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Soy miembro del club 'yo antes tenía'

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Yo antes tenía una casa. Solía irme de vacaciones. Yo antes compraba en centros comerciales, iba a la peluquería e incluso me hacían la pedicura. Ya no. Ahora soy miembro del club yo antes tenía.

Ahora vivo de alquiler, y me desespero a la espera de recibir un cheque que me permita pagar el alquiler. Aun así, soy afortunada de tener un piso con las comodidades básicas. A pesar de haber hecho una carrera en una prestigiosa universidad, y a pesar de mi sólida trayectoria profesional, no puedo encontrar trabajo. Hace tanto que no trabajo que ya me siento inservible.

Mi edad no ayuda. Pero estoy sana como una manzana, parezco bastante joven y aceptaría de buen grado un sueldo base. ¡Soy una ganga! Pero no. Ahora soy autónoma y cobro 15 dólares la hora, mientras que antes ganaba 100 dólares cada hora. De hecho, las tasas de autónomos han bajado hasta los 15 o 30 dólares la hora. Para llegar a fin de mes, también trabajo de asistenta (13,75 dólares la hora, es decir, unos 10 euros) y llevo una pequeña empresa local. Con todo, mis ingresos anuales están en torno a los 20.000 dólares (o lo que es lo mismo, no llegan a los 15.000 euros).

Me siento afortunada por vivir en Massachusetts, donde me pagan la seguridad social, y por gozar de buena salud física y mental. Sin embargo, hay días en los que pierdo la esperanza, y me veo dentro de 20 años viviendo en la miseria. Las amigas de mi edad que viven una situación financiera parecida están aterrorizadas por el futuro. Si no podemos encontrar un trabajo decente hoy en día, existen pocas posibilidades de que en el futuro consigamos un trabajo que nos permita obtener beneficios. En los últimos años hemos luchado, y hemos exprimido nuestros ahorros, pero ya no podemos rascar más la cartera. Así que nos vemos viejas, patéticas, agotadas, viviendo en una parada de autobús, guardando lo poco que tengamos en carritos de supermercado.

Para los yo antes tenía, todos los días son una lucha por mantener la esperanza. Miremos donde miremos, cualquier cosa nos recuerda lo que antes teníamos.

Los yo antes tenía solíamos trabajar para grandes y ricas empresas insertas en la burbuja laboral. No contábamos con la posibilidad del despido. Cuando me echaron, me dijeron que había supuesto una diferencia positiva para la empresa y que el valor de mis contribuciones era significativo. Estoy de acuerdo. Sé que, gracias a mí, mis jefes parecían excelentes. Soy completamente consciente de que mis contribuciones crearon la imagen de marca de la empresa. Pero parece que era prescindible.

Al entrar en los yo antes tenía, empecé negando mi condición. "¡No soy pobre!", me decía a mí misma con una risita nerviosa. Pero, a medida que iba cayendo más y más, me di cuenta de que lo más inteligente era acabar reconociendo la pobreza y tratar de aprovechar los beneficios disponibles. Hasta entonces nunca había sido pobre. No sabía cómo era eso de ser pobre. Pero, al final, he aprendido. La magnitud de mi vergüenza es inconmensurable. Es imposible explicárselo a la gente que no es pobre, a los yo tengo. Cuando voy al banco y suplico desesperada el pago que me deben, el empleado no tiene ni idea de lo terriblemente desesperada que estoy por el dinero. Y me dice: "Vuelva la semana que viene". Entonces, imploro con voz agradable pero sincera "¿no hay manera de que me rellenen ese cheque?". La respuesta es "no". Solo consiste en poner un bolígrafo sobre el papel, pero para los yo tengo, solo soy una piedra en el zapato.

A pesar de la desaparición de la clase media y la proliferación de los yo antes tenía, las grandes empresas estadounidenses se muestran tan indiferentes como cuando me despidieron. Recuerdo que los fines de semana y en vacaciones solía trabajar horas extra para una entidad financiera de Nueva Inglaterra. Me dolía el brazo de sacar tantas fotocopias, al tiempo que intentaba arreglar el atasco de papel de la máquina. Llevaba camisetas deportivas, pues a veces nos tocaba mover cajas de un local a otro. Ya veis, hice todo tipo de sacrificios por mantener mi trabajo.

Estos últimos años, John Boehner y el Congreso republicano han sido una prueba increíble de la despreocupación por los yo antes tenía. Su egoísmo no tiene rival: mientras que sus salarios rondan los 174.000 dólares anuales, más beneficios adicionales y la opción de votarse un aumento, se posicionan contra la reforma de la sanidad, paralizan conscientemente el gobierno, recortan ayudas alimenticias y suprimen subsidios por desempleo.

El Congreso no tiene valor para llamar a sus lobbies y a los mandamás e insistir para que contraten a más desempleados en las compañías de las que tanto alardean.

La prensa le llama "La gran recesión". En realidad, se trata de La gran estafa. El robo a la clase media (público, aunque a veces disimulado) ya se ha llevado a cabo, pero ahora sabemos quiénes lo han perpetrado. Sabemos quiénes son las empresas que carecen de coraje, escrúpulos o corazón para ayudarnos, quiénes son los responsables de la recesión y quiénes son los políticos que han aplicado políticas tóxicas. Los yo antes tenía no somos estúpidos.

Como miembro del club yo antes tenía, estoy más que enfadada. No soy una nunca tuve. Sé lo que es pagar las facturas a tiempo y que me quede para vivir. Me acuerdo de las vacaciones, de las pedicuras y de las cenas en restaurantes. Como yo antes tenía, sé exactamente lo que las grandes empresas, los lobbies y los políticos me han quitado. Los yo antes tenía y nuestros hijos no lo olvidaremos. Los yo antes tenía somos cultos. Muchos de nosotros y de nuestros hijos tenemos un talento impresionante, además de premios académicos. Sabemos cómo hacer las cosas. Y aunque todas las apuestas vayan en nuestra contra, no nos daremos por vencidos.

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