Las fronteras están en todas partes, todo es hoy frontera. Sus líneas atraviesan nuestros corazones y dividen nuestros entendimientos, sus guardianes nos asaltan, sus defensores nos impiden el paso. Hay un cordón invisible que corta el camino y quien quiere continuar se ve obligado a traspasarlo. Ya no siempre hace falta pasaporte pero allá están los bordes, imposibles de cruzar sin deponer las armas y dejar que nos revisen los equipajes.
El origen de este blog está en una frontera y en un sentimiento de frontera. Hace unas semanas un país de frontera, Ucrania, traspasó varias líneas. Una parte de sus gentes -la sociedad civil- se alzó contra la corrupción y la impunidad, la violencia les respondió y ellos respondieron a la violencia. Corrió la sangre por ambos bandos, aunque uno lo llevó peor que el otro. Al final, una parte de sus gentes cambió el Gobierno, comenzó a intentar crear algo nuevo. Daban miedo algunos de los nuevos gobernantes, pero no hay revolución perfecta. Otro país -un imperio- aprovechó la ocasión, cruzó las fronteras comunes e invadió un fragmento de Ucrania. Quería cambiar las fronteras.
La injusticia manifiesta que esta invasión significaba me despertó de mi sueño. Como muchos otros en Europa me había dejado llevar por la pereza. Unido a Ucrania, unido a Rusia, unido a estos confines de Europa por deseo, afición y experiencia, había simplemente asumido que todo iría a mejor. Que el progreso era inevitable, que las autovías que se iban desplegando de Berlín a Algeciras acabarían por extenderse también al otro lado, recorriendo las estepas hasta acabar a las orillas contrarias del Mar Negro. Que incluso en momentos de crisis y destrucción de un Estado del bienestar a veces rudimentario, las libertades y beneficios que, en contraste, nosotros disfrutamos, anidarían también allá. Que los magnates y oligarcas del Este acabarían por entender que, incluso aunque la Unión Europea no tenga toda la razón, la que tiene es al menos la que mejor permite una convivencia para todos.
Me había dejado llevar por la condescendencia y el orgullo. Si la crisis había desarbolado nuestro bienestar social, ¿por qué creer que en las riberas del río Dniéper iba a ser distinto? Si nuestras libertades habían retrocedido ¿por qué la verde Ucrania no iba a entrar en un tiempo del retroceso? Si Irak, Afganistán, Kosovo, mostraban el rostro más desagradable de un imperialismo, ¿por qué no iba a seguir existiendo, a regresar, a incrementarse, el otro antiguo rival imperial del siglo XX?
"Ucrania" significa -entre otras cosas- "tierra de frontera". La invasión rusa, la crisis social y política allá lo confirma. Volvamos la mirada al Este. Por un tiempo creímos poder enseñarles cosas -fatuos occidentales-. Pero hoy nos damos cuenta de que tenemos mucho que aprender de quienes viven en el punto cardinal por el que el sol sale.
El origen de este blog está en una frontera y en un sentimiento de frontera. Hace unas semanas un país de frontera, Ucrania, traspasó varias líneas. Una parte de sus gentes -la sociedad civil- se alzó contra la corrupción y la impunidad, la violencia les respondió y ellos respondieron a la violencia. Corrió la sangre por ambos bandos, aunque uno lo llevó peor que el otro. Al final, una parte de sus gentes cambió el Gobierno, comenzó a intentar crear algo nuevo. Daban miedo algunos de los nuevos gobernantes, pero no hay revolución perfecta. Otro país -un imperio- aprovechó la ocasión, cruzó las fronteras comunes e invadió un fragmento de Ucrania. Quería cambiar las fronteras.
La injusticia manifiesta que esta invasión significaba me despertó de mi sueño. Como muchos otros en Europa me había dejado llevar por la pereza. Unido a Ucrania, unido a Rusia, unido a estos confines de Europa por deseo, afición y experiencia, había simplemente asumido que todo iría a mejor. Que el progreso era inevitable, que las autovías que se iban desplegando de Berlín a Algeciras acabarían por extenderse también al otro lado, recorriendo las estepas hasta acabar a las orillas contrarias del Mar Negro. Que incluso en momentos de crisis y destrucción de un Estado del bienestar a veces rudimentario, las libertades y beneficios que, en contraste, nosotros disfrutamos, anidarían también allá. Que los magnates y oligarcas del Este acabarían por entender que, incluso aunque la Unión Europea no tenga toda la razón, la que tiene es al menos la que mejor permite una convivencia para todos.
Me había dejado llevar por la condescendencia y el orgullo. Si la crisis había desarbolado nuestro bienestar social, ¿por qué creer que en las riberas del río Dniéper iba a ser distinto? Si nuestras libertades habían retrocedido ¿por qué la verde Ucrania no iba a entrar en un tiempo del retroceso? Si Irak, Afganistán, Kosovo, mostraban el rostro más desagradable de un imperialismo, ¿por qué no iba a seguir existiendo, a regresar, a incrementarse, el otro antiguo rival imperial del siglo XX?
"Ucrania" significa -entre otras cosas- "tierra de frontera". La invasión rusa, la crisis social y política allá lo confirma. Volvamos la mirada al Este. Por un tiempo creímos poder enseñarles cosas -fatuos occidentales-. Pero hoy nos damos cuenta de que tenemos mucho que aprender de quienes viven en el punto cardinal por el que el sol sale.