Hay en Cataluña una minoría que no es catalanista. ¿Qué se sabe de esa minoría? Muy poco. El nacionalismo, el soberanismo, el catalanismo, el independentismo ocupan tanto espacio público que nadie presta atención a esa minoría catalana que no se siente identificada con los símbolos o tradiciones catalanistas, o que no hace de ello un elemento central de sus convicciones políticas.
Sabemos que hay catalanes que viven al margen de la corriente principal. Sabemos que hay aproximadamente un 10% de catalanes que son aficionados al Real Madrid. En realidad, el Real Madrid es el segundo equipo de Cataluña, y triplica en seguidores al R.C.D. Español (estudio GESOP de enero 2009, Los catalanes y el Barça). Sabemos que la audiencia de TV3 en el área metropolitana de Barcelona es menor que en el conjunto de Cataluña, y que eso es coherente con los mapas de uso del catalán, porque en el área metropolitana de Barcelona es mayoritario el castellano como lengua habitual (Enquesta d'usos lingüístics. Gencat). Sabemos que el castellano es el idioma materno de más de la mitad (el 55%) de la población catalana (Idescat, 2008), pero eso no ha sido nunca motivo de cohesión política en Cataluña.
Un 27% de los catalanes considera poco o nada importante el debate sobre la relación entre Cataluña y el resto de España; un 16,7 % está de acuerdo con el actual nivel de autonomía; un 3% querría menos autonomía para Cataluña; un 11% desearía una España sin autonomías; un 23% de catalanes se declara muy o bastante español (Barómetro postelectoral del CIS, 2012). Por otras encuestas y sondeos sabemos que un 20% es contario al sistema de inmersión lingüística. Un 25% no cree que deba haber una consulta sobre la independencia.
Sabemos que, desde 1980, una parte de la población catalana (entre un 10% y un 20%) se abstenía de ir a votar en los comicios autonómicos, y que ese electorado regresaba a las urnas en las elecciones a Cortes, propiciando la victoria socialista en las elecciones generales. De eso se dedujo siempre que la abstención correspondía a electores socialistas que no se sentían interesados por la política catalana, o no sentían suficiente rechazo hacia el catalanismo de Jordi Pujol como para acudir a las urnas. Ya les parecía bien Jordi Pujol, para asuntos internos. (En los reproches entre socialistas, esto ha sido motivo de debate durante años, y lo sigue siendo: ¿los electores abandonaban a los socialistas en los comicios autonómicos porque el PSC era demasiado catalanista o porque la marca PSOE les hacía demasiado españolistas para unas elecciones catalanas?)
Hasta hace poco no hubo en Cataluña una fuerza política parlamentaria explícitamente contraria al catalanismo. Los socialistas, mientras consiguieron sumar las marcas PSC y PSOE, aglutinaban electores de muy diferente sensibilidad nacional. En el Partido Popular de Catalunya hubo y hay personas que simpatizan con la tradición catalanista. En el año 2006 nació Ciutadans, un partido que tiene su origen en "el ahogo de las políticas nacionalistas identitarias", según su declaración de principios. Su aparición y ascenso ha sido paralelo a la ocupación del espacio público por el independentismo. Se fundó en el año 2006, y en el año 2007 obtuvo 89.000 votos. En el año 2010, fueron 106.154 votos (3,39%). En el año 2012, un total de 275.007 (7,56%) votos. Las encuestas actuales auguran un ascenso, hasta el 12% ó el 15%.
En general, se acepta que la presión independentista ha provocado una reacción interna en contra. De ello podría deducirse que no toda la población de Cataluña ha compartido siempre el catalanismo, pero que la mayor parte de quienes no lo compartían, en todo caso lo aceptaban, con más o menos simpatía o indiferencia, sintiéndose reconocidos o protegidos por las instituciones españolas. La hipótesis de la independencia habría alertado a este sector de la población catalana, que ahora estaría buscando salida política.
Ciutadans crece a costa de Partido Popular y de PSC-PSOE. Es decir: no hay más votantes no catalanistas, pero estos buscan una opción nítida. Tal vez esa tendencia se corrija, tal vez no, pero las actuales encuestas sobre el futuro mapa político catalán indican que hay más catalanes dispuestos a explicitar con su voto el rechazo a los consensos del catalanismo. Si se confirmaran las encuestas, en el próximo Parlament habría una mayoría independentista, y también habría más diputados que nunca dispuestos a oponerse a la inmersión lingüística en la enseñanza, considerada por el catalanismo como el eje central para la unidad civil, el mejor instrumento para evitar la división entre castellanoparlantes y catalanoparlantes, y la garantía de que todos los catalanes conocen las dos lenguas. Si la apuesta de CiU por el independentismo provoca un aumento de esa minoría de rechazo, el catalanismo habrá hecho un negocio dudoso con el independentismo.
El expresidente del Gobierno José María Aznar dijo que no se rompería España sin que se rompiera Cataluña. Los nacionalistas catalanes hablaron de "la amenaza de Aznar". No se consideró un diagnóstico, sino una amenaza: Aznar amenaza con romper Cataluña.
En el reciente acto del PP en Barcelona, hubo discursos más tensos y discursos más suaves, pero ninguna referencia a la polémica lingüística en la enseñanza. Tal vez pueda tomarse ese silencio como un síntoma de una difusa conciencia general de estar jugando con fuego. Hay leyes polémicas, y sentencias judiciales polémicas, pero el presidente del Gobierno no quiso en Barcelona quedar prisionero de frases que pudieran impedirle eventuales futuros pactos.
El president Artur Mas apela con frecuencia a la unidad del pueblo de Cataluña en torno al catalanismo, pero esa unidad catalanista se ha dado siempre en el supuesto de pertenencia a España. ¿Es posible mantener esa unidad si cambia la premisa principal?
El último año ha mostrado que el independentismo tiene dificultades para dirigirse tanto a la minoría no catalanista como a la mitad de catalanes que tiene el castellano como lengua materna, y en general a los catalanes que tienen una relación afectiva con España. Mensajes de afecto hacia la lengua castellana no abundan desde el independentismo. Ni desde el catalanismo. Ni desde las instituciones catalanas. Los consejeros de Educación de la Generalitat se refieren sistemáticamente a la bondad de la inmersión lingüística apelando al correcto conocimiento del castellano por los alumnos catalanes, "en la media de otras comunidades monolingües". Olvidan estos gobernantes que muchos catalanes mantienen una relación afectiva con el castellano. Es su lengua materna. Son catalanes. La mayoría ha apoyado, o aceptado, aunque pudiera no compartir el criterio, que su lengua materna sea una asignatura más, no vehicular, en la escolarización de sus hijos, y tal vez esperarían de sus autoridades educativas, para reconocerse mejor en ellas, algún mensaje más allá de la corrección en el estricto cumplimiento de la obligación.
Entre los independentistas existe un debate más o menos soterrado: desaparecidas las instituciones españolas, ¿qué sucedería con el castellano en Cataluña? En general, se plantea la futura cooficialidad de catalán y castellano, manteniendo la discriminación positiva para el catalán. Algunos portavoces independentistas rechazan la cooficialidad. Oriol Junqueras, que es alcalde de Sant Vicenç dels Horts, una localidad de la comarca del Baix Llobregat, de mayoría castellanoparlante, ha propuesto abiertamente la futura cooficialidad de lenguas.
Es un tema polémico entre independentistas, aunque para un observador exterior puede parecer extravagante: ¿será oficial la lengua que es mayoritaria entre la población? En la ponencia política del partido de Junqueras, ERC, aprobada en junio de 2013, se elude un pronunciamiento claro mediante un largo circunloquio: la oferta pública de la futura república catalana se basará en "la aportación lingüística y cultural que hace Cataluña a la diversidad mundial". Si lo que se sugiere es que en una Cataluña independiente no habría oferta pública en castellano porque es un idioma que ya está ocupado en la diversidad mundial, parece algo forzado para justificar una posición previa.
Los dirigentes de CiU transmiten siempre que las dos lenguas mayoritarias de los catalanes convivirán sin problemas, y apelan a la comprensión de los más inflexibles. Jordi Pujol: "Hay que entender que el castellano tendría un papel importante en una Cataluña independiente".
En un folleto proindependentista de la Assemblea Nacional Catalana, titulado Siete dudas sobre la independencia, se lee lo siguiente: "Mi lengua es el castellano... ¿Mantendré mis derechos lingüísticos? Sí, el Estado catalán respetará tus derechos lingüísticos (...). El catalán es y ha de seguir siendo la lengua propia y común del país, pero a nivel personal cada cual podrá hablar la lengua que quiera".
La buena o mala fortuna de un folleto, de una declaración de un político o de una ponencia de partido tienen la importancia que tienen. En mi modesta opinión, de cara al futuro, ninguna. Un eventual cambio de soberanía supondría tal alboroto legal que provocaría escenarios muy distintos a los previstos por sus promotores.
La cuestión no está en el futuro, sino en el presente: al independentismo, centrado en la defensa de la lengua catalana, le cuesta transmitir que su proyecto va más allá de la Cataluña que se expresa en catalán, ve TV3, vive como si España fuera una mera realidad administrativa, como si la minoría no catalanista no existiera y como si el castellano en Cataluña fuera un accidente pasajero o en todo caso algo que hay que respetar, "nos guste más o menos". Puede que algo parecido a eso forme una mayoría en Cataluña, y hasta puede que sea hegemónico, pero no es Cataluña.
El deseo de independencia para Cataluña está por encima del 70% entre quienes se sienten más catalanes que españoles, y en el 91% entre quienes se sienten solo catalanes; pero está por debajo del 20% entre quienes se sienten tan catalanes como españoles, más españoles que catalanes o únicamente españoles. (GESOP para El Periódico, Catalunya y la independencia, septiembre de 2012). Eso no es una amenaza de Aznar. Es un indicador de que la propuesta de independencia abre una brecha entre catalanes según identidad y sentimiento de pertenencia. El independentismo identitario es a la vez motor y freno del proyecto Mas/Junqueras.
¿Cómo se resolverá eso en las urnas? Más tarde o más temprano, el independentismo se someterá a votación, diga lo que diga el artículo 2 de la Constitución. En referéndum, consulta o elecciones. Los catalanes llevamos votando desde 1977, y desde entonces siempre se han presentado opciones independentistas. Hasta 2012 no tuvieron respaldo mayoritario. Ahora sí lo tienen. Pronto volverá a votarse en Cataluña. Sabemos que el espacio político independentista se lo disputarán CiU y ERC. El espacio político no independentista está en obras.
¿Algún partido será capaz, desde un planteamiento contrario a la independencia, de formular una oferta electoral que convenza o no provoque el rechazo de una parte significativa de los independentistas? ¿Algún partido será capaz, desde un planteamiento proindependentista, de formular una oferta electoral que convenza o no provoque el rechazo de una parte significativa de los catalanes contrarios a la independencia? Por ahora, no parece que ninguna de las dos preguntas tenga respuesta afirmativa. La inercia más bien conduce a lo contrario.
Hay una minoría no catalanista en Cataluña. Está creciendo y, aunque siga siendo minoría, no se la podrá ignorar en la política catalana. Aparte de esta minoría no catalanista, el resto de Cataluña no es independentista. Hay un espacio político no independentista desorientado, que carece de oferta en positivo, pero no ha desaparecido. Si Más y Junqueras no logran conectar con los catalanes que viven ajenos a la corriente principal, los catalanes que no vibran con los símbolos nacionalistas y en cambio sí tienen una relación afectiva con España y la lengua española, se pueden encontrar con que la suma de los no catalanistas y los no independentistas forma una muy amplia minoría de bloqueo.
Expresado de otra manera: la dificultad española para integrar el catalanismo favorece el independentismo. La dificultad del independentismo para integrar a todos los catalanes favorece la unidad de España.
Ya lo decía Johan Cruyff: "Fin y cabo, fúbol es un juega de fallos de rival".
Sabemos que hay catalanes que viven al margen de la corriente principal. Sabemos que hay aproximadamente un 10% de catalanes que son aficionados al Real Madrid. En realidad, el Real Madrid es el segundo equipo de Cataluña, y triplica en seguidores al R.C.D. Español (estudio GESOP de enero 2009, Los catalanes y el Barça). Sabemos que la audiencia de TV3 en el área metropolitana de Barcelona es menor que en el conjunto de Cataluña, y que eso es coherente con los mapas de uso del catalán, porque en el área metropolitana de Barcelona es mayoritario el castellano como lengua habitual (Enquesta d'usos lingüístics. Gencat). Sabemos que el castellano es el idioma materno de más de la mitad (el 55%) de la población catalana (Idescat, 2008), pero eso no ha sido nunca motivo de cohesión política en Cataluña.
Un 27% de los catalanes considera poco o nada importante el debate sobre la relación entre Cataluña y el resto de España; un 16,7 % está de acuerdo con el actual nivel de autonomía; un 3% querría menos autonomía para Cataluña; un 11% desearía una España sin autonomías; un 23% de catalanes se declara muy o bastante español (Barómetro postelectoral del CIS, 2012). Por otras encuestas y sondeos sabemos que un 20% es contario al sistema de inmersión lingüística. Un 25% no cree que deba haber una consulta sobre la independencia.
Sabemos que, desde 1980, una parte de la población catalana (entre un 10% y un 20%) se abstenía de ir a votar en los comicios autonómicos, y que ese electorado regresaba a las urnas en las elecciones a Cortes, propiciando la victoria socialista en las elecciones generales. De eso se dedujo siempre que la abstención correspondía a electores socialistas que no se sentían interesados por la política catalana, o no sentían suficiente rechazo hacia el catalanismo de Jordi Pujol como para acudir a las urnas. Ya les parecía bien Jordi Pujol, para asuntos internos. (En los reproches entre socialistas, esto ha sido motivo de debate durante años, y lo sigue siendo: ¿los electores abandonaban a los socialistas en los comicios autonómicos porque el PSC era demasiado catalanista o porque la marca PSOE les hacía demasiado españolistas para unas elecciones catalanas?)
Hasta hace poco no hubo en Cataluña una fuerza política parlamentaria explícitamente contraria al catalanismo. Los socialistas, mientras consiguieron sumar las marcas PSC y PSOE, aglutinaban electores de muy diferente sensibilidad nacional. En el Partido Popular de Catalunya hubo y hay personas que simpatizan con la tradición catalanista. En el año 2006 nació Ciutadans, un partido que tiene su origen en "el ahogo de las políticas nacionalistas identitarias", según su declaración de principios. Su aparición y ascenso ha sido paralelo a la ocupación del espacio público por el independentismo. Se fundó en el año 2006, y en el año 2007 obtuvo 89.000 votos. En el año 2010, fueron 106.154 votos (3,39%). En el año 2012, un total de 275.007 (7,56%) votos. Las encuestas actuales auguran un ascenso, hasta el 12% ó el 15%.
En general, se acepta que la presión independentista ha provocado una reacción interna en contra. De ello podría deducirse que no toda la población de Cataluña ha compartido siempre el catalanismo, pero que la mayor parte de quienes no lo compartían, en todo caso lo aceptaban, con más o menos simpatía o indiferencia, sintiéndose reconocidos o protegidos por las instituciones españolas. La hipótesis de la independencia habría alertado a este sector de la población catalana, que ahora estaría buscando salida política.
Ciutadans crece a costa de Partido Popular y de PSC-PSOE. Es decir: no hay más votantes no catalanistas, pero estos buscan una opción nítida. Tal vez esa tendencia se corrija, tal vez no, pero las actuales encuestas sobre el futuro mapa político catalán indican que hay más catalanes dispuestos a explicitar con su voto el rechazo a los consensos del catalanismo. Si se confirmaran las encuestas, en el próximo Parlament habría una mayoría independentista, y también habría más diputados que nunca dispuestos a oponerse a la inmersión lingüística en la enseñanza, considerada por el catalanismo como el eje central para la unidad civil, el mejor instrumento para evitar la división entre castellanoparlantes y catalanoparlantes, y la garantía de que todos los catalanes conocen las dos lenguas. Si la apuesta de CiU por el independentismo provoca un aumento de esa minoría de rechazo, el catalanismo habrá hecho un negocio dudoso con el independentismo.
El expresidente del Gobierno José María Aznar dijo que no se rompería España sin que se rompiera Cataluña. Los nacionalistas catalanes hablaron de "la amenaza de Aznar". No se consideró un diagnóstico, sino una amenaza: Aznar amenaza con romper Cataluña.
En el reciente acto del PP en Barcelona, hubo discursos más tensos y discursos más suaves, pero ninguna referencia a la polémica lingüística en la enseñanza. Tal vez pueda tomarse ese silencio como un síntoma de una difusa conciencia general de estar jugando con fuego. Hay leyes polémicas, y sentencias judiciales polémicas, pero el presidente del Gobierno no quiso en Barcelona quedar prisionero de frases que pudieran impedirle eventuales futuros pactos.
El president Artur Mas apela con frecuencia a la unidad del pueblo de Cataluña en torno al catalanismo, pero esa unidad catalanista se ha dado siempre en el supuesto de pertenencia a España. ¿Es posible mantener esa unidad si cambia la premisa principal?
El último año ha mostrado que el independentismo tiene dificultades para dirigirse tanto a la minoría no catalanista como a la mitad de catalanes que tiene el castellano como lengua materna, y en general a los catalanes que tienen una relación afectiva con España. Mensajes de afecto hacia la lengua castellana no abundan desde el independentismo. Ni desde el catalanismo. Ni desde las instituciones catalanas. Los consejeros de Educación de la Generalitat se refieren sistemáticamente a la bondad de la inmersión lingüística apelando al correcto conocimiento del castellano por los alumnos catalanes, "en la media de otras comunidades monolingües". Olvidan estos gobernantes que muchos catalanes mantienen una relación afectiva con el castellano. Es su lengua materna. Son catalanes. La mayoría ha apoyado, o aceptado, aunque pudiera no compartir el criterio, que su lengua materna sea una asignatura más, no vehicular, en la escolarización de sus hijos, y tal vez esperarían de sus autoridades educativas, para reconocerse mejor en ellas, algún mensaje más allá de la corrección en el estricto cumplimiento de la obligación.
Entre los independentistas existe un debate más o menos soterrado: desaparecidas las instituciones españolas, ¿qué sucedería con el castellano en Cataluña? En general, se plantea la futura cooficialidad de catalán y castellano, manteniendo la discriminación positiva para el catalán. Algunos portavoces independentistas rechazan la cooficialidad. Oriol Junqueras, que es alcalde de Sant Vicenç dels Horts, una localidad de la comarca del Baix Llobregat, de mayoría castellanoparlante, ha propuesto abiertamente la futura cooficialidad de lenguas.
Es un tema polémico entre independentistas, aunque para un observador exterior puede parecer extravagante: ¿será oficial la lengua que es mayoritaria entre la población? En la ponencia política del partido de Junqueras, ERC, aprobada en junio de 2013, se elude un pronunciamiento claro mediante un largo circunloquio: la oferta pública de la futura república catalana se basará en "la aportación lingüística y cultural que hace Cataluña a la diversidad mundial". Si lo que se sugiere es que en una Cataluña independiente no habría oferta pública en castellano porque es un idioma que ya está ocupado en la diversidad mundial, parece algo forzado para justificar una posición previa.
Los dirigentes de CiU transmiten siempre que las dos lenguas mayoritarias de los catalanes convivirán sin problemas, y apelan a la comprensión de los más inflexibles. Jordi Pujol: "Hay que entender que el castellano tendría un papel importante en una Cataluña independiente".
En un folleto proindependentista de la Assemblea Nacional Catalana, titulado Siete dudas sobre la independencia, se lee lo siguiente: "Mi lengua es el castellano... ¿Mantendré mis derechos lingüísticos? Sí, el Estado catalán respetará tus derechos lingüísticos (...). El catalán es y ha de seguir siendo la lengua propia y común del país, pero a nivel personal cada cual podrá hablar la lengua que quiera".
La buena o mala fortuna de un folleto, de una declaración de un político o de una ponencia de partido tienen la importancia que tienen. En mi modesta opinión, de cara al futuro, ninguna. Un eventual cambio de soberanía supondría tal alboroto legal que provocaría escenarios muy distintos a los previstos por sus promotores.
La cuestión no está en el futuro, sino en el presente: al independentismo, centrado en la defensa de la lengua catalana, le cuesta transmitir que su proyecto va más allá de la Cataluña que se expresa en catalán, ve TV3, vive como si España fuera una mera realidad administrativa, como si la minoría no catalanista no existiera y como si el castellano en Cataluña fuera un accidente pasajero o en todo caso algo que hay que respetar, "nos guste más o menos". Puede que algo parecido a eso forme una mayoría en Cataluña, y hasta puede que sea hegemónico, pero no es Cataluña.
El deseo de independencia para Cataluña está por encima del 70% entre quienes se sienten más catalanes que españoles, y en el 91% entre quienes se sienten solo catalanes; pero está por debajo del 20% entre quienes se sienten tan catalanes como españoles, más españoles que catalanes o únicamente españoles. (GESOP para El Periódico, Catalunya y la independencia, septiembre de 2012). Eso no es una amenaza de Aznar. Es un indicador de que la propuesta de independencia abre una brecha entre catalanes según identidad y sentimiento de pertenencia. El independentismo identitario es a la vez motor y freno del proyecto Mas/Junqueras.
¿Cómo se resolverá eso en las urnas? Más tarde o más temprano, el independentismo se someterá a votación, diga lo que diga el artículo 2 de la Constitución. En referéndum, consulta o elecciones. Los catalanes llevamos votando desde 1977, y desde entonces siempre se han presentado opciones independentistas. Hasta 2012 no tuvieron respaldo mayoritario. Ahora sí lo tienen. Pronto volverá a votarse en Cataluña. Sabemos que el espacio político independentista se lo disputarán CiU y ERC. El espacio político no independentista está en obras.
¿Algún partido será capaz, desde un planteamiento contrario a la independencia, de formular una oferta electoral que convenza o no provoque el rechazo de una parte significativa de los independentistas? ¿Algún partido será capaz, desde un planteamiento proindependentista, de formular una oferta electoral que convenza o no provoque el rechazo de una parte significativa de los catalanes contrarios a la independencia? Por ahora, no parece que ninguna de las dos preguntas tenga respuesta afirmativa. La inercia más bien conduce a lo contrario.
Hay una minoría no catalanista en Cataluña. Está creciendo y, aunque siga siendo minoría, no se la podrá ignorar en la política catalana. Aparte de esta minoría no catalanista, el resto de Cataluña no es independentista. Hay un espacio político no independentista desorientado, que carece de oferta en positivo, pero no ha desaparecido. Si Más y Junqueras no logran conectar con los catalanes que viven ajenos a la corriente principal, los catalanes que no vibran con los símbolos nacionalistas y en cambio sí tienen una relación afectiva con España y la lengua española, se pueden encontrar con que la suma de los no catalanistas y los no independentistas forma una muy amplia minoría de bloqueo.
Expresado de otra manera: la dificultad española para integrar el catalanismo favorece el independentismo. La dificultad del independentismo para integrar a todos los catalanes favorece la unidad de España.
Ya lo decía Johan Cruyff: "Fin y cabo, fúbol es un juega de fallos de rival".