Los más jóvenes en política, aquellos que son los más llamados a enmendar las graves circunstancias que afectan a una gran parte de la juventud española -víctima de la precariedad, el desempleo y la falta de expectativas para su porvenir-, pidieron ayer la inmediata dimisión del ministro Fernández Díaz, que lo es de Interior o Gobernación (según Franco), porque a la hora de explicar por qué recibió en su despacho oficial a un presunto delincuente llamado Rodrigo Rato, se rio de la inteligencia de sus conciudadanos al alegar que su amigo de muchos años y familia habían recibido graves amenazas en las redes sociales.
El tal don Rodrigo, como se sabe, que disfruta de una relajadas y frescas vacaciones en Gijón sin que se le note muy preocupado por su seguridad, se había expresado en sentido muy distinto, pues su presencia en el Ministerio obedeció, según sus palabras, a lo suyo, entendiendo por tal su imputación por los supuestos delitos de fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. Al menos, no hay nada que más lo caracterice últimamente.
Si así fuera -y no hay motivo para no creer en este caso a don Rodrigo-, la entrevista podría tener consecuencias benefactoras de cara a la Justicia para el presunto delincuente, que el ministro del Interior ha optado por disfrazar como cuestiones de seguridad propias de su departamento, cuestiones que nadie se ha creído y que parecen haber sido elegidas con tanta torpeza como desesperación para tratar de justificar lo injustificable.
Los más jóvenes en política no conciben que, tras una comparecencia tan desfachatada, el ministro no dimita, dada la imposibilidad de que lo cese don Mariano, responsable al cabo de que Fernández Díaz recibiera a Rato. Se conoce que al vigente Gobierno no le importa acumular más desvergüenza en su gestión, incluso en vísperas de las próximas elecciones generales. Lo cierto es que nunca un ministro del Partido Popular fue tan nefasto, ni nunca se pareció más su departamento a los del Gobernación de la extinta dictadura gracias a su Ley Mordaza, descalificada internacionalmente.
El tal don Rodrigo, como se sabe, que disfruta de una relajadas y frescas vacaciones en Gijón sin que se le note muy preocupado por su seguridad, se había expresado en sentido muy distinto, pues su presencia en el Ministerio obedeció, según sus palabras, a lo suyo, entendiendo por tal su imputación por los supuestos delitos de fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales. Al menos, no hay nada que más lo caracterice últimamente.
Si así fuera -y no hay motivo para no creer en este caso a don Rodrigo-, la entrevista podría tener consecuencias benefactoras de cara a la Justicia para el presunto delincuente, que el ministro del Interior ha optado por disfrazar como cuestiones de seguridad propias de su departamento, cuestiones que nadie se ha creído y que parecen haber sido elegidas con tanta torpeza como desesperación para tratar de justificar lo injustificable.
Los más jóvenes en política no conciben que, tras una comparecencia tan desfachatada, el ministro no dimita, dada la imposibilidad de que lo cese don Mariano, responsable al cabo de que Fernández Díaz recibiera a Rato. Se conoce que al vigente Gobierno no le importa acumular más desvergüenza en su gestión, incluso en vísperas de las próximas elecciones generales. Lo cierto es que nunca un ministro del Partido Popular fue tan nefasto, ni nunca se pareció más su departamento a los del Gobernación de la extinta dictadura gracias a su Ley Mordaza, descalificada internacionalmente.