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Riqueza, dignidad y espíritu Suárez

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Luchar contra lo difícil o imposible con insistencia, y a veces con la incomprensión de los demás, es siempre un privilegio, o quizá un castigo, de las mentes extraordinarias. Digo castigo porque tal conducta siempre crea sufrimiento personal. Y esa es la larga trayectoria de quienes han cambiado algo en la historia. Tener una visión larga y ver con claridad aquello que todavía muy pocos pueden atisbar es el privilegio de unos pocos locos, que son los que cambian el mundo. Lo decía Bernard Shaw: "El hombre razonable se adapta al mundo, el que no lo es persiste y trata de adaptar el mundo a sí mismo cambiándolo". Y eso fue, en el grado que se quiera, y que cada uno puede ajustar a lo que vivió, lo que hizo Adolfo Suárez en este país nuestro bañado de cultura sin luz y pensamiento mágico y pobre. Ese fue, entre nosotros, el espíritu Suárez.

Pues bien, entre nosotros sigue existiendo, aun cuando lo oculte falsamente algunos rayos de luz, una pobreza igual a la de entonces en un trozo grande de nuestra cultura. Es la cultura de la ciencia que no existe en España. Todavía hay muy pocos que hayan entendido y sentido el valor de la ciencia como riqueza, dignidad y prestigio. Me canso de clamar en el desierto. Y ahí es donde, quizá, algún día, un presidente de Gobierno, con espíritu Suárez, entienda y le cale emocionalmente hasta la raíz de su visión política responsable, el valor de la Ciencia como dignidad nacional y no como pequeño y cumplidor escaparate político. Y permítanme decirlo, valor no solo para realzar lo listos que son los españoles sino como verdadera y real capacidad de generar conocimiento nuevo y riqueza, pues las patentes son origen y fuente indiscutible de abundante riqueza. Precisamente esto último puede ser la nueva economía del futuro. Lo curioso es que la puesta en marcha de este nuevo salto cualitativo solo requeriría imitar las políticas de los países de nuestro entorno. Y una vez más no puedo resistirme a mencionar ese ejemplo de bochorno para la Ciencia nacional que es el único Premio Nobel (hecho y cocido en España) que hemos tenido en ciencia (1906), y que fue Ramón y Cajal. Digo bochorno porque Ramón y Cajal pone de manifiesto el páramo científico-creativo de nuestro país. Y todo esto, sigo insistiendo, no es nada nuevo. Rafael Yuste lo ha dicho y remarcado recientemente en varias entrevistas en la prensa nacional.

Pero simplemente levantar la voz ante este problema sirve de muy poco. Entre otras cosas y para los políticos, porque ello, se piensa, requiere de mucho dinero para resolverlo. Pero no es así. El problema no es de dinero, sino de cultura. Y ponerlo en marcha solo requeriría en su inicio que un presidente de Gobierno se invistiese de espíritu Suárez. De romper la historia. De tener una visión larga, de calado casi revolucionario. Es decir, un presidente de Gobierno convencido y con fé por esta idea que bien en un discurso abierto o televisivo pero de modo reiterado y constante, dijese que nuestra cultura necesita de un revulsivo que nos lleve a colocarnos verdaderamente en el mundo moderno. Que apostase explícitamente por la Ciencia argumentando primero que la Ciencia representa riqueza y después porque la Ciencia representa dignidad pensante que nos puede y debe llevar con altura de miras a hablar en los foros políticos internacionales.

Este cambio requiere de un cambio profundo de política. ¿Por qué tantos científicos españoles son puntera en instituciones científicas de otros países y aquí, con iguales talentos, no salimos del marasmo científico? Un presidente de Gobierno culturamente revolucionario debiera hacerse esa pregunta y contestar algo así como: "Yo os lo diré. Porque en nuestro inmediato entorno la ciencia no está acunada por una cultura que le de valor. Que crear ciencia, y más ciencia competitiva y con ello riqueza, es como construir un edificio nuevo y hermoso. Y ello debe comenzar por los cimientos, si no el edificio dura poco. Por eso debe comenzar en los niños. Y esos valores hay que enseñarlos desde preescolar y luego alimentarlos en la escuela. Y es ahí donde juega el papel extraordinario el maestro. Y en los medios de comunicación y sobre todo en la televisión. Y nos vamos a poner manos a la obra".

¿Cómo es posible que cada día la televisión antes de cada telediario emita, precisamente en los tiempos de máxima audiencia y que todo el mundo ve y oye, algo tan relevante como los desfiles de modelos, el noviazgo de un tenista o el divorcio de un futbolista? Recuerdo, y lo he dicho tantas veces, el minuto de cultura de Pilar Miró antes de cada telediario. Unos segundos de música clásica junto a un gran cuadro del Museo del Prado que algunas generaciones luego han recordado con nostalgia. Romper esos moldes requiere para un gran gobernante poseer un espíritu Suárez. Y lo digo una vez más. Para romper este panorama cultural de hoy en España se necesitaría de un gobernante con verdadera vista de futuro. Visión rompedora, coraje mental, que lleve a niveles de las humanidades, o de fútbol o tenis, la riqueza y con ella la dignidad pensante nacional. Solo unas pocas palabras públicas, llenas de verdad, cada semana, del presidente del Gobierno, bastarían para sensibilizar y comenzar el proceso. Bastarían solo esas pocas palabras para abrir los ojos de la atención en tanta gente y darse cuenta que algo nuevo ocurre. Eso sería espíritu Suárez.

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