Espectacular baobab en Port Elizabeth, Sudáfrica. Foto: JJ/MI.
Conducía el coche por un paisaje extraordinario pero apenas si era consciente de ello, pues estaba pensando que, al llegar a la oficina, se tomaría un té. A renglón seguido, pensó en lo que haría el fin de semana. Después se acordó de un problema en el trabajo y mantuvo una discusión mental con un compañero de oficina... Vuelta al té... Luego, al vecino que le había saludado en el portal...
¿Para qué pensar constantemente? ¡Es agotador!
Es muy habitual pensar en cosas que uno no ha elegido o verse incapaz de dejar de pensar en algo, a pesar de intentarlo. O que la mente salte de una cosa a otra sin control. Es decir, en muchas ocasiones el pensamiento, aparentemente, no está bajo la voluntad de la persona. Pero si el pensamiento es "nuestro", ¿cómo es esto posible?
El pensamiento es un instrumento muy importante del ser humano, pero hay que entenderlo para que realmente actúe a nuestro favor
Hay otros instrumentos que también son necesarios pero para la mayoría de las personas el pensamiento se ha convertido en la herramienta fundamental en su día a día. Muchos creen, incluso, que el pensamiento y ellos mismos son la misma cosa. Sin embargo, conocen muy poco de su funcionamiento, de sus efectos o su estructura, lo que equivaldría a manejar un avión comercial en pleno vuelo sin entender bien cómo funciona.
Simplificando, podemos agrupar los pensamientos en tres tipos:
- Verbales: pueden ser razonamientos, pensamiento discursivo sobre uno mismo o narraciones de lo que va sucediendo, canciones, frases repetitivas, etc.
- Imágenes y símbolos: imágenes fijas (cómo fotografías) o en movimiento (tipo video), objetos o siluetas, símbolos o figuras geométricas, en color, en blanco y negro, o de un solo color (como una pantalla negra o una nube gris).
- Movimientos del pensar: son más sutiles y se parecen al movimiento interno que se produce justo antes de mirar hacia otro lado o apartar la vista de algo.
El simple hecho de curiosear y darse cuenta, por ejemplo, de qué pensamientos se tienen, si son sobre el pasado, el presente o el futuro, si son reales o fantasías, ya nos hace menos vulnerables a sus errores. Si además se presta atención habitualmente y se investigan sus efectos, podremos descubrir y entender muchas más cosas. Los beneficios son enormes.
En nuestra investigación debemos tener en cuenta que muchos pensamientos se han "automatizado" y se han vuelto inconscientes. Un ejemplo sencillo es cuando nos preguntan nuestro nombre y respondemos "sin pensar", en realidad, sin ser conscientes del proceso del pensamiento que recupera la información de nuestra memoria.
La relación entre pensamiento y emoción
Los pensamientos no reflexivos generan emociones, emociones que, a su vez, generan nuevos pensamientos. Y este proceso genera los estados mentales y emocionales. Teniendo en cuenta que una gran parte de los pensamientos no son elegidos voluntariamente, entonces los estados mentales también se suceden sin aparente control.
Así, uno se puede obsesionar recordando algo doloroso, o a una persona con la que tiene problemas, o fantasear con situaciones irreales, y esos pensamientos generarán sus correspondientes estados de ánimo. Sin embargo, la realidad está más allá de esos estados autogenerados al pensar, y debemos entenderlo para salir de los hábitos mentales que confunden nuestra mente.
Muchas personas tratan de controlar sus pensamientos y emociones para no sufrir, o buscan actividades alternativas que produzcan estados satisfactorios, pero ninguna de esas estrategias resolverá el malestar a largo plazo.
Tampoco producir intencionadamente pensamientos positivos logrará un verdadero bienestar. Los beneficios de manipular voluntariamente los estados psicológicos son nulos, similares al consumo de una droga, en este caso psicológica, que parece hacernos sentir bien, pero que generará más confusión a largo plazo.
La excesiva racionalidad es un intento de buscar seguridad
No decimos que haya que ser irracional, sino que hay que equilibrar lo que se piensa con lo que se siente. Un exceso de racionalidad produce tanto sufrimiento como un exceso de emocionalidad.
Cuando las emociones son controladas o reprimidas a través del pensamiento, la vida se va volviendo cada vez más gris, menos intensa. Perdemos el sentido de la vida, la alegría, espontaneidad, esperanza, ilusión. Y nos sentimos vacíos, insatisfechos... y entonces tenemos que hacer esfuerzos para sentirnos bien.
Normalmente no alcanzamos a ver la relación entre ambas cosas: la represión de las emociones no resueltas y el hastío e insatisfacción.
El pensamiento es muy útil en el terreno práctico (conducir, aprender, memorizar una dirección, almacenar datos, relacionar, deducir...), pero un desastre si lo utilizamos para esquivar los conflictos o reprimir las emociones. Pero mantener esos hábitos erróneos de pensamiento nos da una falsa sensación de seguridad.
Sin embargo, la verdadera seguridad está en entender. Entender cómo funciona el pensamiento y la emoción, la vida y nosotros mismos. Cuando uno entiende en profundidad la realidad, a su alrededor y dentro de sí mismo, puede resolver los conflictos de los que surgen los estados mentales indeseables, actuar con mayor inteligencia y llevar una vida satisfactoria.
Este entendimiento de uno mismo y del entorno ha de realizarse sin acritud, sin crítica ni justificación, con afecto hacia nosotros mismos y hacia los demás. Entonces, la mente es capaz de recobrar el verdadero y extraordinario significado de la vida.