¿Cuando fue la última vez que un europeísta salió a la calle para poner el grito en el cielo ante la desfiguración de la idea de Europa que vive la UE estos días? No me refiero necesariamente a una manifestación, me refiero a un acto de protesta para expresar con rotundidad que la peor crisis europea es la que está desfigurando un proyecto cada vez más irreconocible.
A los que tenemos pasión por la idea de Europa nos resulta mucho más fácil asistir a un seminario o escribir un artículo que alzar la voz ante la peor de estas crisis: la que desfigura cada día un proyecto que nos sigue entusiasmando, a pesar de sus horas críticas.
Es verdad. La UE ha pecado desde sus orígenes de ser un proyecto algo elitista. Procesos complicados, difíciles de entender, métodos de toma de decisión increíblemente complejos. La participación en las elecciones en el Parlamento Europeo es un buen termómetro: desde las primeras de 1979 la participación no ha dejado de caer. Y eso que el Parlamento ha sido capaz vez más poderoso.
Pero la crisis ha cambiado algo que los europeístas no estamos sabiendo aprovechar. Hay por primera vez un espacio europeo. Se discute de Europa en cada capital de los 28 estados. Si algo positivo ha tenido la crisis ha sido la extensión en la ciudadanía del poder que tiene la UE para responder ante la crisis. Se habla casi siempre mal de Europa, pero se habla de ella.
¿A qué me refiero con desfiguración del proyecto originario? Ante los ojos de demasiados ciudadanos, esta UE se ha preocupado más por rescatar a los bancos que por organizar un plan de salvamento para los millones de jóvenes sin trabajo. Esta UE ha retorcido los procedimientos hasta tensionarlos al límite con sus esencias democráticas. Se han apartado a primeros ministros para poner a otros que nunca fueron elegidos, se ha impuesto la austeridad en unas condiciones rechazadas por la abrumadora mayoría de los europeos y todo ello en una Europa alemana en la que nada es posible sin el visto bueno de Berlín. Las fachada y la morada de esta Europa no aguantará en estas condiciones.
¿A alguien le extraña que los populistas que, si no lo evitamos, tendrán su gran festival en las próximas elecciones europeas, se muevan como pez en el agua entre los barros y los lodos de esta Europa? Su discurso simplificador y nacionalista tiene el viento en a favor. Como dijo en Bruselas hace unos días Anthony Giddens, los populistas monopolizan la pasión en el discurso europeo. ¿Cómo hemos dejado que sean los tecnócratas los proeuropeos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Nos hemos dedicado a ignorar a los populistas porque son en general bastante patéticos pero también porque sabemos que nos ponen cada vez más difícil defender una Europa que no se reconoce ante su propio espejo. El propio Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, lo ha ilustrado bien: "Esta UE no cumpliría los requisitos democráticos para ser admitida como nuevo estado miembro en la UE".
Los ucranianos que han salido a la calle para protestar porque su Gobierno se quiere alejar de Europa y acercarse un poco más a Moscú nos han recordado algunas cosas. La primera es que todavía hace más frío fuera de Europa. Estar en este euro es casi peor que ir al dentista, pero todavía hay cola para entrar en él. Segundo, los ucranianos nos han recordado a los europeístas que hay quien está dispuesto a pisar la calle por defender una Europa en la que estén dentro. Hágamoslo también nosotros de la manera que sea efectiva para defender nuestra Europa. Hagamos algo para que dentro de una década todavía siga haciendo más frío fuera de Europa que dentro. No debemos darlo por descontado.
A los que tenemos pasión por la idea de Europa nos resulta mucho más fácil asistir a un seminario o escribir un artículo que alzar la voz ante la peor de estas crisis: la que desfigura cada día un proyecto que nos sigue entusiasmando, a pesar de sus horas críticas.
Es verdad. La UE ha pecado desde sus orígenes de ser un proyecto algo elitista. Procesos complicados, difíciles de entender, métodos de toma de decisión increíblemente complejos. La participación en las elecciones en el Parlamento Europeo es un buen termómetro: desde las primeras de 1979 la participación no ha dejado de caer. Y eso que el Parlamento ha sido capaz vez más poderoso.
Pero la crisis ha cambiado algo que los europeístas no estamos sabiendo aprovechar. Hay por primera vez un espacio europeo. Se discute de Europa en cada capital de los 28 estados. Si algo positivo ha tenido la crisis ha sido la extensión en la ciudadanía del poder que tiene la UE para responder ante la crisis. Se habla casi siempre mal de Europa, pero se habla de ella.
¿A qué me refiero con desfiguración del proyecto originario? Ante los ojos de demasiados ciudadanos, esta UE se ha preocupado más por rescatar a los bancos que por organizar un plan de salvamento para los millones de jóvenes sin trabajo. Esta UE ha retorcido los procedimientos hasta tensionarlos al límite con sus esencias democráticas. Se han apartado a primeros ministros para poner a otros que nunca fueron elegidos, se ha impuesto la austeridad en unas condiciones rechazadas por la abrumadora mayoría de los europeos y todo ello en una Europa alemana en la que nada es posible sin el visto bueno de Berlín. Las fachada y la morada de esta Europa no aguantará en estas condiciones.
¿A alguien le extraña que los populistas que, si no lo evitamos, tendrán su gran festival en las próximas elecciones europeas, se muevan como pez en el agua entre los barros y los lodos de esta Europa? Su discurso simplificador y nacionalista tiene el viento en a favor. Como dijo en Bruselas hace unos días Anthony Giddens, los populistas monopolizan la pasión en el discurso europeo. ¿Cómo hemos dejado que sean los tecnócratas los proeuropeos? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Nos hemos dedicado a ignorar a los populistas porque son en general bastante patéticos pero también porque sabemos que nos ponen cada vez más difícil defender una Europa que no se reconoce ante su propio espejo. El propio Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, lo ha ilustrado bien: "Esta UE no cumpliría los requisitos democráticos para ser admitida como nuevo estado miembro en la UE".
Los ucranianos que han salido a la calle para protestar porque su Gobierno se quiere alejar de Europa y acercarse un poco más a Moscú nos han recordado algunas cosas. La primera es que todavía hace más frío fuera de Europa. Estar en este euro es casi peor que ir al dentista, pero todavía hay cola para entrar en él. Segundo, los ucranianos nos han recordado a los europeístas que hay quien está dispuesto a pisar la calle por defender una Europa en la que estén dentro. Hágamoslo también nosotros de la manera que sea efectiva para defender nuestra Europa. Hagamos algo para que dentro de una década todavía siga haciendo más frío fuera de Europa que dentro. No debemos darlo por descontado.