Sé que suena de derechas, y que incluso a algunos les puede sugerir una vuelta a las sotanas y al autoflagelamiento, decir que la depresión española se ha debido también a una crisis de valores, a una carencia de ideales generalizada que no iba mucho más allá de meterse una buena comilona entre pecho y espalda a ser posible en un restaurante que al menos tuviera una estrellita Michelín, echar un buen polvo en un hotel con encanto y pagar una hipoteca de un adosado a poder ser en 30 o 35 años.
No deja de ser curioso que la lujuria y la gula (palabras, por cierto, prácticamente proscritas en la actualidad) ahora se hayan transformado en sana gastronomía de masas (a la que se dedica una atención desmesurada) e innumerables blogs y programas eróticos nocturnos.
Lo cierto es que los dos mejores libros que se han escrito sobre la crisis han sido En la orilla de Rafael Chirbes y Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina, ambos escritores identificados con la izquierda y que en buena medida propugnan que aquí no ha habido sólo una crisis económica sino una crisis de valores como un caballo que nadie ha querido ver a pesar del goteo diario de hechos y noticias que nos rodeaban. No en vano, los personajes de Chirbes son empresarios de medio pelo que se hartan de comer arroz a banda e ir a los burdeles locales mientras trabajadores rumanos, marroquíes y latinoamericanos engordan su cuenta corriente.
Salvando las distancias, el triunfalista anuncio de la apertura de un club de pádel en Londres a cargo de un dinámico empresario toledano que anuncia la conquista de las islas por este deporte tan popular por nuestros lares y en otros países hermanos como Argentina tiene algo de déjà vu, retrotrae a un pasado reciente que no queda tan lejano como 2006, a esos tiempos en que Enrique Bañuelos gastaba cientos de miles de euros en organizar una paella para 20.000 personas en el neoyorquino Central Park pagando avión, hotel y salario a 50 paelleros y llevando más de 4.000 litros de agua valenciana desde aquí.
Según el despacho de agencia se trata del mayor club de padel del país aunque sólo cuente con cuatro trabajadores, circunstancia que se explica porque en Inglaterra nadie juega al padel.
No deja de ser sintomático que el padel haya logrado una alta popularidad en España durante la década larga de burbuja inmobiliaria. Y no ha sido sólo porque la pista de padel, el gimnasio y el servicio privado de seguridad se convirtieran en el nuevo símbolo de estatus de las clases medias.
Llama la atención el auge del padel, que no deja de ser un subproducto del tenis, en el país que ha disfrutado de la supremacía de este deporte durante los últimos 14 o 15 años. El éxito de la escuela española de tenis se basa en una sólida ética del trabajo, capacidad estratégica y dureza mental adquirida jugando tenis en tierra batida que han tratado de imitar sin éxito otras federaciones como la norteamericana.
Frente al tenis, basado en el derroche físico, la fortaleza mental y la precisión, el padel ofrece todo lo contrario. Mientras que para el tenis lleva meses adquirir la destreza mínima para su disfrute, el padel ofrece gratificación inmediata debido a que el golpeo de la pelota exige menor detreza, el jugador tiene que cubrir menor superficie ya que siempre se juega por parejas y ofrece dos oportunidades de golpear la pelota ya que el jugador puede dejarla pasar y que golpee en la pared, es decir, ofrece segundas oportunidades. En comparación con el tenis individual, el jugador de padel sufre menos presión, liberado de la responsabilidad de asumir los propios errores de uno que además se minimizan al no precisar el saque de demasiada técnica.
A decir verdad, la mayor barrera de entrada en el pádel son los materiales que son mucho más caros que los del tenis y el pago de la pista que también suele doblar el precio del alquiler de una pista de tenis. El filtro social es, por tanto, mayor.
Hoy día, resulta habitual ver chavales jugando al padel que nunca han pisado una pista de tenis ya que les resulta un deporte demasiado cansado y difícil y el padel ofrece diversión inmediata.
Parece ser que la práctica del tenis ha entrado en un declive agudo y se predice que ello puede afectar al relevo generacional de los tenistas profesionales.
El tenis, uno de los pocos deportes y disciplinas en los que España ha desarrollado un modelo propio, envidiado e imitado y en el que las escuelas españolas venden la marca España como las escuelas de cocina francesas han vendido Francia durante centurias, se ha venido abajo debido a la competencia del pádel en los últimos 15 años.
Todavía habrá quien piense que el auge del pádel y el declive del tenis como deporte base en España es una mera anécdota y que lo que está sucediendo es una mera crisis económica que pasará cuando Alemania y Francia empiecen a crecer.
No deja de ser curioso que la lujuria y la gula (palabras, por cierto, prácticamente proscritas en la actualidad) ahora se hayan transformado en sana gastronomía de masas (a la que se dedica una atención desmesurada) e innumerables blogs y programas eróticos nocturnos.
Lo cierto es que los dos mejores libros que se han escrito sobre la crisis han sido En la orilla de Rafael Chirbes y Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina, ambos escritores identificados con la izquierda y que en buena medida propugnan que aquí no ha habido sólo una crisis económica sino una crisis de valores como un caballo que nadie ha querido ver a pesar del goteo diario de hechos y noticias que nos rodeaban. No en vano, los personajes de Chirbes son empresarios de medio pelo que se hartan de comer arroz a banda e ir a los burdeles locales mientras trabajadores rumanos, marroquíes y latinoamericanos engordan su cuenta corriente.
Salvando las distancias, el triunfalista anuncio de la apertura de un club de pádel en Londres a cargo de un dinámico empresario toledano que anuncia la conquista de las islas por este deporte tan popular por nuestros lares y en otros países hermanos como Argentina tiene algo de déjà vu, retrotrae a un pasado reciente que no queda tan lejano como 2006, a esos tiempos en que Enrique Bañuelos gastaba cientos de miles de euros en organizar una paella para 20.000 personas en el neoyorquino Central Park pagando avión, hotel y salario a 50 paelleros y llevando más de 4.000 litros de agua valenciana desde aquí.
Según el despacho de agencia se trata del mayor club de padel del país aunque sólo cuente con cuatro trabajadores, circunstancia que se explica porque en Inglaterra nadie juega al padel.
No deja de ser sintomático que el padel haya logrado una alta popularidad en España durante la década larga de burbuja inmobiliaria. Y no ha sido sólo porque la pista de padel, el gimnasio y el servicio privado de seguridad se convirtieran en el nuevo símbolo de estatus de las clases medias.
Llama la atención el auge del padel, que no deja de ser un subproducto del tenis, en el país que ha disfrutado de la supremacía de este deporte durante los últimos 14 o 15 años. El éxito de la escuela española de tenis se basa en una sólida ética del trabajo, capacidad estratégica y dureza mental adquirida jugando tenis en tierra batida que han tratado de imitar sin éxito otras federaciones como la norteamericana.
Frente al tenis, basado en el derroche físico, la fortaleza mental y la precisión, el padel ofrece todo lo contrario. Mientras que para el tenis lleva meses adquirir la destreza mínima para su disfrute, el padel ofrece gratificación inmediata debido a que el golpeo de la pelota exige menor detreza, el jugador tiene que cubrir menor superficie ya que siempre se juega por parejas y ofrece dos oportunidades de golpear la pelota ya que el jugador puede dejarla pasar y que golpee en la pared, es decir, ofrece segundas oportunidades. En comparación con el tenis individual, el jugador de padel sufre menos presión, liberado de la responsabilidad de asumir los propios errores de uno que además se minimizan al no precisar el saque de demasiada técnica.
A decir verdad, la mayor barrera de entrada en el pádel son los materiales que son mucho más caros que los del tenis y el pago de la pista que también suele doblar el precio del alquiler de una pista de tenis. El filtro social es, por tanto, mayor.
Hoy día, resulta habitual ver chavales jugando al padel que nunca han pisado una pista de tenis ya que les resulta un deporte demasiado cansado y difícil y el padel ofrece diversión inmediata.
Parece ser que la práctica del tenis ha entrado en un declive agudo y se predice que ello puede afectar al relevo generacional de los tenistas profesionales.
El tenis, uno de los pocos deportes y disciplinas en los que España ha desarrollado un modelo propio, envidiado e imitado y en el que las escuelas españolas venden la marca España como las escuelas de cocina francesas han vendido Francia durante centurias, se ha venido abajo debido a la competencia del pádel en los últimos 15 años.
Todavía habrá quien piense que el auge del pádel y el declive del tenis como deporte base en España es una mera anécdota y que lo que está sucediendo es una mera crisis económica que pasará cuando Alemania y Francia empiecen a crecer.