en violencia de género tiene dos manifestaciones: Por un lado, simular los homicidios como un accidente o cualquier hecho violento alternativo para que no se determine su autoría, de manera que aunque no puedan reivindicarse socialmente como hombres, al menos sí puedan seguir sintiéndose como tales a nivel personal. Y la otra conducta es el suicidio tras el homicidio, para no enfrentarse al rechazo de los entornos más cercanos.
En las últimas semanas hemos conocido una serie de casos en los homicidas ha tratado de simular el asesinato de sus mujeres con diferentes accidentes; ya lo recogimos en Los hombres van de frente; y el suicidio tras el homicidio ha pasado de una media del 18% hace unos años al 29'6% en 2014, y por encima del 30% en lo que ha transcurrido de 2015 tras los últimos casos. Uno de estos últimos homicidios recoge las dos conductas, mostrando que entre ellas hay una interrelación y una base común; me refiero al ocurrido en Serra (Valencia), tal y como ha puesto de manifiesto la investigación. En un primer momento, según la información aparecida, el agresor mató a su mujer, y después provocó un incendio para ocultar el homicidio; y tras ser descubierto y detenido, ya en prisión, se suicidó.
Los agresores en violencia de género y los maltratadores van en serio, y por ello están dispuestos a adaptarse a cualquier circunstancia y a jugar con ellas para no ceder en sus objetivos, unas veces ocultando los crímenes, otras suicidándose, pero todas matando previamente a las mujeres con las que compartían una relación. Prevenir y proteger a las mujeres que sufren la violencia para por conocer estas modificaciones, y por que las instituciones las consideren a la hora de establecer las medidas. Cada uno de estos asesinos se toma tan en serio su posición y la violencia que llega a matar a su mujer, pero el machismo es el asesino en serie que las ataca a todas; por ello hay que actuar en el plano individual y en el social.
El machismo es poder, y el poder no está dispuesto a ceder. Hará todo lo que necesite para mantener sus referencias, esas ideas, valores y creencias propias, y con ellas la desigualdad que les proporciona los privilegios que puede disfrutar cada machista según sus circunstancias. Así ha sido durante siglos de cambios para que todo siga igual, y así será ahora si no somos conscientes de su estrategia y no desarrollamos medidas de prevención y protección.
Detener estos nuevos cambios adaptativos también es fundamental para erradicar de la cultura sus referencias y alcanzar definitivamente la Igualdad. El ejemplo lo tenemos en estas modificaciones que hemos comentado. Si los asesinos son capaces de cambiar ante la percepción del rechazo social, el machismo también cambiará cuando ese rechazo de la sociedad se dirija a todas las conductas normalizadas, justificadas y perdonadas que forman parte de la desigualdad.
El machismo va en serio con su violencia, pero es falso y falaz... En cambio, la Igualdad es verdadera y sincera. Por ello debemos tomárnosla muy en serio y situarla en el lugar donde el machismo lo está impidiendo. Justo donde le corresponde desde hace miles de años.
Este post fue publicado inicialmente en el blog del autor