Cuando uno se asoma por la boca de metro de Keleti, en el centro de Budapest, el panorama que se contempla es imponente. El amplio y renovado pasaje subterráneo frente a la antigua estación de tren austrohúngara es una de las denominadas "zonas de tránsito" por las que acampan por unas horas o unos pocos días los miles de migrantes y refugiados que siguen la ruta de los Balcanes occidentales por Grecia, Macedonia y Serbia. El pasado sábado acogía a varios centenares de personas, sobre todo familias con niños, algunos de ellos de tan solo semanas de edad, y grupos de adolescentes y hombres jóvenes.
El ambiente no era festivo porque las condiciones son precarias: hay una fuente de agua para todos los allí alojados, muy pocos urinarios portátiles, las camas son simples esterillas sobre el suelo y el reparto de comida generó carreras y algunos forcejeos. Pero se respiraba una atmosfera tranquila de niños jugando al balón, gente descansando y ropa recién lavada. De hecho, los voluntarios destacan la actitud "tranquila, humilde y positiva" de la mayoría de los acampados. Aun así, la relativa paz del lugar no esconde la dureza del viaje hasta Budapest, que dura entre tres semanas y seis meses. Junto a una columna lloraba un adolescente que parecía haber recibido una mala noticia mientras era consolado por sus compañeros de travesía. Un poco más lejos, un hombre de unos veinte años tendido en el suelo junto a un par de muletas mostraba una larga y reciente cicatriz en la pierna.
La zona de tránsito de Keleti es una de las designadas oficialmente por la Administración húngara en las principales estaciones de tren en Budapest. Aunque las líneas internacionales están vetadas, muchos refugiados circulan en tren sin impedimento por el interior del país, lo que convierte las estaciones en puntos de descanso y reencuentro. La frontera con Serbia se cruza a pie para después saltar la inoperante valla de alambre de espino en la que el Ejecutivo de Viktor Orbán se ha gastado el equivalente a once años de presupuesto del Estado para refugiados con el fin de demostrar a sus votantes que el Gobierno trata con mano dura a los extranjeros. La implicación de las autoridades húngaras se completa con la habilitación de campos de refugiados en varios puntos del país, carteles pagados con dinero público con mensajes como "No queremos inmigrantes ilegales" y la amenaza de enviar al ejército a reforzar la frontera sur del país.
Si el papel del Gobierno húngaro en esta crisis prácticamente oscila entre la inacción y la agresión a migrantes y refugiados, la solidaria reacción de la sociedad civil es más que reseñable, especialmente en un país poco propenso a la movilización ciudadana. Sin el trabajo de los voluntarios y las muchas donaciones particulares de comida, ropa, calzado y artículos de higiene personal la situación sería probablemente insostenible. Una voluntaria húngara de Szeged, que trabaja como investigadora en la universidad, cuenta que los primeros grupos de apoyo se formaron espontáneamente el pasado mayo en esta ciudad del sur de Hungría situada a pocos kilómetros de la frontera con Serbia. Compuesto por profesores universitarios, desempleados, pensionistas, amas de casa y estudiantes, el grupo de Szeged ha sido objeto de amenazas e intentos de agresión como el que sufrieron el 28 de junio por parte de cincuenta a sesenta miembros de la organización de ultraderecha húngara Betyársereg, y que requirió la intervención de la policía. Ayer lunes preparaban casi 1.000 bocadillos entre cinco voluntarios.
Los miles de voluntarios y anónimos donantes húngaros no solo están llevando a cabo un acto de generosidad y solidaridad sino que están enviando un mensaje a su Gobierno y a sus conciudadanos.
En Budapest, el trabajo en las zonas de tránsito se canaliza a través de organizaciones como Migration Aid y MIGSZOL, que antes de la emergencia o no existían o eran muy minoritarias. Organizan cursos rápidos de formación, como el celebrado el pasado 29 de agosto en la estación de Nyugati. Una veintena larga de personas, en su mayoría mujeres húngaras pero también algunos extranjeros residentes en Budapest, recibió recomendaciones para ayudar a los refugiados en su viaje y evitar ser acusados de colaborar en el tráfico de personas por las autoridades húngaras. Las instrucciones son dirigir a los refugiados a los campos construidos por el Gobierno, no prestar el teléfono para hacer llamadas, ni transportarles o alojarles en el coche o la vivienda propios. Dado que la inmensa mayoría de los refugiados quieren proseguir su camino hacia Alemania y otros países del norte de Europa, en la práctica se les recomienda cruzar a pie la frontera con Austria y tratar de no ser registrados por la policía. Se trata de evitar su devolución posterior a Hungría por la aplicación de las reglas del Convenio de Dublín, que afecta sobre todo a los países de la frontera sur del espacio Schengen como Hungría, Grecia o Italia, ya que obliga a que los solicitantes de asilo permanezcan en el primer país al que han llegado. Aun así, la confusión es grande, especialmente después de que ayer lunes las autoridades húngaras permitieran salir varios "trenes especiales" de incierto estatus administrativo para llevar refugiados directamente a Alemania desde Budapest.
Dos voluntarias españolas del grupo de la estación de Nyugati son Meli y Lucía, ambas residentes en la capital húngara. Después de atender el curso de formación, Meli daba la bienvenida el pasado sábado por la tarde a un grupo de adolescentes afganos recién llegados desde el sur de Hungría. Uno de ellos, de trece años de edad, contaba que en su travesía de tres semanas habían volado en avión desde Afganistán a Irán y después atravesado a pie la frontera con Turquía por "unas montañas muy altas" donde "un hombre mayor que estaba enfermo" había muerto. Estaban viajando sin sus familias, traían algo de dinero, buscaban un sitio para cenar y le pedían amistad en Facebook a la voluntaria española. De hecho, Meli destaca lo "familiarizados que están con las redes sociales, se conectan a las wifis abiertas, han visto vídeos en Youtube de campos de refugiados como el de Debrecen, al que no quieren ir, están en contacto con familiares a través de Viber y planean rutas con Google maps". Estas tecnologías son "muy importantes para la reunificación de familiares y compañeros cuando se pierden en el camino". Por su parte, Lucía lleva varios días seguidos organizando actividades para niños, como concursos de dibujo, así como trabajando en el reparto de comida, en la que se prioriza a los recién llegados y a los niños. Su implicación no se limita a las zonas de tránsito. Ayer lunes por la noche, las dos españolas intervinieron tras sospechar que a un grupo de refugiados les estaban estafando doscientos euros en una de las calles cercanas a la estación de Nyugati por donde se aventuran los que traen algo de dinero que gastar.
El movimiento ciudadano surgido en torno a estas organizaciones de apoyo a los refugiados se tiene que leer también en clave de política interna. Los miles de voluntarios y anónimos donantes húngaros no solo están llevando a cabo un acto de generosidad y solidaridad sino que están enviando un mensaje a su Gobierno y a sus conciudadanos. Gracias a su labor, Hungría no es solo uno de los Estados Miembros más criticados por desatender a migrantes y refugiados y por dificultar su tránsito, sino también el de la solidaridad espontánea y la acogida humanitaria en la que se considera que es ya la mayor crisis humanitaria en Europa desde la segunda guerra mundial.
Sergio Tirado fue investigador doctoral en la Universidad de Europa Central, en Budapest, donde residió entre los años 2008 y 2013. El blog recoge las impresiones de su última visita a Hungría en agosto de 2015 y testimonios de voluntarias españolas y húngaras que colaboran en la atención a refugiados en las estaciones de tren en Budapest y Szeged.