Uno de los últimos éxitos de los videojuegos no se llama Grand Theft Auto ni Final Fantasy. Tampoco tiene un presupuesto multimillonario ni un multijugador tan adictivo como Call of Duty. Ni siquiera se vende en las tiendas. Directamente no se vende, se descarga gratis. Y todo esto solo ha servido para granjearle enemigos entre los jugadores más tradicionales, los que conectan la consola a diario.
El pajarito volador esquiva tuberías de Flappy Bird tiene todo lo que se necesita para triunfar: es gratis, simple y engancha. La idea del diseñador vietnamita Nguyen Ha Dong fomenta ese valor adictivo y de pique que tanto se busca en las partidas y que pocos juegos consiguen. Es la estrella del metro, del sofá y del baño. Precisamente por miedo a enganchar demasiado su creador decidió retirarlo de iTunes y Google Play.
Lejos de desaparecer por completo -un truco: si lo tienes descargado puedes seguir jugándolo-, Flappy Bird ha generado un debate entre los jugadores más tradicionales que lo consideran un paso atrás para el sector ser demasiado simple y hasta se permitirse el lujo de tomar prestadas las tuberías de Super Mario. ¿Homenaje o copia descarada? Son los más sibaritas los que tildan el juego de ser como poco el anticristo del videojuego.
Pensar que Flappy Bird es el mal es una opción respetable. También lo es considerarlo como un juego positivo para una industria que por suerte ya nada tiene que ver con aquel cliché del jugador que vive encerrado en la oscuridad de su desaliñada habitación y alimentado a base de patatas fritas. A Flappy Bird juega tu madre, tu hermana, tu padre, tu vecino y hasta tu panadero. Es una de las ventajas de los juegos para móviles.
Que una app alcance la popularidad de Flappy Bird y sea descargada por gente que en otra condición jamás probaría un videojuego es toda una ventaja para los jugadores porque, por mínima que sea la probabilidad, puede que ese jugador o jugadora espontáneo termine interesándose en otro videojuego. Por ridículo que parezca, Flappy Bird es para algunos la puerta de entrada que la industria necesita para crecer.
De Flappy Bird o de cualquiera de sus clones -hasta Justin Bieber y Miley Cyrus tienen sus propias parodias- se puede pasar a Angry Birds, y de ahí a otra experiencia como Candy Crush Saga, uno de los grandes de Facebook. A base de jugar partidas a Flappy Bird con el tiempo se puede subir de nivel buscando un juego de Super Mario, de esos que se venden en las tiendas por unos cincuenta euros. Es el siguiente paso.
Flappy Bird es como esa película palomitera y simplona que vas a ver al cine un sábado por la noche casi sin quererlo, por mera inercia social, y que termina llevándote a reflexionar sobre algo. Es como ver La Búsqueda de Nicolas Cage y acabar en Google para descubrir cuánto hay de cierto en eso del Libro Secreto de los Presidentes, pero cambiando al actor por un personaje de videojuego tradicional como SONIC.
Puede que lo que ofrezca Flappy Bird sea lo mínimo que se despacha en un juego de plataformas, pero aporta los ingredientes necesarios para convertirse en la sensación del momento y romper esa barrera de entrada que sufren quienes no están acostumbrados a echarse unas partidas de las series. Juégalo como quieras, cuando quieras y donde quieras, en el smartphone más simple o en el más sofisticado.
Cada vez son más las licencias de videojuegos que buscan atraer a ese público masivo que aumenta el valor de este sector creciente. Lo que consiguió la primera Wii de Nintendo, colocar una consola de nuevo en el salón de muchos, se ha multiplicado con la expansión de los smartphones, y Flappy Bird, por poco que le guste al jugador de pro, es la llamada de atención para hacer que más consumidores formen parte del rebaño.
El pajarito volador esquiva tuberías de Flappy Bird tiene todo lo que se necesita para triunfar: es gratis, simple y engancha. La idea del diseñador vietnamita Nguyen Ha Dong fomenta ese valor adictivo y de pique que tanto se busca en las partidas y que pocos juegos consiguen. Es la estrella del metro, del sofá y del baño. Precisamente por miedo a enganchar demasiado su creador decidió retirarlo de iTunes y Google Play.
Lejos de desaparecer por completo -un truco: si lo tienes descargado puedes seguir jugándolo-, Flappy Bird ha generado un debate entre los jugadores más tradicionales que lo consideran un paso atrás para el sector ser demasiado simple y hasta se permitirse el lujo de tomar prestadas las tuberías de Super Mario. ¿Homenaje o copia descarada? Son los más sibaritas los que tildan el juego de ser como poco el anticristo del videojuego.
Pensar que Flappy Bird es el mal es una opción respetable. También lo es considerarlo como un juego positivo para una industria que por suerte ya nada tiene que ver con aquel cliché del jugador que vive encerrado en la oscuridad de su desaliñada habitación y alimentado a base de patatas fritas. A Flappy Bird juega tu madre, tu hermana, tu padre, tu vecino y hasta tu panadero. Es una de las ventajas de los juegos para móviles.
Que una app alcance la popularidad de Flappy Bird y sea descargada por gente que en otra condición jamás probaría un videojuego es toda una ventaja para los jugadores porque, por mínima que sea la probabilidad, puede que ese jugador o jugadora espontáneo termine interesándose en otro videojuego. Por ridículo que parezca, Flappy Bird es para algunos la puerta de entrada que la industria necesita para crecer.
De Flappy Bird o de cualquiera de sus clones -hasta Justin Bieber y Miley Cyrus tienen sus propias parodias- se puede pasar a Angry Birds, y de ahí a otra experiencia como Candy Crush Saga, uno de los grandes de Facebook. A base de jugar partidas a Flappy Bird con el tiempo se puede subir de nivel buscando un juego de Super Mario, de esos que se venden en las tiendas por unos cincuenta euros. Es el siguiente paso.
Flappy Bird es como esa película palomitera y simplona que vas a ver al cine un sábado por la noche casi sin quererlo, por mera inercia social, y que termina llevándote a reflexionar sobre algo. Es como ver La Búsqueda de Nicolas Cage y acabar en Google para descubrir cuánto hay de cierto en eso del Libro Secreto de los Presidentes, pero cambiando al actor por un personaje de videojuego tradicional como SONIC.
Puede que lo que ofrezca Flappy Bird sea lo mínimo que se despacha en un juego de plataformas, pero aporta los ingredientes necesarios para convertirse en la sensación del momento y romper esa barrera de entrada que sufren quienes no están acostumbrados a echarse unas partidas de las series. Juégalo como quieras, cuando quieras y donde quieras, en el smartphone más simple o en el más sofisticado.
Cada vez son más las licencias de videojuegos que buscan atraer a ese público masivo que aumenta el valor de este sector creciente. Lo que consiguió la primera Wii de Nintendo, colocar una consola de nuevo en el salón de muchos, se ha multiplicado con la expansión de los smartphones, y Flappy Bird, por poco que le guste al jugador de pro, es la llamada de atención para hacer que más consumidores formen parte del rebaño.