Patricia Casbas-Hernández* y Guillermo Orts
En 2013, expertos de primera línea mundial se reunían en España para discutir métodos pedagógicos con la intención de mejorar la enseñanza de la ciencia a todos los niveles. Según la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), más de la mitad de las personas encuestadas en España en 2010 decían no haber recibido una educación científica adecuada durante su período escolar.
Si ustedes preguntan a sus amigos sobre el recuerdo que guardan de las asignaturas de ciencias en la escuela, es probable que, en muchos casos, se encuentren con la siguiente respuesta: ¿las ciencias? ¡Vaya rollo!
Por tanto, parece que existe un desinterés evidente de una parte importante del alumnado hacia las asignaturas de ciencias. Lo que nosotros nos planteamos aquí es lo siguiente: ¿es este desinterés por la ciencia inherente a los jóvenes, a la ciencia en sí, o se debe más bien a un fallo en el sistema educativo actual?
Como científicos que trabajamos en el extranjero, y antiguos alumnos en España, nos gustaría comentar algunas de las claves que podrían motivar un mayor interés de los alumnos por las asignaturas de ciencias.
Bajo nuestro punto de vista, el problema se debe, en parte, al apego de los profesores a impartir clases con libros de texto y dictados, pero omitiendo el componente activo, experimental y lúdico del aprendizaje. Esto representa una gran ironía, ya que la mayoría de las disciplinas científicas obtienen el conocimiento a través de la experimentación, que a su vez nace de la curiosidad humana.
En Estados Unidos (EEUU) se utiliza la expresión de Science in Action (ciencia en acción) para describir la enseñanza activa de la ciencia a todos los niveles, desde preescolar hasta la universidad. Este concepto consiste en poner la ciencia en un contexto real y dejar al alumno experimentar.
De este modo, las unidades didácticas en asignaturas de ciencias siempre van acompañadas de hands-on-experiments, experimentos en los que se requiere participación física activa (seguro que muchos de ustedes recuerdan esas escenas de las películas en que hay niños que diseccionan ranas). Otros ejemplos: para que el estudiante entienda el trabajo de un arqueólogo, el profesor proporciona vasijas rotas que los estudiantes deben recomponer. Para que comprendan el trabajo que realiza un biólogo, los alumnos estudian y caracterizan la fauna de la charca que hay detrás de su instituto o estudian las células de su propia saliva. Estas actividades se realizan en horario lectivo proporcionando a los alumnos una experiencia que irá acompañada de la explicación que el profesor proporcione durante la actividad. Nosotros creemos que estas prácticas son mucho más significativas para el alumno que observar las vasijas reconstruidas o el dibujo de los animales o células en un libro. Por supuesto, estas actividades no son exclusivas de los americanos y en muchos otros países también se dan, aunque bajo nuestro punto de vista, con mucha menor frecuencia.
En EEUU también son muy buenos a la hora de involucrar a científicos que están en la cresta de la ola en la educación de niños y jóvenes. De este modo, se organizan talleres en los que los investigadores hablan de su pasión por la ciencia y realizan divertidos experimentos con los alumnos. Todo esto proporciona a los jóvenes no solo una forma diferente de aprender, sino también una perspectiva más real de lo que supone la realidad del método científico, algo que difícilmente se puede aprender de los libros.
En resumen, este es nuestro mensaje: cuando la enseñanza de la ciencia se enfoca desde un punto de vista menos teórico y más práctico (que al fin y al cabo, es como se hace ciencia en realidad), el aprendizaje resulta mucho más intuitivo y, sobretodo, más motivador. Nosotros creemos que este es unos de los aspectos clave que puede contribuir a tener más éxito a la hora de, no solo crear nuevas generaciones de científicos, sino también de despertar un mayor interés ciudadano por la ciencia. A la postre, creemos que esto solo puede contribuir a la riqueza de un país.
* Patricia Casbas-Hernández es investigadora en epidemiología en la University of North Carolina, Chapel Hill, EEUU.
Guillermo Orts-Gil es investigador del Instituto Max Planck de Coloides e Interfases en Berlín.
Los dos autores combinan sus actividades investigadoras con la divulgación y promoción de la ciencia.
En 2013, expertos de primera línea mundial se reunían en España para discutir métodos pedagógicos con la intención de mejorar la enseñanza de la ciencia a todos los niveles. Según la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), más de la mitad de las personas encuestadas en España en 2010 decían no haber recibido una educación científica adecuada durante su período escolar.
Si ustedes preguntan a sus amigos sobre el recuerdo que guardan de las asignaturas de ciencias en la escuela, es probable que, en muchos casos, se encuentren con la siguiente respuesta: ¿las ciencias? ¡Vaya rollo!
Por tanto, parece que existe un desinterés evidente de una parte importante del alumnado hacia las asignaturas de ciencias. Lo que nosotros nos planteamos aquí es lo siguiente: ¿es este desinterés por la ciencia inherente a los jóvenes, a la ciencia en sí, o se debe más bien a un fallo en el sistema educativo actual?
Como científicos que trabajamos en el extranjero, y antiguos alumnos en España, nos gustaría comentar algunas de las claves que podrían motivar un mayor interés de los alumnos por las asignaturas de ciencias.
Bajo nuestro punto de vista, el problema se debe, en parte, al apego de los profesores a impartir clases con libros de texto y dictados, pero omitiendo el componente activo, experimental y lúdico del aprendizaje. Esto representa una gran ironía, ya que la mayoría de las disciplinas científicas obtienen el conocimiento a través de la experimentación, que a su vez nace de la curiosidad humana.
En Estados Unidos (EEUU) se utiliza la expresión de Science in Action (ciencia en acción) para describir la enseñanza activa de la ciencia a todos los niveles, desde preescolar hasta la universidad. Este concepto consiste en poner la ciencia en un contexto real y dejar al alumno experimentar.
De este modo, las unidades didácticas en asignaturas de ciencias siempre van acompañadas de hands-on-experiments, experimentos en los que se requiere participación física activa (seguro que muchos de ustedes recuerdan esas escenas de las películas en que hay niños que diseccionan ranas). Otros ejemplos: para que el estudiante entienda el trabajo de un arqueólogo, el profesor proporciona vasijas rotas que los estudiantes deben recomponer. Para que comprendan el trabajo que realiza un biólogo, los alumnos estudian y caracterizan la fauna de la charca que hay detrás de su instituto o estudian las células de su propia saliva. Estas actividades se realizan en horario lectivo proporcionando a los alumnos una experiencia que irá acompañada de la explicación que el profesor proporcione durante la actividad. Nosotros creemos que estas prácticas son mucho más significativas para el alumno que observar las vasijas reconstruidas o el dibujo de los animales o células en un libro. Por supuesto, estas actividades no son exclusivas de los americanos y en muchos otros países también se dan, aunque bajo nuestro punto de vista, con mucha menor frecuencia.
En EEUU también son muy buenos a la hora de involucrar a científicos que están en la cresta de la ola en la educación de niños y jóvenes. De este modo, se organizan talleres en los que los investigadores hablan de su pasión por la ciencia y realizan divertidos experimentos con los alumnos. Todo esto proporciona a los jóvenes no solo una forma diferente de aprender, sino también una perspectiva más real de lo que supone la realidad del método científico, algo que difícilmente se puede aprender de los libros.
En resumen, este es nuestro mensaje: cuando la enseñanza de la ciencia se enfoca desde un punto de vista menos teórico y más práctico (que al fin y al cabo, es como se hace ciencia en realidad), el aprendizaje resulta mucho más intuitivo y, sobretodo, más motivador. Nosotros creemos que este es unos de los aspectos clave que puede contribuir a tener más éxito a la hora de, no solo crear nuevas generaciones de científicos, sino también de despertar un mayor interés ciudadano por la ciencia. A la postre, creemos que esto solo puede contribuir a la riqueza de un país.
* Patricia Casbas-Hernández es investigadora en epidemiología en la University of North Carolina, Chapel Hill, EEUU.
Guillermo Orts-Gil es investigador del Instituto Max Planck de Coloides e Interfases en Berlín.
Los dos autores combinan sus actividades investigadoras con la divulgación y promoción de la ciencia.