Mi casa es un desastre... y no me importa
Al final, el otro día, decidí robar algo de mi tiempo y le estuve pasando la aspiradora a mi furgoneta. La verdad es que tenía miedo de que alguien me pidiese que le llevase a algún sitio.
No solo había suciedad, sombreros de todo tipo, un paraguas roto y hojas secas por el suelo; también había trozos de galletitas saladas, palomitas y comida sin identificar entre los asientos. Mis hijos no se quejaban (lo cual estaba bien, pues ellos eran, en gran parte, los responsables del desastre), pero la cosa estaba pasando del desorden a la insalubridad.
Resulta que no somos muy limpios.
Nuestra casa está permanentemente patas arriba. No es que nunca limpiemos (de hecho, lo hacemos y, además, cada dos semanas viene alguien a hacer una limpieza a fondo). Pero también es verdad que las superficies (mesas, encimeras, sillas, sofás, suelos) se llenan de libros, periódicos, revistas, abrigos, trabajos del colegio, ropa, juguetes y otros objetos en general. Es su estado natural. No tenemos el síndrome de Diógenes, pero nuestra casa es un poco caótica. Por otra parte, como es antigua, siempre estamos arreglando algo. Digamos que nos va la entropía.
Con seis personas (mi hijo mayor se ha venido a vivir con nosotros), un perro y dos gatos, es difícil mantener la casa limpia... Requeriría un gran esfuerzo. Reconozco que podría llegar del trabajo y quitar todo de encima de la mesa (otra vez) y limpiar los baños (otra vez) y gritar a los niños (otra vez) para que ordenen sus cosas, pero, bueno, prefiero no hacerlo.
Cuando era pequeña, pasaba mucho tiempo con la familia Sheedan. Vivían en nuestro barrio y tenían dos hijas de la misma edad que mi hermana pequeña. El padre era profesor de la universidad, y me contrató para que las cuidara después de la escuela mientras él trabajaba.
Adoraba (y adoro) a esa familia. Se lo pasaban bien juntos y disfrutaban de la vida. Se reían un montón, leían muchos libros, cocinaban platos muy ricos y les encantaba hablar. Hacían que cualquier visitante (incluida yo) se sintiera como en casa. Me lo pasaba muy bien con ellos.
Además, me encantaba su casa. No era elegante, y la iban reformando por partes, pero cualquier rincón de cualquier habitación era bueno para acurrucarse y leer un libro. Tenían una mesa redonda muy grande en la que siempre había lugar para un comensal más. Había dibujos y fotos de familiares y amigos por todas partes, ya fuera enmarcados, pinchados en un corcho o pegados en los armarios. Su casa era tan interesante y acogedora como ellos mismos.
Normalmente, también estaba bastante desordenada. Y a veces incluso bastante sucia.
Pero a mí nunca me importó. El mensaje que ese desorden me transmitía era tenemos otras cosas más importantes que hacer. Si nos sobra tiempo después de hablar, comer juntos, jugar y acabar un libro estupendo, limpiaremos. Si no, puede esperar.
Creo que tiene bastante sentido.
Quizás solo estoy poniendo excusas para no sentirme culpable por el estado de mi casa y de mi coche. Es muy posible. Pero, sinceramente, mi tiempo es muy limitado... y al ver a mis hijos crecer, me doy cuenta de lo rápido que se pasa. Siempre intervenimos antes de que las cosas se pongan (demasiado) feas, y la adecentamos para las ocasiones especiales, pero mi casa nunca será portada de la revista CasaDiez.
Así que, si vienes a visitarnos o si te montas en mi coche, espero que no te moleste mucho el desorden. Espero que se te olvide mientras estés con nosotros (y con el perro y los gatitos, pues les encanta jugar con los invitados). Espero que lo que recuerdes es que te has sentido como en casa, y que te lo has pasado bien.
Traducción de Marina Velasco Serrano
Al final, el otro día, decidí robar algo de mi tiempo y le estuve pasando la aspiradora a mi furgoneta. La verdad es que tenía miedo de que alguien me pidiese que le llevase a algún sitio.
No solo había suciedad, sombreros de todo tipo, un paraguas roto y hojas secas por el suelo; también había trozos de galletitas saladas, palomitas y comida sin identificar entre los asientos. Mis hijos no se quejaban (lo cual estaba bien, pues ellos eran, en gran parte, los responsables del desastre), pero la cosa estaba pasando del desorden a la insalubridad.
Resulta que no somos muy limpios.
Nuestra casa está permanentemente patas arriba. No es que nunca limpiemos (de hecho, lo hacemos y, además, cada dos semanas viene alguien a hacer una limpieza a fondo). Pero también es verdad que las superficies (mesas, encimeras, sillas, sofás, suelos) se llenan de libros, periódicos, revistas, abrigos, trabajos del colegio, ropa, juguetes y otros objetos en general. Es su estado natural. No tenemos el síndrome de Diógenes, pero nuestra casa es un poco caótica. Por otra parte, como es antigua, siempre estamos arreglando algo. Digamos que nos va la entropía.
Con seis personas (mi hijo mayor se ha venido a vivir con nosotros), un perro y dos gatos, es difícil mantener la casa limpia... Requeriría un gran esfuerzo. Reconozco que podría llegar del trabajo y quitar todo de encima de la mesa (otra vez) y limpiar los baños (otra vez) y gritar a los niños (otra vez) para que ordenen sus cosas, pero, bueno, prefiero no hacerlo.
Cuando era pequeña, pasaba mucho tiempo con la familia Sheedan. Vivían en nuestro barrio y tenían dos hijas de la misma edad que mi hermana pequeña. El padre era profesor de la universidad, y me contrató para que las cuidara después de la escuela mientras él trabajaba.
Adoraba (y adoro) a esa familia. Se lo pasaban bien juntos y disfrutaban de la vida. Se reían un montón, leían muchos libros, cocinaban platos muy ricos y les encantaba hablar. Hacían que cualquier visitante (incluida yo) se sintiera como en casa. Me lo pasaba muy bien con ellos.
Además, me encantaba su casa. No era elegante, y la iban reformando por partes, pero cualquier rincón de cualquier habitación era bueno para acurrucarse y leer un libro. Tenían una mesa redonda muy grande en la que siempre había lugar para un comensal más. Había dibujos y fotos de familiares y amigos por todas partes, ya fuera enmarcados, pinchados en un corcho o pegados en los armarios. Su casa era tan interesante y acogedora como ellos mismos.
Normalmente, también estaba bastante desordenada. Y a veces incluso bastante sucia.
Pero a mí nunca me importó. El mensaje que ese desorden me transmitía era tenemos otras cosas más importantes que hacer. Si nos sobra tiempo después de hablar, comer juntos, jugar y acabar un libro estupendo, limpiaremos. Si no, puede esperar.
Creo que tiene bastante sentido.
Quizás solo estoy poniendo excusas para no sentirme culpable por el estado de mi casa y de mi coche. Es muy posible. Pero, sinceramente, mi tiempo es muy limitado... y al ver a mis hijos crecer, me doy cuenta de lo rápido que se pasa. Siempre intervenimos antes de que las cosas se pongan (demasiado) feas, y la adecentamos para las ocasiones especiales, pero mi casa nunca será portada de la revista CasaDiez.
Así que, si vienes a visitarnos o si te montas en mi coche, espero que no te moleste mucho el desorden. Espero que se te olvide mientras estés con nosotros (y con el perro y los gatitos, pues les encanta jugar con los invitados). Espero que lo que recuerdes es que te has sentido como en casa, y que te lo has pasado bien.
Traducción de Marina Velasco Serrano