El ex-primer ministro Enrico Letta ha dimitido este viernes. Una decisión obligada después de que el Partido Democrático decidiera quitarle la confianza y apoyar la formación de un nuevo gobierno por parte del neo-electo secretario Matteo Renzi. Este acontecimiento ha desconcertado a la opinión publica italiana y extranjera. Y es que la que podría ser vista como una más de las mil volteretas de la política italiana, esta vez acontecía por voluntad del personaje que había prometido acabar definitivamente con ellas. Después de haber construido su éxito sobre la promesa de liberar a Italia de las tramas poco transparentes de los partidos, Renzi ha decidido tomar el lugar de Letta sin pasar por las urnas, al más clásico estilo de la vieja política italiana.
Tras desvelarse esta jugada el pasado jueves, en una dramática reunión de la dirección del partido, el debate público se ha dividido en torno a tres hipótesis principales para explicar su lógica.
La primera hipótesis, sostenida por los detractores del joven líder, podría resumirse en la frase que hoy, sin esconder cierta satisfacción, difunden a los cuatro vientos: "¡te lo dije!". Según esta interpretación la ultima movida de Renzi no hace más que desenmascarar su ambición personal y sed de poder. Todo su discurso a favor de una radical reforma del sistema y de la necesidad de una ruptura neta con las liturgias de la política partidista no eran más que una cortina de humo útil para su afirmación política.
La segunda hipótesis entiende el homicidio político de Letta como una manera del sistema político italiano y de sus interpretes tradicionales de desactivar la fuerza innovadora de Renzi, "obligándolo" a formar un nuevo gobierno en un momento muy crítico y con escasas probabilidades de éxito. Como Letta, también Renzi deberá contar con la improvisada e incoherente mayoría parlamentaría que se formó tras el virtual empate en las ultimas elecciones. En esta situación, es difícil imaginar que el nuevo primer ministro pueda alcanzar de manera satisfactoria sus ambiciosos objetivos. Parece más plausible que debiendo enfrentar una grave situación de estancamiento económico en estas condiciones, su estrella política, como la de Letta, termine extinguiéndose. Un destino, éste , funcional al mantenimiento del estatus quo, y por lo tanto, apetecible tanto para sus adversarios "naturales" (Berlusconi, Liga Norte y Grillo) como para la minoría de su proprio partido, deseosa de revancha después de la dura derrota en las primarias del diciembre pasado.
La tercera hipótesis es aquella planteada por el propio Renzi al explicar públicamente su decisión de relevar a Letta. Para el secretario el plan original, que hasta hace dos semanas parecía proceder bien, ya no era viable. La idea inicial era que Letta se mantuviera en el gobierno resolviendo los problemas económicos mientras que Renzi orquestaba un arriesgado pacto con Berlusconi para llevar a cabo la reforma de la ley electoral y del Senado de la República. Si todo procedía según lo planeado, las reformas debían terminar a finales de año y, tras nuevas elecciones, proporcionar finalmente un gobierno estable al país. Sin embargo, a lo largo del último mes Renzi empezó a dudar. Por un lado, los resultados del gobierno Letta, tanto en términos económicos, como en la capacidad de traducir en leyes las iniciativas de reforma de Renzi, resultaban insatisfactorios. La imposibilidad de desvincularse del proceso, ya que el gobierno estaba presidido por un miembro de su mismo partido, socavaba seriamente las posibilidades futuras de Renzi y, al contrario, ofrecía a la oposición del Movimiento 5 Estrellas y del sempiterno Berlusconi razones para una critica feroz. Por otra parte, la posibilidad de volver a las urnas, que en principio hubiera sido la solución más lógica, resultaba inviable, ya que con la ley electoral vigente el único resultado posible hubiera sido una nueva e inútil gran coalición. Frente a este rompecabezas, Renzi decidió que debía tomar la iniciativa y asumir en primera persona la responsabilidad del gobierno. Desde su punto de vista, ya solo a través de una apresurada y enérgica acción reformadora era posible recuperar consensos y sacar a Italia del "pantano" en el que se encuentra.
Es difícil y seguramente prematuro intentar adivinar cual de las tres hipótesis se acerque más a la realidad. Lo que es cierto es que el de Matteo Renzi es un órdago lleno de riesgos. Puede que el camino elegido por el secretario para reformar en profundidad el sistema italiano sea el más rápido e inmediato, pero es sin duda también el más estrecho y levanta una serie de dudas. Por un lado, en un momento de fuerte escepticismo por parte de la opinión publica hacia la clase política, llegar al gobierno sin legitimación popular reconduce a Renzi a la imagen del típico político poco trasparente del cual los italianos no quieren saber más. Por otra parte, el éxito final de su apuesta es incierto. ¿Por qué deberían triunfar él y su ambicioso programa de reformas si cuenta con la misma, fragmentada y poco fiel mayoría parlamentaria de Letta?
La decisión tomada por Renzi, que a ojos de muchos representa una traición inaceptable de su proprio discurso, para él puede que sea una especie de "pecado original". Cabe preguntarse si para cambiar a la política italiana, llena de chacales y emboscadas, hubiese sido posible proceder con absoluta candidez. Lo que queda claro, es que abandonado el camino fuertemente idealista y formalmente irreprochable que había seguido hasta hoy, el joven secretario se decide por el camino maquiavélico. Un camino más tortuoso e impopular que, una vez seguido, podrá ser juzgado ya solo a la luz de sus resultados. Las expectativas son altas y los riesgos muchos, en este sentido, Renzi ha decidido jugárselas todas: o es capaz de cambiar a Italia o muere en el intento.
Tras desvelarse esta jugada el pasado jueves, en una dramática reunión de la dirección del partido, el debate público se ha dividido en torno a tres hipótesis principales para explicar su lógica.
La primera hipótesis, sostenida por los detractores del joven líder, podría resumirse en la frase que hoy, sin esconder cierta satisfacción, difunden a los cuatro vientos: "¡te lo dije!". Según esta interpretación la ultima movida de Renzi no hace más que desenmascarar su ambición personal y sed de poder. Todo su discurso a favor de una radical reforma del sistema y de la necesidad de una ruptura neta con las liturgias de la política partidista no eran más que una cortina de humo útil para su afirmación política.
La segunda hipótesis entiende el homicidio político de Letta como una manera del sistema político italiano y de sus interpretes tradicionales de desactivar la fuerza innovadora de Renzi, "obligándolo" a formar un nuevo gobierno en un momento muy crítico y con escasas probabilidades de éxito. Como Letta, también Renzi deberá contar con la improvisada e incoherente mayoría parlamentaría que se formó tras el virtual empate en las ultimas elecciones. En esta situación, es difícil imaginar que el nuevo primer ministro pueda alcanzar de manera satisfactoria sus ambiciosos objetivos. Parece más plausible que debiendo enfrentar una grave situación de estancamiento económico en estas condiciones, su estrella política, como la de Letta, termine extinguiéndose. Un destino, éste , funcional al mantenimiento del estatus quo, y por lo tanto, apetecible tanto para sus adversarios "naturales" (Berlusconi, Liga Norte y Grillo) como para la minoría de su proprio partido, deseosa de revancha después de la dura derrota en las primarias del diciembre pasado.
La tercera hipótesis es aquella planteada por el propio Renzi al explicar públicamente su decisión de relevar a Letta. Para el secretario el plan original, que hasta hace dos semanas parecía proceder bien, ya no era viable. La idea inicial era que Letta se mantuviera en el gobierno resolviendo los problemas económicos mientras que Renzi orquestaba un arriesgado pacto con Berlusconi para llevar a cabo la reforma de la ley electoral y del Senado de la República. Si todo procedía según lo planeado, las reformas debían terminar a finales de año y, tras nuevas elecciones, proporcionar finalmente un gobierno estable al país. Sin embargo, a lo largo del último mes Renzi empezó a dudar. Por un lado, los resultados del gobierno Letta, tanto en términos económicos, como en la capacidad de traducir en leyes las iniciativas de reforma de Renzi, resultaban insatisfactorios. La imposibilidad de desvincularse del proceso, ya que el gobierno estaba presidido por un miembro de su mismo partido, socavaba seriamente las posibilidades futuras de Renzi y, al contrario, ofrecía a la oposición del Movimiento 5 Estrellas y del sempiterno Berlusconi razones para una critica feroz. Por otra parte, la posibilidad de volver a las urnas, que en principio hubiera sido la solución más lógica, resultaba inviable, ya que con la ley electoral vigente el único resultado posible hubiera sido una nueva e inútil gran coalición. Frente a este rompecabezas, Renzi decidió que debía tomar la iniciativa y asumir en primera persona la responsabilidad del gobierno. Desde su punto de vista, ya solo a través de una apresurada y enérgica acción reformadora era posible recuperar consensos y sacar a Italia del "pantano" en el que se encuentra.
Es difícil y seguramente prematuro intentar adivinar cual de las tres hipótesis se acerque más a la realidad. Lo que es cierto es que el de Matteo Renzi es un órdago lleno de riesgos. Puede que el camino elegido por el secretario para reformar en profundidad el sistema italiano sea el más rápido e inmediato, pero es sin duda también el más estrecho y levanta una serie de dudas. Por un lado, en un momento de fuerte escepticismo por parte de la opinión publica hacia la clase política, llegar al gobierno sin legitimación popular reconduce a Renzi a la imagen del típico político poco trasparente del cual los italianos no quieren saber más. Por otra parte, el éxito final de su apuesta es incierto. ¿Por qué deberían triunfar él y su ambicioso programa de reformas si cuenta con la misma, fragmentada y poco fiel mayoría parlamentaria de Letta?
La decisión tomada por Renzi, que a ojos de muchos representa una traición inaceptable de su proprio discurso, para él puede que sea una especie de "pecado original". Cabe preguntarse si para cambiar a la política italiana, llena de chacales y emboscadas, hubiese sido posible proceder con absoluta candidez. Lo que queda claro, es que abandonado el camino fuertemente idealista y formalmente irreprochable que había seguido hasta hoy, el joven secretario se decide por el camino maquiavélico. Un camino más tortuoso e impopular que, una vez seguido, podrá ser juzgado ya solo a la luz de sus resultados. Las expectativas son altas y los riesgos muchos, en este sentido, Renzi ha decidido jugárselas todas: o es capaz de cambiar a Italia o muere en el intento.