Un auditorio a rebosar. De lujo. Un público variopinto, en el que predominan los hombres trajeados y las mujeres muy puestas. Y enfrente, un anciano menudo, de pelo blanco y aspecto frágil, pero capaz de remover al auditorio en pleno por dentro. Algunos comprenden su discurso, lo mal que vamos, y lo apoyan, incluso han venido con sus libros por si hay ocasión de que los firme. Otros no, otros mueven la cabeza, negando, cuando el anciano habla de la igualdad, del absurdo crecimiento, de la insolidaridad y la falta de ética. No dicen nada, pero se les nota nerviosos en el asiento. Estoy en la conferencia que Zygmunt Bauman, el sociólogo polaco, ha ofrecido en la Fundación Rafael del Pino. Es uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, autor de más de 50 libros y más de un centenar de ensayos. Premio Príncipe de Asturias en 2010. Un cerebro privilegiado.
Zygmunt Bauman, en la Fundación Rafael del Pino. |Foto: Fundación Rafael del Pino.
El último de sus libros tiene un título que lo dice todo siendo una pregunta: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? En cuanto sale a escena, no tarda en dar su respuesta, porque comienza haciendo un retrato patético de este mundo: "Vale sí, hay mil millones menos de pobres que hace unas décadas, pero no podemos dejar de ver la diferencia en los países desarrollados entre los ricos y los que no lo son no deja de aumentar". Zygmunt nos dice a la cara que, además, lo peor es que esa situación nos importa un bledo: "Somos indiferentes a los pobres porque hemos ahogado el impulso natural a ayudar al otro, las normas éticas están en crisis total porque lo que prima ahora es la competencia".
¿Y cómo hemos llegado a esta situación? Para Bauman es "el sedimento de decisiones pasadas", del mismo modo que las tomemos ahora lo será para nuestros nietos y bisnietos, "si seguimos escudados en que no hay otra alternativa".
Foto: Rosa M. Tristán.
Todo lo que dice lo voy apuntando. Para contarlo después.
Si mala es la situación, asegura, lo peor es que la soportemos sin hacer nada porque se fundamenta en tres creencias que se han hecho fuertes, y que hay que desterrar. "La primera es creer que cualquier problema social se soluciona aumentando el PIB. Y si no crece, cunde el pánico, todo va mal, y nos olvidamos de que hay otras formas de resolverlos, como es distribuyendo la riqueza de otra forma" (detecto movimientos en algunos asientos). Un ejemplo, recuerda, es lo que ocurrió cuando se descubrió petróleo en el Mar del Norte en los dos países beneficiados: Gran Bretaña bajó los impuesto a los ricos, pensando que aumentaría la riqueza general; Noruega lo invirtió en servicios sociales públicos, en educación, en sanidad... El resultado es evidente. "Hoy se nos olvida que el Estado de bienestar no es invento de las izquierdas, sino de un liberal, tras la II Guerra Mundial", señala. Pero acabamos con él.
Foto: Rosa M. Tristán.
Bauman nos recuerda que el aumento del PIB "no distribuye la riqueza de forma equitativa, como se ve en Estados Unidos, donde desde 2007 el 93% de esa riqueza ha quedado en manos del 1% de la población porque crecer no cura el mal, sino que lo agrava, pero esa creencia hace que no se proteste". Para el sociólogo, además, no es una desigualdad natural, ni voluntaria, por mucho que algunos lo crean así.
COMPRAR "TRANQUILIZANTES DE DESHECHOS HUMANOS"
"La segunda es creer que la búsqueda de la felicidad está en las tiendas", continúa, "y no contamos con otros caminos para encontrarla, como es el orgullo del trabajo bien hecho, de contribuir a la sociedad, de colaborar con otros para crear, del esfuerzo productivo, no del consumo". Sin embargo, lo que ocurre, según sus palabras, es que "estamos capitalizando los sentimientos humanos, incluso la amistad o el amor" porque "ahora amar a alguien no es pasar más tiempo con esa persona, cada día estamos más 'enchufados' al trabajo, pasamos menos tiempo con la familia, y para compensar la culpa, compramos regalos valiosos. Las compras son tranquilizantes a deshechos humanos, a sentimientos de culpabilidad".
Llegamos a este punto, Zygmunt recapitula y recuerda que sólo estas dos creencias son ya imposibles: "Tanto el aumento del PIB como entender que 'la felicidad es el consumo' parten de que los recursos del planeta son infinitos y no es así. Ya gastamos un 50% más de lo que se puede".
La tercera creencia falsa es creer en las bondades del individualismo. "Desde 1970 se ha liberalizado el trabajo, las ventajas de los convenios colectivos desaparecieron y también la solidaridad entre los trabajadores. Ahora solo hay competencia: el compañero es el enemigo en potencia ante el riesgo de un despido" (cómo me suena eso). "Encima nos venden el estar en paro como un fracaso personal. Es mi culpa, mi incapacidad. Así pasa hoy con los jóvenes (¿se refería a España?), que quedan excluidos de la sociedad, marginados por no poder acceder a un empleo".
Bauman. La foto salió 'líquida'. Foto: Rosa M. Tristán.
Finalmente llegamos a su concepto innovador de "modernidad líquida". A un momento en la historia diferente en el que Estado y poder no están juntos, como en el pasado. El Poder, con mayúsculas, "se diluye, se mueve en el espacio sin que nadie lo controle, cuando la política sigue anclada en como era en el siglo XIX". "Es -señala- un poder extraterritorial, el de las empresas, que emigra de un país a otro". Y añade que antes los empresarios dependían de sus obreros pero "ahora ha desaparecido esa dependencia mutua de forma unilateral. El empresario siempre se puede ir a otro lugar a agrandar su fortuna, y la gente se siente humillada, indefensa. La desigualdad ha cambiado el rostro, pero existe", denuncia. Y a continuación acusa: "En la sociedad líquida, no hay sentimiento de responsabilidad empresarial. Los que tienen más recursos tienen más movilidad, mientras miles de personas, que no encuentran trabajo en España (ahora sí especifica), están atrapadas, no pueden irse. Y en ese abandono tienen dos mundos: el real y el virtual. En el ON LINE se conectan con fotos, no con seres humanos. Es fácil hacer relaciones, y romperlas en el mundo 'on line'. Y eso lo hace atractivo".
A estos argumentos responderá luego su colega español Víctor Pérez Díaz con un discurso mucho más deslabazado, con tecnicismos, pero hablando de cómo la sociedad debe establecer "sistemas de vigilancia de los poderes desde abajo, una vigilancia por una comunidad política virtual", y de los mercados emergentes (China, India....), y del necesario crecimimiento: "Los mercados y las política liberales aportan recursos, sirven de reguladores, pero bajo el control social". Ninguna referencia a cómo seguir creciendo indefinidamente en un planeta tan pequeño como éste.
Pérez Díaz hace también hincapié en que el sistema falla en el sur de Europa por "malos políticos y malos hábitos sociales, una educación de baja calidad, poca tendencia a innovar, baja participación..." No por el sistema en sí: "Los que creemos en la democracia pensamos que es el único camino si hay una masa crítica de vigilantes sociales, efectiva, que lucha contra la corrupción".
Pero a Bauman esa vigilancia virtual no le convence: "Facebook es esa red donde puedes tener 100.000 amigos, cuando yo en 88 años no he tenido más de 500. Pero triunfa porque la gente se siente sola, abandonada, y porque no son proletariado, sino precariado. Y las redes dan la sensación de no estar tan solo, de formar parte de algo". En el fondo, dice, "estamos en las puerta de la revolución cultural", frase que sirve de colofón.
Después los aplausos, el afán de parte del público por acercarse para que firme algún ejemplar de un libro que traen en el bolsillo. Y él anciano se agacha, en posturas imposibles, para atenderlos, incluso escribiendo en el suelo mientras sus asistentes intentan arrastrarlo fuera de la sala.
A la salida hay barullo, comentarios. Delante de mí, dos de los trajeados intercambian impresiones: "Eso de la igualdad es muy peligroso. Imagina, la uniformidad. Todos vestidos iguales". Sin palabras.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de la autora, Laboratorio para Sapiens.
Zygmunt Bauman, en la Fundación Rafael del Pino. |Foto: Fundación Rafael del Pino.
El último de sus libros tiene un título que lo dice todo siendo una pregunta: ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? En cuanto sale a escena, no tarda en dar su respuesta, porque comienza haciendo un retrato patético de este mundo: "Vale sí, hay mil millones menos de pobres que hace unas décadas, pero no podemos dejar de ver la diferencia en los países desarrollados entre los ricos y los que no lo son no deja de aumentar". Zygmunt nos dice a la cara que, además, lo peor es que esa situación nos importa un bledo: "Somos indiferentes a los pobres porque hemos ahogado el impulso natural a ayudar al otro, las normas éticas están en crisis total porque lo que prima ahora es la competencia".
¿Y cómo hemos llegado a esta situación? Para Bauman es "el sedimento de decisiones pasadas", del mismo modo que las tomemos ahora lo será para nuestros nietos y bisnietos, "si seguimos escudados en que no hay otra alternativa".
Foto: Rosa M. Tristán.
Todo lo que dice lo voy apuntando. Para contarlo después.
Si mala es la situación, asegura, lo peor es que la soportemos sin hacer nada porque se fundamenta en tres creencias que se han hecho fuertes, y que hay que desterrar. "La primera es creer que cualquier problema social se soluciona aumentando el PIB. Y si no crece, cunde el pánico, todo va mal, y nos olvidamos de que hay otras formas de resolverlos, como es distribuyendo la riqueza de otra forma" (detecto movimientos en algunos asientos). Un ejemplo, recuerda, es lo que ocurrió cuando se descubrió petróleo en el Mar del Norte en los dos países beneficiados: Gran Bretaña bajó los impuesto a los ricos, pensando que aumentaría la riqueza general; Noruega lo invirtió en servicios sociales públicos, en educación, en sanidad... El resultado es evidente. "Hoy se nos olvida que el Estado de bienestar no es invento de las izquierdas, sino de un liberal, tras la II Guerra Mundial", señala. Pero acabamos con él.
Foto: Rosa M. Tristán.
Bauman nos recuerda que el aumento del PIB "no distribuye la riqueza de forma equitativa, como se ve en Estados Unidos, donde desde 2007 el 93% de esa riqueza ha quedado en manos del 1% de la población porque crecer no cura el mal, sino que lo agrava, pero esa creencia hace que no se proteste". Para el sociólogo, además, no es una desigualdad natural, ni voluntaria, por mucho que algunos lo crean así.
COMPRAR "TRANQUILIZANTES DE DESHECHOS HUMANOS"
"La segunda es creer que la búsqueda de la felicidad está en las tiendas", continúa, "y no contamos con otros caminos para encontrarla, como es el orgullo del trabajo bien hecho, de contribuir a la sociedad, de colaborar con otros para crear, del esfuerzo productivo, no del consumo". Sin embargo, lo que ocurre, según sus palabras, es que "estamos capitalizando los sentimientos humanos, incluso la amistad o el amor" porque "ahora amar a alguien no es pasar más tiempo con esa persona, cada día estamos más 'enchufados' al trabajo, pasamos menos tiempo con la familia, y para compensar la culpa, compramos regalos valiosos. Las compras son tranquilizantes a deshechos humanos, a sentimientos de culpabilidad".
Llegamos a este punto, Zygmunt recapitula y recuerda que sólo estas dos creencias son ya imposibles: "Tanto el aumento del PIB como entender que 'la felicidad es el consumo' parten de que los recursos del planeta son infinitos y no es así. Ya gastamos un 50% más de lo que se puede".
La tercera creencia falsa es creer en las bondades del individualismo. "Desde 1970 se ha liberalizado el trabajo, las ventajas de los convenios colectivos desaparecieron y también la solidaridad entre los trabajadores. Ahora solo hay competencia: el compañero es el enemigo en potencia ante el riesgo de un despido" (cómo me suena eso). "Encima nos venden el estar en paro como un fracaso personal. Es mi culpa, mi incapacidad. Así pasa hoy con los jóvenes (¿se refería a España?), que quedan excluidos de la sociedad, marginados por no poder acceder a un empleo".
Bauman. La foto salió 'líquida'. Foto: Rosa M. Tristán.
Finalmente llegamos a su concepto innovador de "modernidad líquida". A un momento en la historia diferente en el que Estado y poder no están juntos, como en el pasado. El Poder, con mayúsculas, "se diluye, se mueve en el espacio sin que nadie lo controle, cuando la política sigue anclada en como era en el siglo XIX". "Es -señala- un poder extraterritorial, el de las empresas, que emigra de un país a otro". Y añade que antes los empresarios dependían de sus obreros pero "ahora ha desaparecido esa dependencia mutua de forma unilateral. El empresario siempre se puede ir a otro lugar a agrandar su fortuna, y la gente se siente humillada, indefensa. La desigualdad ha cambiado el rostro, pero existe", denuncia. Y a continuación acusa: "En la sociedad líquida, no hay sentimiento de responsabilidad empresarial. Los que tienen más recursos tienen más movilidad, mientras miles de personas, que no encuentran trabajo en España (ahora sí especifica), están atrapadas, no pueden irse. Y en ese abandono tienen dos mundos: el real y el virtual. En el ON LINE se conectan con fotos, no con seres humanos. Es fácil hacer relaciones, y romperlas en el mundo 'on line'. Y eso lo hace atractivo".
A estos argumentos responderá luego su colega español Víctor Pérez Díaz con un discurso mucho más deslabazado, con tecnicismos, pero hablando de cómo la sociedad debe establecer "sistemas de vigilancia de los poderes desde abajo, una vigilancia por una comunidad política virtual", y de los mercados emergentes (China, India....), y del necesario crecimimiento: "Los mercados y las política liberales aportan recursos, sirven de reguladores, pero bajo el control social". Ninguna referencia a cómo seguir creciendo indefinidamente en un planeta tan pequeño como éste.
Pérez Díaz hace también hincapié en que el sistema falla en el sur de Europa por "malos políticos y malos hábitos sociales, una educación de baja calidad, poca tendencia a innovar, baja participación..." No por el sistema en sí: "Los que creemos en la democracia pensamos que es el único camino si hay una masa crítica de vigilantes sociales, efectiva, que lucha contra la corrupción".
Pero a Bauman esa vigilancia virtual no le convence: "Facebook es esa red donde puedes tener 100.000 amigos, cuando yo en 88 años no he tenido más de 500. Pero triunfa porque la gente se siente sola, abandonada, y porque no son proletariado, sino precariado. Y las redes dan la sensación de no estar tan solo, de formar parte de algo". En el fondo, dice, "estamos en las puerta de la revolución cultural", frase que sirve de colofón.
Después los aplausos, el afán de parte del público por acercarse para que firme algún ejemplar de un libro que traen en el bolsillo. Y él anciano se agacha, en posturas imposibles, para atenderlos, incluso escribiendo en el suelo mientras sus asistentes intentan arrastrarlo fuera de la sala.
A la salida hay barullo, comentarios. Delante de mí, dos de los trajeados intercambian impresiones: "Eso de la igualdad es muy peligroso. Imagina, la uniformidad. Todos vestidos iguales". Sin palabras.
Este artículo se publicó originalmente en el blog de la autora, Laboratorio para Sapiens.