Foto: Wikipedia.
Hace unos años se decidió dividir la costa sanitaria en 17 playas, una para cada región, que sería la responsable del servicio en las mismas. Todo se dividió en chiringuitos. Unos daban comidas, otros bebidas, aquellos tumbonas, estos clases de surf... Cada año que pasaba se iban sumando chiringuitos nuevos: que si transplantes, que si cirugía robótica, que si hospitalización a domicilio. Pero claro, aquello era inmanejable, se perdía muchísimo dinero en licencias, burocracias y comisiones. Se construyeron hospitales costosísimos sin que hiciera ninguna falta, se financiaban fármacos que no tenían eficacia clínica demostrada y todo tipo de novedades aunque no aportaran absolutamente nada a las medicinas ya existentes. Nunca pasaba nada. Pese a que derrocharan el dinero a espuertas todo seguía igual. Incluso en una playa decidieron que la gestión pasase a manos privadas por no considerarse ellos aptos para usar mejor los recursos. Aquello acabó como el rosario de la aurora con bañistas, socorristas y camareros protestando...
Reflexionaba estos días sobre esta situación. Me parece bien que surjan nuevos chiringuitos, allí uno que infiltra ácido hialurónico en rodillas sin que esté demostrada su utilidad, allá otro que usa gafas de Google en los quirófanos porque está de moda... tan solo pediría que mi dinero no se dedique a eso, que lo paguen de su bolsillo si lo desean o lo hagan de forma privada. Si me permiten decidir, preferiría que mis impuestos vayan a lo que ha demostrado utilidad y a lo que garantice la equidad sanitaria para todos y todas.
Para que una anciana de un pueblo de la Mancha tenga la misma accesibilidad a un médico que otra en Madrid o Barcelona, para que las sábanas de los cuerpos de guardia rural no estén rajadas, para que no sea necesario que, según qué zonas, un médico de familia tenga que atender a 80 pacientes al día.
Cama de un cuerpo de guardia en Castilla la Mancha. Foto del autor