Imagen: campaña publicitaria de ZARA
La publicidad ha sido, es y seguramente seguirá siendo, una de las más potentes formas de comunicación. Hacerlo de manera responsable, teniendo en cuenta que su objetivo es precisamente el de persuadir y conseguir un comportamiento especifico a través de sus mensajes, es imprescindible.
El problema es que a día de hoy, muchas marcas de renombre y agencias de publicidad se niegan a asumir dicha responsabilidad, reproduciendo estereotipos erróneos, fomentando la cosificación y perpetuando unos roles que refuerzan las desigualdades y, por tanto, cimientan el terreno a las distintas formas de violencia.
La ultima campaña de otoño de la marca Zara ha levantado la polvareda en las redes sociales, incluso entre sus comprador@s, pues en una de sus imágenes muestra a dos chicas que lucen vestidos de fiesta mientras están tendidas en el suelo en medio de un matorral; que según la respuesta de varios menores al ver la foto de marras, parecían muertas, justo en una semana en la cual cuatro mujeres y cuatro menores fueron asesinados por hombres que se han creído ese rol autoritario y de dominación.
Esto me recuerda a las desafortunadas campañas de la marca Desigual, quienes incluso llegaron a reconocer que lo hacían con el objetivo de generar polémica sobre sus campañas y así tener mayor repercusión. ¿Es que acaso cabe manejar la idea de que las mujeres con tal de lucir una ropa determinada, somos tan irresponsables como para pinchar un preservativo? ¿Acaso no somos conscientes de los riesgos que eso genera a la salud o de que la maternidad/paternidad no debería ser una decisión consensuada? Esto por poner un ejemplo, pues si entramos en el clásico estereotipo de la publicidad de productos de limpieza o de cuidado personal, no acabaríamos nunca.
Frente a estas situaciones tan repetitivas, hay que destacar la importancia de acciones como las que lleva a cabo Yolanda Domínguez, artista visual y activista que, por medio de la ironía y la descontextualización, busca despertar la conciencia social, evidenciando aquellos mensajes que refuerzan los estereotipos y repercuten en el imaginario colectivo.
Pero está claro que urge una publicidad que se responsabilice del mensaje que trasmite, que entienda que la repetición de estereotipos sexistas no contribuye a la igualdad, y con ello dificulta el camino para la erradicación de la violencia de género.
Es evidente que seguir manejando esquemas de marketing equivocados, que siguen delimitando ciertos roles cuando vivimos en un entorno que aboga por la corresponsabilidad en la repartición de las labores de cuidado -de la misma manera que por la participación en cualquier ámbito laboral, sin distinguir género- tiene posiblemente dos caminos: o perpetuar concepciones erróneas o simplemente perder su objetivo fundamental, comunicar con una sociedad que dejara de escucharles. Porque esta claro que el rechazo a este tipo de mensajes es cada vez mayor entre mujeres y hombres.
Las facultades de Comunicación, al igual que el resto de la formación profesional, ya deberían incluir en sus programas esta perspectiva de género, pero nunca es tarde para hacerlo o para dejarse asesorar por quienes llevamos tiempo insistiendo en su importancia y trabajando en ello.