Recientes artículos en prensa, compañeros blogueros y asociaciones se hacen eco de la excesiva medicalización de la sociedad, uso y abuso de remedios y fármacos para enfermedades inventadas, exageradas o sencillamente etapas de la vida que hay que pasar.
La gravísima enfermedad llamada menopausia, o el embarazo y parto medicalizado hasta la extenuación, el exagerado valor mediático, que no médico, del colesterol alto en gente sana, la calvicie que tanto me preocupa, la hiperprotección solar no sea que me de un rayito de sol, de esto ya he hablado creo, tristeza y duelo que hay que medicar en vez de consolar. Incapacitantes resfriados que hay que cortar como sea en unas pocas horas con lo que sea, aún a riesgo de efectos secundarios, que nos dejan con el mismo catarro, con menos euros en el bolsillo y además atontados y somnolientos, con la boca seca como un cartón y tosiendo más que antes.
La infancia no iba a ser una excepción y así lo he denunciado muchas veces aquí y donde puedo. Los cólicos del lactante, granitos y cambios de color, cacas más o menos consistentes o numerosas, variaciones en el apetito, comportamientos que debe valorar siempre el psicólogo desde rabietas a suspensos escolares, dientes que no salen como nos gustan y hay que amordazar con hierros, mocos de colores, toses de diferentes timbres o fiebres que tenemos que erradicar también no sea que el niño sufra no sé qué horribles consecuencias.
Maternidades reguladas no ya por la normalidad, sino por unas reglas no escritas de la modernidad, donde ya no se lleva al niño en brazos, se portea con aditamentos reglamentarios al efecto; no se duerme todos en la misma cama, se colecha con las camas o añadidos adecuados; no se le da de comer a trozos, se practica baby- led weaning (autoalimentación a demanda); no se les da teta hasta que se harten, se practica lactancia prolongada.
Los biberones no son botes con un agujero en la goma, tienen que tener unas características ideales en forma, tamaño y género para poder ser aptos para una correcta y decorosa lactancia.
Ya incluso se ha perdido el sentido común y diría el instinto por la autoprotección, prima más el que me lo solucionen y si la pretendida respuesta está en venta, la pago, aunque no sea tal solución y complique más el asunto.
Esto en un caldo de cultivo para cualquier vendedor.
Por ejemplo: Entre una vorágine de información sobre maternidad e infancia, con escritos más o menos graciosos, más o menos científicos, yo les vendo mi libro, las farmacéuticas pastillas y remedios para todo, los ginecólogos revisiones casi mensuales a menopáusicas, embarazadas y puérperas, los pediatras mil revisiones de niños que rebosan salud, de todo punto inútiles.
Las familias demandan, exigen que para eso pagan impuestos, una solución a las malas noches de su bebé, frecuentan servicios de urgencias y abarrotan consultas con sanidad infantil. Ante eso ¿como reaccionamos los profesionales? De todo hay como en botica:
Unos, cómplices, participan con gusto del mercantilismo y agradecen esta moda lucrativa aprovechando el tirón, hacen uso de receta fácil con medicamentos caros "de los buenos, ya se sabe que los baratos no curan" se van de congresos financiados y participan de la parafernalia del consumo médico-farmacéutico.
Otros, más complacientes, participan sin darse cuenta, hacen uso de recetas lo menos malas posibles o placebos, la homeopatía es un recurso, al fin y al cabo es azúcar y agua así que mal no hará, salvo al bolsillo de nuevo. Mucolíticos, expectorantes y antitusivos inútiles en procesos agudos guarrean estómagos infantiles pero dan tranquilidad a profesionales sin ganas de pelear y padres exigentes de solución. A todo se le puede encontrar un bebedizo, incluso un remedio pretendídamente natural, cuando lo natural es tener un catarro o una cagalera. Otra forma de medicalizar inconscientemente es no tomar decisiones, me explico, ante cualquier proceso pedir pruebas, analíticas completísimas, radiografías innecesarias, exploraciones y visitas repetidas con el objeto de protegerse ante una posible reclamación, medicina defensiva.
Algunos, afortunadamente los más, dedican su tiempo de consulta a enseñar, explicar y recomendar lo necesario, pensando siempre en el peque, no en las presiones externas o necesidades impostadas de los padres. Tarea a veces complicada, pero siempre más satisfactoria y ética.
La gravísima enfermedad llamada menopausia, o el embarazo y parto medicalizado hasta la extenuación, el exagerado valor mediático, que no médico, del colesterol alto en gente sana, la calvicie que tanto me preocupa, la hiperprotección solar no sea que me de un rayito de sol, de esto ya he hablado creo, tristeza y duelo que hay que medicar en vez de consolar. Incapacitantes resfriados que hay que cortar como sea en unas pocas horas con lo que sea, aún a riesgo de efectos secundarios, que nos dejan con el mismo catarro, con menos euros en el bolsillo y además atontados y somnolientos, con la boca seca como un cartón y tosiendo más que antes.
La infancia no iba a ser una excepción y así lo he denunciado muchas veces aquí y donde puedo. Los cólicos del lactante, granitos y cambios de color, cacas más o menos consistentes o numerosas, variaciones en el apetito, comportamientos que debe valorar siempre el psicólogo desde rabietas a suspensos escolares, dientes que no salen como nos gustan y hay que amordazar con hierros, mocos de colores, toses de diferentes timbres o fiebres que tenemos que erradicar también no sea que el niño sufra no sé qué horribles consecuencias.
Maternidades reguladas no ya por la normalidad, sino por unas reglas no escritas de la modernidad, donde ya no se lleva al niño en brazos, se portea con aditamentos reglamentarios al efecto; no se duerme todos en la misma cama, se colecha con las camas o añadidos adecuados; no se le da de comer a trozos, se practica baby- led weaning (autoalimentación a demanda); no se les da teta hasta que se harten, se practica lactancia prolongada.
Los biberones no son botes con un agujero en la goma, tienen que tener unas características ideales en forma, tamaño y género para poder ser aptos para una correcta y decorosa lactancia.
Ya incluso se ha perdido el sentido común y diría el instinto por la autoprotección, prima más el que me lo solucionen y si la pretendida respuesta está en venta, la pago, aunque no sea tal solución y complique más el asunto.
Esto en un caldo de cultivo para cualquier vendedor.
Por ejemplo: Entre una vorágine de información sobre maternidad e infancia, con escritos más o menos graciosos, más o menos científicos, yo les vendo mi libro, las farmacéuticas pastillas y remedios para todo, los ginecólogos revisiones casi mensuales a menopáusicas, embarazadas y puérperas, los pediatras mil revisiones de niños que rebosan salud, de todo punto inútiles.
Las familias demandan, exigen que para eso pagan impuestos, una solución a las malas noches de su bebé, frecuentan servicios de urgencias y abarrotan consultas con sanidad infantil. Ante eso ¿como reaccionamos los profesionales? De todo hay como en botica:
Unos, cómplices, participan con gusto del mercantilismo y agradecen esta moda lucrativa aprovechando el tirón, hacen uso de receta fácil con medicamentos caros "de los buenos, ya se sabe que los baratos no curan" se van de congresos financiados y participan de la parafernalia del consumo médico-farmacéutico.
Otros, más complacientes, participan sin darse cuenta, hacen uso de recetas lo menos malas posibles o placebos, la homeopatía es un recurso, al fin y al cabo es azúcar y agua así que mal no hará, salvo al bolsillo de nuevo. Mucolíticos, expectorantes y antitusivos inútiles en procesos agudos guarrean estómagos infantiles pero dan tranquilidad a profesionales sin ganas de pelear y padres exigentes de solución. A todo se le puede encontrar un bebedizo, incluso un remedio pretendídamente natural, cuando lo natural es tener un catarro o una cagalera. Otra forma de medicalizar inconscientemente es no tomar decisiones, me explico, ante cualquier proceso pedir pruebas, analíticas completísimas, radiografías innecesarias, exploraciones y visitas repetidas con el objeto de protegerse ante una posible reclamación, medicina defensiva.
Algunos, afortunadamente los más, dedican su tiempo de consulta a enseñar, explicar y recomendar lo necesario, pensando siempre en el peque, no en las presiones externas o necesidades impostadas de los padres. Tarea a veces complicada, pero siempre más satisfactoria y ética.