Mi padre Alberto le caló al primer golpe de vista, en nuestro piso de Conde de Aranda: "Qué listo y qué buen chico es el hermano de Fernando". Era 1991 y David Trueba tenía 21 años. David no estaba en Zaragoza desde niño. El domingo pasado, en la entrevista con Raúl Lahoz en Heraldo, David recreaba su primera vez en Aragón: su padre era devoto de la Virgen del Pilar y, en las fiestas de 1975, metió a su mujer Palmira y a sus siete hijos en su furgoneta Citröen 2 caballos, salieron de madrugada de su barrio de Estrecho en Madrid, llegaron a Zaragoza, aparcaron en los aledaños de la Plaza del Pilar y asistieron a la Ofrenda y a la misa en la Basílica. Y, luego, de vuelta a Madrid, en la furgoneta de los hermanos Marx.
Fernando me lo había advertido: "Tienes que conocer a David, mi hermano pequeño. Os vais a hacer íntimos". David es uno de esos seres que te apetece enseguida compartir. Es muy rara la coincidencia en una misma persona de talento, gracia, encanto y bondad y, cuando la detectas con esa claridad, sientes unas ganas irresistibles de correr a contarlo. David se convirtió de inmediato en miembro de mi familia y de mis amigos. El flechazo fue total. Había un cierto orgullo en que un tipo tan deslumbrante nos hiciera tanto caso. Al principio, David venía a Zaragoza en un R4 amarillo.
La inmersión de David en Aragón ha sido profunda, desde muchos puntos de vista. Nada más conocernos, él ya me habló de su admiración por Luis Buñuel y por un joven escritor zaragozano llamado Ignacio Martínez de Pisón. David ya quiso rodar "La buena vida" en Zaragoza y Zaragoza fue la única ciudad a la que llevó a Pep Guardiola para la presentación en "Los portadores de sueños" de su novela "Saber perder". Se dice que no podemos elegir ni a la familia ni a la patria pero David es un ejemplo perfecto de que eso es absurdo. David ha sabido encontrar una familia y una patria -en el mejor sentido de la palabra- en cada sitio en el que hay algo o alguien que integra sus afectos. David asocia Aragón a días felices y a personas, lugares y momentos dignos de ocupar un lugar de honor en su memoria. David es especialmente sensible a la grandeza de lo pequeño y de la gente anónima y sencilla y en Aragón siempre mantiene los ojos muy abiertos. Su mirada nos vuelve mucho mejores y ese es un lujo en el que merece la pena que nos regodeemos un poco. El otro día un taxista me dijo que no sabía que David era de Zaragoza.
Los guiños a Aragón siempre han abundado en su obra. Mi propio padre, su primer fan aragonés, seguido muy de cerca por mi madre, es uno de los referenciados en sus novelas. A mi padre le hubiera vuelto loco "Vivir es fácil con los ojos cerrados". Esta película simboliza todo lo que él adoraba: la luz, la alegría, la decencia moral y el amor por la educación y por los seres imprescindibles que pasan inadvertidos. Mi padre me hacía memorizar poemas de Antonio Machado con seis años y la película de David respira Machado en cada plano.
Hace ahora un año David cogió un tren a Zaragoza con una intención: asistir al encuentro entre el Real Zaragoza y el Valencia, entrenado entonces por nuestro amigo Ernesto Valverde. Era sábado. A las dos en punto quedamos a comer, a solas, en la bodega de Casa Hermógenes, un lugar de la calle Libertad, en el Tubo, por el que David siente debilidad. El partido comenzaba a las seis y la idea era salir del restaurante a las cinco. A Valverde le hacía mucha ilusión que David hubiera venido expresamente desde Madrid para ver el partido. Sin embargo, a las cinco, ya no estábamos solos: Hermógenes, su compañera Carolina y la periodista Sara Comín se habían incorporado a la tertulia. Hacia las seis menos cuarto David y yo nos miramos y comprendimos que las entradas que Valverde había dejado en las taquillas de la Romareda nadie las iba a retirar. Hermógenes y Carolina decidieron no cerrar el restaurante y no había modo de levantarnos de la mesa: a lo largo de la tarde y de la noche la gente venía, se sentaba con nosotros y al rato se iba. El ambiente que se creó alrededor de aquella mesa llegó a ser delirante. No abandonamos el restaurante hasta las cuatro de la madrugada, catorce horas después de nuestra llegada. Ese síndrome "ángel exterminador", no era la primera vez que lo sentíamos en Zaragoza: nos había ocurrido más de una vez en la Filoxera, en Casa Emilio, en el Oasis o el Bambalinas, otras sedes de nuestras noches felices.
Las últimas cinco veces que David ha viajado a Aragón también han sido muy reveladoras. Fue a Calamocha, invitado por José Luis Campos, para presentar "Vivir es fácil con los ojos cerrados": era la primera vez que una figura del cine iba a Calamocha a presentar su película. A mediados de noviembre, se acercó con Javier Cámara y Jorge Sanz a la Universidad de Zaragoza para charlar también sobre esa película. Él creía que, tras el coloquio, íbamos a una cena íntima y discreta. Lo que se encontró en Vinos Nicolás fue a 70 amigos, que le quisieron dar una sorpresa, incluida la interpretación coral del himno de Lechago en su cara. Solo unos días antes había venido, expresamente, y de sorpresa, al homenaje que la Peña zaragocista Los Aúpas rindió a José Luis Melero. A la semana siguiente, también de sorpresa, acudió a la presentación de "Entresuelo", la primera novela de Daniel Gascón. Y, el 27 de diciembre, volvió para dar la tercera sorpresa en dos meses y se presentó en la cena de cumpleaños que Ignacio Martínez de Pisón celebraba en Casa Emilio. David se ha distinguido como un talibán de las sorpresas agradables. La realidad es tan desesperadamente rácana en esta clase de sorpresas que casi es una obligación moral empeñarnos en provocarlas.
La velada de los Goya la pasé, solo, delante de la tele. Mi madre se había acostado muy temprano pero cada poco se levantaba y me preguntaba cómo iba la cosa, como si la ceremonia fuera un partido del Zaragoza y David el delantero centro. La noche comenzó por todo lo alto, con el Goya al mejor corto en manos de Gaizka Urresti y con Jaime de Armiñán evocando a José Luis Borau, la jota y Aragón de la manera más surrealista que recuerdo. Y, luego, David, tocó el cielo. Logró los premios más distinguidos, fue aclamado por sus compañeros y estuvo sembrado cuando, por tres veces, le tocó dar las gracias. Manolo Vicent sostiene que todo lo que sale de la boca de David es proteína pura. Su película logró seis premios Goya. Mi madre me preguntó: "Entonces, ¿David ha metido seis goles no?". La metáfora tenía su aquel. Yo, delante de un televisor, no había vivido una noche tan explosiva y emocionante desde el Gol de Nayim. David ya no podrá presumir de que él es uno de los grandes perdedores de los Goya. El éxito es sexy y fortalece la autoestima pero también es peligroso: a menudo el éxito suele ser un malentendido, tiene algo de accidente y es capaz de abaratar o, directamente, arruinar las mayores inteligencias y convertir a alguien interesante en un imbécil. Digerir el éxito con naturalidad y aprovecharse de él para ser mejor requiere de un arte y una sutileza de los que David anda sobrado.
En "Vivir es fácil con los ojos cerrados", por primera vez en la historia, sale citado Lechago en una película. David, en la entrevista con Raúl Lahoz, decía: "Soy de Madrid y no tengo pueblo. Mi pueblo es Lechago". Tampoco nadie, en toda la historia, había arrojado sobre mi pueblo un piropo tan insuperable. Viva la madre que te parió, hijo.
Fernando me lo había advertido: "Tienes que conocer a David, mi hermano pequeño. Os vais a hacer íntimos". David es uno de esos seres que te apetece enseguida compartir. Es muy rara la coincidencia en una misma persona de talento, gracia, encanto y bondad y, cuando la detectas con esa claridad, sientes unas ganas irresistibles de correr a contarlo. David se convirtió de inmediato en miembro de mi familia y de mis amigos. El flechazo fue total. Había un cierto orgullo en que un tipo tan deslumbrante nos hiciera tanto caso. Al principio, David venía a Zaragoza en un R4 amarillo.
La inmersión de David en Aragón ha sido profunda, desde muchos puntos de vista. Nada más conocernos, él ya me habló de su admiración por Luis Buñuel y por un joven escritor zaragozano llamado Ignacio Martínez de Pisón. David ya quiso rodar "La buena vida" en Zaragoza y Zaragoza fue la única ciudad a la que llevó a Pep Guardiola para la presentación en "Los portadores de sueños" de su novela "Saber perder". Se dice que no podemos elegir ni a la familia ni a la patria pero David es un ejemplo perfecto de que eso es absurdo. David ha sabido encontrar una familia y una patria -en el mejor sentido de la palabra- en cada sitio en el que hay algo o alguien que integra sus afectos. David asocia Aragón a días felices y a personas, lugares y momentos dignos de ocupar un lugar de honor en su memoria. David es especialmente sensible a la grandeza de lo pequeño y de la gente anónima y sencilla y en Aragón siempre mantiene los ojos muy abiertos. Su mirada nos vuelve mucho mejores y ese es un lujo en el que merece la pena que nos regodeemos un poco. El otro día un taxista me dijo que no sabía que David era de Zaragoza.
Los guiños a Aragón siempre han abundado en su obra. Mi propio padre, su primer fan aragonés, seguido muy de cerca por mi madre, es uno de los referenciados en sus novelas. A mi padre le hubiera vuelto loco "Vivir es fácil con los ojos cerrados". Esta película simboliza todo lo que él adoraba: la luz, la alegría, la decencia moral y el amor por la educación y por los seres imprescindibles que pasan inadvertidos. Mi padre me hacía memorizar poemas de Antonio Machado con seis años y la película de David respira Machado en cada plano.
Hace ahora un año David cogió un tren a Zaragoza con una intención: asistir al encuentro entre el Real Zaragoza y el Valencia, entrenado entonces por nuestro amigo Ernesto Valverde. Era sábado. A las dos en punto quedamos a comer, a solas, en la bodega de Casa Hermógenes, un lugar de la calle Libertad, en el Tubo, por el que David siente debilidad. El partido comenzaba a las seis y la idea era salir del restaurante a las cinco. A Valverde le hacía mucha ilusión que David hubiera venido expresamente desde Madrid para ver el partido. Sin embargo, a las cinco, ya no estábamos solos: Hermógenes, su compañera Carolina y la periodista Sara Comín se habían incorporado a la tertulia. Hacia las seis menos cuarto David y yo nos miramos y comprendimos que las entradas que Valverde había dejado en las taquillas de la Romareda nadie las iba a retirar. Hermógenes y Carolina decidieron no cerrar el restaurante y no había modo de levantarnos de la mesa: a lo largo de la tarde y de la noche la gente venía, se sentaba con nosotros y al rato se iba. El ambiente que se creó alrededor de aquella mesa llegó a ser delirante. No abandonamos el restaurante hasta las cuatro de la madrugada, catorce horas después de nuestra llegada. Ese síndrome "ángel exterminador", no era la primera vez que lo sentíamos en Zaragoza: nos había ocurrido más de una vez en la Filoxera, en Casa Emilio, en el Oasis o el Bambalinas, otras sedes de nuestras noches felices.
Las últimas cinco veces que David ha viajado a Aragón también han sido muy reveladoras. Fue a Calamocha, invitado por José Luis Campos, para presentar "Vivir es fácil con los ojos cerrados": era la primera vez que una figura del cine iba a Calamocha a presentar su película. A mediados de noviembre, se acercó con Javier Cámara y Jorge Sanz a la Universidad de Zaragoza para charlar también sobre esa película. Él creía que, tras el coloquio, íbamos a una cena íntima y discreta. Lo que se encontró en Vinos Nicolás fue a 70 amigos, que le quisieron dar una sorpresa, incluida la interpretación coral del himno de Lechago en su cara. Solo unos días antes había venido, expresamente, y de sorpresa, al homenaje que la Peña zaragocista Los Aúpas rindió a José Luis Melero. A la semana siguiente, también de sorpresa, acudió a la presentación de "Entresuelo", la primera novela de Daniel Gascón. Y, el 27 de diciembre, volvió para dar la tercera sorpresa en dos meses y se presentó en la cena de cumpleaños que Ignacio Martínez de Pisón celebraba en Casa Emilio. David se ha distinguido como un talibán de las sorpresas agradables. La realidad es tan desesperadamente rácana en esta clase de sorpresas que casi es una obligación moral empeñarnos en provocarlas.
La velada de los Goya la pasé, solo, delante de la tele. Mi madre se había acostado muy temprano pero cada poco se levantaba y me preguntaba cómo iba la cosa, como si la ceremonia fuera un partido del Zaragoza y David el delantero centro. La noche comenzó por todo lo alto, con el Goya al mejor corto en manos de Gaizka Urresti y con Jaime de Armiñán evocando a José Luis Borau, la jota y Aragón de la manera más surrealista que recuerdo. Y, luego, David, tocó el cielo. Logró los premios más distinguidos, fue aclamado por sus compañeros y estuvo sembrado cuando, por tres veces, le tocó dar las gracias. Manolo Vicent sostiene que todo lo que sale de la boca de David es proteína pura. Su película logró seis premios Goya. Mi madre me preguntó: "Entonces, ¿David ha metido seis goles no?". La metáfora tenía su aquel. Yo, delante de un televisor, no había vivido una noche tan explosiva y emocionante desde el Gol de Nayim. David ya no podrá presumir de que él es uno de los grandes perdedores de los Goya. El éxito es sexy y fortalece la autoestima pero también es peligroso: a menudo el éxito suele ser un malentendido, tiene algo de accidente y es capaz de abaratar o, directamente, arruinar las mayores inteligencias y convertir a alguien interesante en un imbécil. Digerir el éxito con naturalidad y aprovecharse de él para ser mejor requiere de un arte y una sutileza de los que David anda sobrado.
En "Vivir es fácil con los ojos cerrados", por primera vez en la historia, sale citado Lechago en una película. David, en la entrevista con Raúl Lahoz, decía: "Soy de Madrid y no tengo pueblo. Mi pueblo es Lechago". Tampoco nadie, en toda la historia, había arrojado sobre mi pueblo un piropo tan insuperable. Viva la madre que te parió, hijo.