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Abortos y madres

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Querer ser madre es la esencia de un estado del organismo que permite un desarrollo sano del feto pues implica, frente a una madre con rechazo y desamor, no solo no padecer estrés y sus consecuencias biológicas, sino posiblemente también evitar los cambios no deseables de la propia genética del feto (epigenética) que pudieran variar el rumbo y su destino natural, biológico y eventualmente social. Por eso el amor y cuido, aun inconsciente, de la madre por el feto es tan fundamental y real como lo es por el niño recién nacido.

El crecimiento de un embrión, y luego un feto en el útero materno, es el de un ser vivo que solo cuidándolo es posible que alcance la realidad plena de ser humano. Y eso, esa plenitud, solo se puede lograr con esa madre que acaricie y recree constantemente en su mente ese proyecto de ser humano, ese sueño de futuro. Y es que el vientre de la madre no es ningún pequeño baúl conteniendo un alma inmutable que se mueve dentro y es ajeno a ella. La madre no es el transporte pasivo de un bien que alguien, sea voz divina u otras, pueda intervenir o modificar en su destino. El embrión o el feto es un ser vivo cambiante, que se construye día a día acorde al dictado de sus propios genes y a los estímulos que recibe de la madre. Y esos estímulos vienen de un cuerpo, el de la madre, que también cambia, que ama y sufre y que con su amor o su sufrimiento libera sustancias y hormonas que modulan el desarrollo normal o pueden dañar el feto que lleva en su intimidad. La madre es un organismo neuro-psico-endocrino-inmunológico modulado por un estado neurovegetativo que, a su vez, también viene modulado por el ambiente físico-familiar-social-emocional que influye, decididamente, en el desarrollo normal del feto.

Madre-feto es una unidad funcional en cambio y crecimiento. En el feto, la construcción somática, pero sobre todo la modulación de la construcción de la fina arquitectura del cerebro, es altamente dependiente de los propios códigos genéticos que trae, pero que están a su vez modulados por las sustancias químicas liberadas por la madre (epigenética). Pues bien, es la madre y su voluntad de ser madre la que mantiene ese medio ambiente interno en el que vive el feto en óptimas condiciones, pero que puede ser alterado de forma profunda según fume, tome alcohol u otras drogas, se alimente bien o de modo desequilibrado y lleve una vida de sufrimiento y estrés (hormonas deletéreas para el buen desarrollo del cerebro del feto). Todo ello, suponiendo una disposición genética del feto normal, va a repercutir en cambios profundos en su desarrollo.

Pero es que tras el nacimiento, ese niño no está menos desamparado que cuando intrautero si no es querido, pues el niño recién nacido está bajo el amparo emocional casi exclusivo de la madre. Pocos saben que en pocas horas tras el parto el niño ya reconoce caras y muy poco meses después reconoce la cara única de su madre que es la que representa la salvaguarda de su existencia. En esa cara el niño siente el abrazo emocionalmente caliente en el que esconde, durante mucho tiempo, su identidad como ser humano. El niño recién nacido queda envuelto por las redes emocionales que construye la madre a su alrededor y que serán, a su vez, el embaste de su propia red emocional futura. Y es, por tanto, la madre la que sigue siendo, con su emoción, el artífice capaz de moldear la construcción básica de un buen ser humano.

¿Qué seres humanos queremos? ¿Habrá que decir a estas alturas que ante un embarazo, largo en tiempo y, para muchas mujeres, en angustias y sufrimientos, que es la madre el único eje, antes y después del nacimiento del niño, que no se puede quebrar ni al que se puede imponer una decisión? Que es la madre, desde dentro y sin imposiciones, ni restricciones, la que con su propio cuerpo desde la misma fecundación, abraza y ama y alberga con emoción a un nuevo ser, o lo desprecia y rechaza y no lo quiere. Yo entiendo que la mujer debiera ser el juez que decida si llevar hacia delante o no ese proyecto de ser humano. Bastante peso y sufrimiento conlleva esa toma de decisión última. Por eso, insisto, que ante el rechazo del embarazo por la madre, por causas cuales fueren, es preferible, si ella lo desea, un aborto físico en las primeras semanas que no un aborto social para toda una vida.

El mundo occidental está alumbrando una nueva cultura basada en cómo funciona el cerebro y en cómo, utilizando el método científico, el pensamiento crítico y a la luz del proceso evolutivo, construye el hombre el mundo en el que vive. A la luz de esa nueva cultura naciente, lejos de todo pensamiento mágico, quiero reconocer a la mujer como el verdadero artífice de todo ser humano bien nacido y después, bien construido. No empleemos pues nuestras fuerzas morales en luchar contra ningún aborto querido por la madre, y empleémoslas a favor de una madre y su voluntad de querer traer al mundo, y cuidar en el mundo, un ser humano querido.

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