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Se acabó el baile de máscaras

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La amenaza sobre los derechos y la libertad de las mujeres que supone la penalización del aborto, que tanto preocupa en todos los foros internacionales, es el reflejo de que el cuerpo de las mujeres es un campo de batalla para la derecha española.

Son batallas recurrentes, que pasan como legado de padres a hijos (de Gallardón padre a Gallardón hijo) de lo que significa la auténtica derecha (esa derecha ultra, que no evoluciona, rancia y enemiga de las mujeres), esa que Rajoy calificaría de una derecha como Dios manda.

Sin embargo, la derecha europea, menos reaccionaria y más democrática, seguramente porque no le pesa tanto la herencia de la dictadura, tiene asimilado el debate del aborto desde hace décadas.

En Francia, la ministra conservadora Simone Veil defendió el derecho a decidir de las mujeres. En Alemania, ni Angela Merkel ni ningún Gobierno conservador anterior ha intentado en ningún momento eliminar su ley de plazos. Y, de igual modo, en el largo listado de la práctica totalidad de países europeos, donde el derecho a decidir se recoge en la ley de plazos.

Porque es evidente que cualquier país que respete a las mujeres como ciudadanas no coarta su derecho a decidir libre y responsablemente sobre su maternidad, y porque lo contrario es un retroceso democrático que produce graves problemas de salud pública y de inseguridad jurídica.

Pero ¿qué sucede con las mujeres del PP? ¿La vicepresidenta del Gobierno, empeñada en ser la cara joven, amable y de futuro del Ejecutivo? ¿La secretaria general del PP, madre a través de las técnicas de reproducción asistida cuando estaba soltera (según ella misma cuenta)? ¿La ministra de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, que siempre habla de modernidad y que está directamente concernida por la vertiente de sanidad e igualdad? ¿Y las diputadas del Congreso, que serán las ejecutoras últimas de la aprobación de esta ley? ¿Dónde están estas mujeres?

En el pleno de esta tarde las miradas se vuelven hacia ellas. Desde las asociaciones de mujeres, se les pedía responsabilidad y un pacto entre mujeres, como hubo ante la votación de la sucesión de la Corona en la Constitución. Hasta ahora ellas permanecen mudas, siendo obedientes cómplices. Claro está, la obediencia y la sumisión son mucho más confortables y fáciles (si eres de las que prefieren seguir las recomendaciones del arzobispado de Granada).

Ellas están consintiendo una traición de género que tendrán que soportar sobre sus biografías. Un ejercicio de hipocresía, en su caso más grave que el de sus compañeros varones. ¿O es que acaso estas mujeres nunca han abortado? ¿No tienen hermanas, hijas o amigas? ¿O es que confían en que, si llegase el caso, siempre podrán costearse un viaje a Londres o a cualquier ciudad europea?

Ellas tienen en sus manos poder frenar esta ley, sólo falta que se lo crean, que actúen unidas, y que quieran. Pero tampoco sería justo olvidar que el responsable principal es el presidente del Gobierno.

Lo que está claro es que hoy termina el baile de máscaras, con la votación secreta en el Congreso de los Diputados de la proposición socialista que pide la retirada del anteproyecto de penalización del aborto. Saldremos de dudas, el PP demostrará si, como declaran en los medios, hay quienes defienden la libertad de las mujeres distinguiéndose de Rajoy y Gallardón, o si por el contrario son todos lo mismo y las declaraciones que salen en prensa son sólo de cara a la galería.

En todo caso, la batalla en favor de la libertad de las mujeres promete ser dura y ni las mujeres, ni los y las socialistas, renunciamos a darla. Y, sobre todo, a ganarla.

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