"Me gusta: Margen de error. Es uno de mis territorios favoritos". La comisaria Ruiz, una policía dura y concienzuda, ha recibido la fría estadística que supuestamente explica la cadena de suicidios en una empresa y, como una buena profesional, duda.
Dudar de todo no solo es una fuente de desconfianza que nos hace la vida más complicada, una cruz. Es también un don para todo policía, periodista, escritor o ciudadano que exija de su entorno una sociedad mejor. La duda ante las certezas alimenta el olfato y la verdad. Y es precisamente esa duda, ese territorio donde se quiebra la estadística, el motor silencioso de mi segunda novela, Margen de error.
Y es, también, una de las siete razones para creer en ella. Éstas son:
1- La duda. Es el recoveco perfecto para investigar, para escribir, para crear. El universo de certezas es tentador, pero, seamos honestos, nos paralizaría por completo. Dudar es empezar a crear.
2- La actualidad, la contemporaneidad. Leer novela negra suele ser un placer. Si, además, el telón de fondo es la batalla que nos ha tocado librar en estos días contra la codicia y el estupor, en un mundo poblado por gente inerme frente a los poderosos, es una necesidad. Escribirla es una necesidad.
3- La protesta. Se ha dicho que la novela negra es el género que hoy ha enarbolado la bandera social. Los abusos en la Irlanda de Benjamin Black, la asfixia económica de la Grecia de Petros Markaris o la corrupción política de la Italia de Camilleri nos acompañan ya tanto como los telediarios, pero de forma más divertida. Aquí serán los indignados, los desahucios y la terrible desigualdad, el universo de la corrupción empresarial que ha sido posible en este tramo de nuestro capitalismo, los que acompañarán al lector de Margen de error.
4- El aliento en la nuca, el crimen está cerca. Si la duda es el motor, que nadie piense que es diésel. El ritmo se dispara y alcanza el máximo de revoluciones. La novela no se puede dejar.
5- La mujer. La comisaria Ruiz nació en Verano en rojo para pintar a una mujer de hoy, movida por el tesón, la eficacia y la barrera infranqueable entre su trabajo y su vida. En Margen de error se topará con amenazas importantes a ese muro y tendrá más difícil dejar sus sentimientos en casa. Pero su bandera, seguir concentrada en su trabajo mientras los hombres pierden tiempo en airear su testosterona, está intacta.
6- El periodismo. Soy periodista y ese universo y toda su potencia de fuego no podía quedar fuera. Harta de asomarme a ficciones en las que el periodista suele ser el personaje sin moral y sin escrúpulos, aquí Luna nos hace querer un oficio en el que el olfato, las fuentes y la honestidad son la mejor herramienta. El pulso con los nuevos periodistas digitales, cargados de prisa y capacidad de búsqueda en Internet, será divertido. El negocio puede ir mal, pero el periodismo está vivo. Muy vivo.
7- Evasión. Nada de lo anterior tendría ningún valor si la novela no fuera una excusa para entretenerse un par de noches, para dejarse atrapar por una trama de justicia y pasar un buen rato lejos del escenario real. Al terminarla, ya volveremos.
Dudar de todo no solo es una fuente de desconfianza que nos hace la vida más complicada, una cruz. Es también un don para todo policía, periodista, escritor o ciudadano que exija de su entorno una sociedad mejor. La duda ante las certezas alimenta el olfato y la verdad. Y es precisamente esa duda, ese territorio donde se quiebra la estadística, el motor silencioso de mi segunda novela, Margen de error.
Y es, también, una de las siete razones para creer en ella. Éstas son:
1- La duda. Es el recoveco perfecto para investigar, para escribir, para crear. El universo de certezas es tentador, pero, seamos honestos, nos paralizaría por completo. Dudar es empezar a crear.
2- La actualidad, la contemporaneidad. Leer novela negra suele ser un placer. Si, además, el telón de fondo es la batalla que nos ha tocado librar en estos días contra la codicia y el estupor, en un mundo poblado por gente inerme frente a los poderosos, es una necesidad. Escribirla es una necesidad.
3- La protesta. Se ha dicho que la novela negra es el género que hoy ha enarbolado la bandera social. Los abusos en la Irlanda de Benjamin Black, la asfixia económica de la Grecia de Petros Markaris o la corrupción política de la Italia de Camilleri nos acompañan ya tanto como los telediarios, pero de forma más divertida. Aquí serán los indignados, los desahucios y la terrible desigualdad, el universo de la corrupción empresarial que ha sido posible en este tramo de nuestro capitalismo, los que acompañarán al lector de Margen de error.
4- El aliento en la nuca, el crimen está cerca. Si la duda es el motor, que nadie piense que es diésel. El ritmo se dispara y alcanza el máximo de revoluciones. La novela no se puede dejar.
5- La mujer. La comisaria Ruiz nació en Verano en rojo para pintar a una mujer de hoy, movida por el tesón, la eficacia y la barrera infranqueable entre su trabajo y su vida. En Margen de error se topará con amenazas importantes a ese muro y tendrá más difícil dejar sus sentimientos en casa. Pero su bandera, seguir concentrada en su trabajo mientras los hombres pierden tiempo en airear su testosterona, está intacta.
6- El periodismo. Soy periodista y ese universo y toda su potencia de fuego no podía quedar fuera. Harta de asomarme a ficciones en las que el periodista suele ser el personaje sin moral y sin escrúpulos, aquí Luna nos hace querer un oficio en el que el olfato, las fuentes y la honestidad son la mejor herramienta. El pulso con los nuevos periodistas digitales, cargados de prisa y capacidad de búsqueda en Internet, será divertido. El negocio puede ir mal, pero el periodismo está vivo. Muy vivo.
7- Evasión. Nada de lo anterior tendría ningún valor si la novela no fuera una excusa para entretenerse un par de noches, para dejarse atrapar por una trama de justicia y pasar un buen rato lejos del escenario real. Al terminarla, ya volveremos.
Margen de error (Serie Negra, RBA), de Berna González Harbour, se presenta el 19 de febrero en la librería Lé de Madrid y el 8 de marzo en Negra y criminal, en Barcelona.