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Enseñar a escribir

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¿Cómo enseñaría yo a escribir?

Paso 1: dar complejidad a la herramienta. Darle su peso específico. Poner en evidencia no solo lo complejo del instrumento, sino también lo potente e infinito de él. Necesito que mis alumnos asuman la magnitud del proceso a desarrollar; sepan que estarán manipulando un turbo.

Sin ese paso, cualquier otro puede ser inútil y probablemente acabe siéndolo. Necesito que mis alumnos asuman qué significa aprender a escribir.

Paso 2: escribir. Comenzar a trabajar con las palabras, las frases, la gramática y la sintaxis. Explorar; probar; intentar. Poner a funcionar las diferentes maquinarias de la escritura e ir dejando que a partir de ellas, al ritmo que sea, vayan apareciendo las complejidades, los desafíos, el trabajo futuro; también, las torpezas y las limitaciones propias. Que se avizore que se necesita tener una idea clara para escribirla; que escribir me ayuda a clarificar mis ideas; que escribo desde una sensación; que escribo desde una imagen; que escribo describiendo; que escribo proponiendo, seduciendo, transmitiendo, etc.

Paso 3: en paralelo, leer. Leer atento al modo en que está escrito lo que leo. Desmontar el aparato narrativo que está por detrás de lo que leo. Desmontarlo y analizarlo, como si fuera un motor. Pieza a pieza. Extraerle el diapasón a la prosa. Entronizarlo en mis alumnos. Primeros contactos con las poéticas, es decir, con los paradigmas narrativos que organizan la producción.

Paso 4: Ir introduciendo, de a poco e incidentalmente, algunas normas de trabajo para profesionalizar la producción. Alguna regla sintáctica que no emerge naturalmente; alguna pauta general que pueda abrir nuevos registros... y así. Pero suave, de a poco y cuidándonos de no obturar la producción en marcha.

Paso 5: crear contexto. Poner a funcionar en paralelo las grandes producciones escritas, las páginas canónicas, las producciones incomparables de la historia de la escritura. Modelos únicos que han hecho época y abren registros nuevos. El llano en llamas, desde su título; Cortázar; Borges, claro; y los demás. Narradores, ensayistas, periodistas, científicos, puestos a escribir. Leerlos y analizarlos. Disfrutarlos, a la luz de la producción escrita de mis alumnos, que no se detiene en ningún momento del proceso.

Pauta general: no apurar el establecimiento de ningún texto de ningún alumno. No llevarlo a casa como obra, por ahora. No publicar ni enmarcar. No apurar la consagración (modelo tan escolar en donde cada producción vira obra, antes de tener mérito) antes de la instalación del escritor. No cristalizarse antes de constituirse. Buscamos escritores, no escrituras.

Paso 6: lecturas en voz alta; unos y otros, unos de otros. Lecturas; recreaciones. Narraciones orales. Voces y más voces que se despliegan por todos lados. Ajustes y reintentos. Declamaciones. Defensas orales. Oratorias. Lecturas de otros. Apropiaciones. Estilos que emergen. Estilos que no aparecen. Vacíos. Primeras angustias.

(En rigor hablaría más de trazos que de pasos, para no alimentar la idea secuencial del proceso y estimular la idea coral, de trama en desarrollo.)

Si el proceso va bien, con aquellas angustias ya por estas alturas aparecerán las primeras necesarias frustraciones. Ya mis alumnos consiguen saber que no alcanzan. Eso los hace más grandes y mejores. Han sabido darle espesor al saber que buscan alcanzar. Son complejos y autocríticos. Anhelan. Buscan y buscarán. Son exigentes y tenaces.

No estoy desarrollando un taller de poetas ni mucho menos para poetas, sino un curso básico para todo aquél que busque desempeñarse plenamente en su vida. No estoy diseñando nada elitista para ninguna élite. Pienso en la escuela, en cualquier escuela. Escribir en la escuela. Crear una atmósfera eficiente de escrituras y lecturas en la escuela. Tramas y contratramas que envuelven el quehacer escolar y conectan con cada cosa. Ritmos generales. Estéticas. Ideas en circulación. Calidad en general. Tensión de creación. Esfuerzo y logro. Calidad.

Aprender a escuchar los fraseos. Aprender que la prosa está en la respiración de la sintaxis, en su ritmo básico y esencial.

Dos alabanzas de Borges a dos narradores nos pueden ayudar a completar el fresco que intento definir. Decía de Faulkner que en sus novelas, como en los dramas de O´Neill, nunca se sabe muy bien qué pasa, pero se sabe que lo que pasa es terrible. Y decía de Eduardo Gutiérrez que no estaba seguro de que el verdadero Guillermo Hoyo fuera el gaucho de viaraza y de puñalada que el narrador describe, pero sí está seguro de que el Hoyo de Gutiérrez es verdadero. No sé si podría haber mejores evidencias de la complejidad infinita del saber en juego.

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