La inclusión de Jorge Verstrynge en las filas del partido Podemos me parece un gran acierto. Si en Podemos no cabe alguien como Verstrynge, ¿en qué se diferencia de un partido-secta cualquiera? Además, juzgar a la gente por su pasado es muy del antiguo régimen. ¿Cómo pretendemos que la gente se una al movimento si a los que lo hacen los enterramos en puñales?
A raíz de las acampadas del 15M tuve la ocasión de colaborar estrechamente con otras víctimas de su pasado, como Santiago Carrillo, quien me presentó a algunos de sus amigos. Entre ellos había unas cuantas viejas glorias (más glorias que viejas) de la Transición (no, Suárez no estaba). Algunos fueron miembros muy destacados de AP, germen de la organización mafiosa actualmente en el poder, o incluso del Gobierno franquista. La mayoría quemaron su carné al darse cuenta de cómo los partidos y sindicatos iban convirtiéndose en un fin, y la democracia en una sucia partida de Monopoly.
Una ballena varada.
El lobby binarista es aún fuerte, y ahí les vemos con su mente dicotómica, intentando siempre definir y separar los polos. Son cetáceos terminales, que se alimentan del mejor marisco y expulsan palabras fósiles por el orifico nasal: patrón, proletariado, izquierda, clase obrera, ismos de todo tipo... Contaminan con ellas los mares por los que pasan, dividiendo a los peces en dos bandos. Yo, por cierto, todavía no sé si soy clase obrera o de qué clase soy. ¡Espero que de ninguna!
Estos cerriles mamíferos son incapaces de salir del siglo XX, como si se aferrasen a ese tiempo en que todavía les teníamos respeto. Los he visto utilizar y humillar a los mineros de las marchas negras, por ejemplo. Cuando salió el 15M intentaron fagocitarlo, y al ver que no podían, hicieron lo posible por destruirlo. Intentamos encender fuegos y ellos no hacen más que apagarlos, haciéndole así el trabajo sucio a la mano que les da de comer. Y ahora, lo de los bomberos de Madrid. Una gota más.
Durante casi dos años recibí bastante presión para que me metiera en un partido político. Reconozco que estuve a punto. Lo que me detuvo fue, precisamente, que el nombre del partido incluía la palabra izquierda. Las banderas son fronteras. Cuanto antes mueran los cetáceos terminales, sus banderines de plástico y sus seguidores zombis, antes podremos matar a la izquierda.
Izquierda y derecha, además, no son categorías equivalentes. En la pugna entre la libertad y el poder hay, claramente, buenos y malos. Ser de derecha me parece abyecto y abominable. Significa justificar las desigualdades e injusticias del mundo desde una supuesta posición realista. Sin embargo, hay millones de personas, algunas muy sabias, que se declaran derechistas. Es obvio que para ellas la palabra tiene un significado muy distinto. Estamos inmersos en un colosal conflicto semántico disfrazado de conflicto político.
Volviendo a Podemos: usan muy pocas palabras fósiles, y me gusta la estrategia ambigua e inclusiva que heredaron del 15M, apoyada en el elegante sofismo de Pablo Iglesias. Mucho más elegante que el de Alberto Garzón, cuando propone una "democracia dentro del capitalismo" (eso no vale, amigo; hay que elegir). Soy fan de Pablo y de La Tuerka desde su inicio. Les deseo lo mejor, y espero que nunca consigan demasiado poder.
Una bandera que sí nos une Es interesante también analizar el porqué de la negativa de Podemos a unirse al Partido X. Pero esa es otra historia, no cabe aquí. En el fondo me importa más bien poco lo que les pase a los partidos políticos, a los que también necesitamos matar cuanto antes. En la nueva Constitución ya no habrá, o serán muy diferentes. Todo esto lo veo como los últimos coletazos del actual sistema representativo. En el futuro apoyaremos leyes y proyectos concretos, más que a grupos de poder.
Si los movimientos sociales consiguieron desarrollar una nueva narrativa política, ¿por qué nos empeñamos en volver a la vieja? Si tenemos internet, ¿por qué actuamos como si no existiera? Tenemos la narrativa, tenemos la tecnología y, creo, tenemos la voluntad. ¿Qué demonios falta?
Claro, no es lo que falta, sino lo que sobra: lo de siempre, el miedo.
Desde un punto de vista holístico, la derecha representaría la fuerza telúrica, conservadora, y la izquierda la cósmica, la creativa. En este sentido ambas son complementarias y necesarias. Si es así, si al final no hay más remedio que dividir el mundo en dos, pues sea, pero hay otras divisiones posibles, otras categorías mucho más inclusivas que la izquierda: el 99%, el bien común, lo público, derechos humanos... O, simplemente, democracia real.
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A raíz de las acampadas del 15M tuve la ocasión de colaborar estrechamente con otras víctimas de su pasado, como Santiago Carrillo, quien me presentó a algunos de sus amigos. Entre ellos había unas cuantas viejas glorias (más glorias que viejas) de la Transición (no, Suárez no estaba). Algunos fueron miembros muy destacados de AP, germen de la organización mafiosa actualmente en el poder, o incluso del Gobierno franquista. La mayoría quemaron su carné al darse cuenta de cómo los partidos y sindicatos iban convirtiéndose en un fin, y la democracia en una sucia partida de Monopoly.
Una ballena varada.
El lobby binarista es aún fuerte, y ahí les vemos con su mente dicotómica, intentando siempre definir y separar los polos. Son cetáceos terminales, que se alimentan del mejor marisco y expulsan palabras fósiles por el orifico nasal: patrón, proletariado, izquierda, clase obrera, ismos de todo tipo... Contaminan con ellas los mares por los que pasan, dividiendo a los peces en dos bandos. Yo, por cierto, todavía no sé si soy clase obrera o de qué clase soy. ¡Espero que de ninguna!
Estos cerriles mamíferos son incapaces de salir del siglo XX, como si se aferrasen a ese tiempo en que todavía les teníamos respeto. Los he visto utilizar y humillar a los mineros de las marchas negras, por ejemplo. Cuando salió el 15M intentaron fagocitarlo, y al ver que no podían, hicieron lo posible por destruirlo. Intentamos encender fuegos y ellos no hacen más que apagarlos, haciéndole así el trabajo sucio a la mano que les da de comer. Y ahora, lo de los bomberos de Madrid. Una gota más.
Durante casi dos años recibí bastante presión para que me metiera en un partido político. Reconozco que estuve a punto. Lo que me detuvo fue, precisamente, que el nombre del partido incluía la palabra izquierda. Las banderas son fronteras. Cuanto antes mueran los cetáceos terminales, sus banderines de plástico y sus seguidores zombis, antes podremos matar a la izquierda.
Izquierda y derecha, además, no son categorías equivalentes. En la pugna entre la libertad y el poder hay, claramente, buenos y malos. Ser de derecha me parece abyecto y abominable. Significa justificar las desigualdades e injusticias del mundo desde una supuesta posición realista. Sin embargo, hay millones de personas, algunas muy sabias, que se declaran derechistas. Es obvio que para ellas la palabra tiene un significado muy distinto. Estamos inmersos en un colosal conflicto semántico disfrazado de conflicto político.
Volviendo a Podemos: usan muy pocas palabras fósiles, y me gusta la estrategia ambigua e inclusiva que heredaron del 15M, apoyada en el elegante sofismo de Pablo Iglesias. Mucho más elegante que el de Alberto Garzón, cuando propone una "democracia dentro del capitalismo" (eso no vale, amigo; hay que elegir). Soy fan de Pablo y de La Tuerka desde su inicio. Les deseo lo mejor, y espero que nunca consigan demasiado poder.
Una bandera que sí nos une
Si los movimientos sociales consiguieron desarrollar una nueva narrativa política, ¿por qué nos empeñamos en volver a la vieja? Si tenemos internet, ¿por qué actuamos como si no existiera? Tenemos la narrativa, tenemos la tecnología y, creo, tenemos la voluntad. ¿Qué demonios falta?
Claro, no es lo que falta, sino lo que sobra: lo de siempre, el miedo.
Desde un punto de vista holístico, la derecha representaría la fuerza telúrica, conservadora, y la izquierda la cósmica, la creativa. En este sentido ambas son complementarias y necesarias. Si es así, si al final no hay más remedio que dividir el mundo en dos, pues sea, pero hay otras divisiones posibles, otras categorías mucho más inclusivas que la izquierda: el 99%, el bien común, lo público, derechos humanos... O, simplemente, democracia real.
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