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¿Pero quién puede matar a una niña?

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La muerte de una sola niña puede conmover al mundo. Incluso su mera desaparición puede ocupar a la prensa y a la población occidental durante meses y hasta años, sobre todo si es rubia y tiene los ojos azules. Pero cuando se trata de la muerte de siete mil niñas indias al día, la cosa cambia. La cifra anónima y descomunal nos aleja de la posibilidad de identificarnos con esa barbarie, de la posibilidad de empatizar con ese torrente de sufrimiento inhumano.

En la población de la India faltan cuarenta millones de mujeres, asesinadas o no nacidas a causa del feminicidio. Estamos hablando de una cifra comparable al total de la población española. Las causas de este vacío son la selección prenatal, el infanticidio (!) a manos de los propios padres y el asesinato o el suicidio de mujeres para evitar la carga de la dote o en venganza por no satisfacerla adecuadamente, realidades insoportables de la sociedad india.


En la población de la India faltan cuarenta millones de mujeres, asesinadas o no nacidas a causa del feminicidio.


El principal mandatario de este país, el primer ministro Narendra Modi, está intentando hacer algo por frenar la monstruosidad cultural que es el infanticidio de niñas. A comienzos de este verano impulsó la campaña Salva a tu hija, educa a tu hija en las redes sociales, instando a los padres a hacerse un selfie con su hija bajo el hashtag #SelfieWithDaughter, como expresión de su amor por ellas. Los doce millones de seguidores del primer ministro en Twitter funcionaron como una buena caja de resonancia y el primer día se subieron 59.000 fotos.

La evidencia de los efectos de la agresión mortífera contra mujeres y niñas se pone de manifiesto ante el hecho de que en la India hay solo 940 mujeres por cada mil hombres, cuando la tendencia mundial es un tozudo 50/50 de nacimientos repartidos entre los dos sexos. ¿Dónde están los dos millones y medio de niñas menores de seis años que desaparecen anualmente? Se trata de nada menos que 7.000 niñas menos cada día, algunas asesinadas nada más nacer. A veces escuchamos como normal la frialdad de una estadística por falta de marco de referencia, cuando en realidad es devastadora hasta el paroxismo. Porque decir "7.000 niñas al día" debe hacernos parar a pensar: estamos hablando de cinco niñas cada minuto, una cada doce segundos. ¿Es eso siquiera concebible?

No basta con explicar el lugar atribuido a las mujeres en la India -y en tantas otras partes del mundo, incluida Europa- apelando a la cultura y la tradición, ni a una educación insuficiente, ni a la falta de recursos. Eso no lo explica todo. Solo se explica si la devaluación que se hace de estas niñas y mujeres hasta llevarlas a la muerte o a denegarles el derecho a la vida, redunda en el beneficio de otro. Por eso creo que no se puede exculpar a quien contempla impávido cómo se asesina a niñas y mujeres como parte de un sistema que le beneficia y le permite mantener así intactos sus privilegios. En la India, este fenómeno tiene que ver con las cuantiosas dotes que los padres tienen que pagar para casar a sus hijas, mientras que son las familias con hijos varones las que reciben ese dinero, una práctica que aún sigue vigente, a pesar de estar ilegalizada desde los años sesenta. Y aunque también están prohibidas las ecografías para averiguar el sexo del bebé, se siguen realizando los abortos selectivos.


No se puede exculpar a quien contempla impávido cómo se asesina a niñas y mujeres como parte de un sistema que le beneficia y le permite mantener así intactos sus privilegios.


El primer ministro indio se dirige con su mensaje en particular a los hombres de su país, apelando a reforzar el vínculo entre padre e hija. Porque el feminismo es también cosa de hombres, o lo que es lo mismo, los derechos humanos son cosa de todos. Algunos piensan que el mensaje feminista es radical y está caduco, otros consideramos que nos incumbe más que nunca, también a los hombres. Así es como ha surgido la asociación MenEngage, una alianza global de ONGs en la que participan hombres de más de 700 organizaciones de todo el mundo que trabajan por la igualdad de género. Quizás el término igualdad no sea el más adecuado para hablar de la revalorización de lo femenino, que adquiere toda su potencia cuando se diferencia de lo masculino. Pero cuando la discriminación daña tan radicalmente a las mujeres, reivindicar una igualdad en los derechos y en el trato, no admite matices críticos.

"Las mujeres representan el cincuenta por ciento de la población mundial, realizan dos tercios del total de horas de trabajo, reciben solo una décima parte del total mundial de salarios y poseen menos del uno por ciento de las propiedades mundiales." Esta rotunda estadística la publicó hace ya años la prestigiosa Humphrey School of Public Affaires, y aún se menciona por la concisión incontestable con la que retrata el enorme abismo de injusticia que se abre bajo los pies de las mujeres y ante los ojos de los hombres. Quiero pensar que estas estadísticas de 1985 habrán mejorado algo, pero me temo que no mucho, sin duda, no lo suficiente. Y de lo que estoy seguro es que ni de lejos vivimos en un mundo en el que a las mujeres se les reconozca y se les atribuya su verdadero valor y aportación.

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