Ya hemos comentado en alguna ocasión que es poco menos que imposible conocer las verdaderas claves de lo que está ocurriendo en el desarrollo de esta temporada de Fórmula 1. El hermetismo de los equipos es absoluto y ni los periodistas que llevan decenas de años siguiendo la especialidad son capaces de explicar todas las claves. Conformémonos pues con dar algunas opiniones que puedan servir para explicar o entender matices.
Lo primero que hay que decir es que la investigación tecnológica que hay detrás de un equipo de Fórmula 1 es desorbitada. Se cuenta que Mercedes dispone de un presupuesto de más de 250 millones de euros; de los cuales 200 los pone encima de la mesa la marca germana. El presupuesto de Ferrari y Red Bull es similar, pero Fiat (matriz de Ferrari) solo aporta la décima parte del budget. Renault destina alrededor de 50 millones para el desarrollo de los motores que proporciona a Red Bull, Toro Rosso, Caterham y Lotus; de momento, no está implicada como marca en la construcción de un monoplaza, como sí lo están Mercedes y Fiat-Ferrari.
Esto quiere decir que cuanto más inversión tecnológica exija la Fórmula 1, más difícil lo tienen las marcas con menor presupuesto propio. En la F1 está ocurriendo lo mismo que sucedió hace 20 años con la carrera armamentista entre la URSS y USA. El más poderoso inició una escalada que su rival no pudo seguir. Mercedes ha puesto en juego unos recursos que Fiat no puede igualar. La nueva reglamentación técnica, con el desarrollo de nuevos motores y cajas de cambio y nuevos sistemas de recuperación energética, exigen esfuerzos económicos que sólo marcas con facturación billonaria pueden permitirse. Ferrari-Fiat, que ya se quejaba de las enormes inversiones necesarias en aspectos aerodinámicos, alejados de sus procesos de producción, ve ahora que tiene que invertir en desarrollar una tecnología que no es prioritaria en sus coches de serie: los motores híbridos.
Montezemolo (patrón de Ferrari) está atrapado en un círculo vicioso: obligado a invertir en una tecnología que no le sirve apenas para sus coches de serie, pero que necesita para que sus coches de Fórmula 1 sigan siendo el banderín de enganche para los clientes que compran un Ferrari. Afortunadamente, la escudería cuenta con un grupo de patrocinadores que le permiten alcanzar el presupuesto necesario. Pero hoy día no basta con poner dinero para ser competitivos en la Fórmula 1 y es necesario un know-how en la sede central que no se mide en euros.
Es desde esta disyuntiva desde la que se entiende el viaje de Montezemolo a Bahrein. El directivo italiano está pidiendo árnica y quiere volver a una situación en la que no le obliguen año tras año a invertir lo que no tiene. El grupo Fiat y el banco de Santander, más sus importantes compañeros de viaje (Philip Morris, Shell, Kaspersky, Hublot...etc) no podrán mantener esta escalada de costes por mucho tiempo y Ferrari puede dejar de ser un soporte publicitario de primer nivel.
Nunca en la historia de la Fórmula 1 ha habido un salto técnico tan grande como el que se inicia con esta temporada.
En otras ocasiones se han cambiado los motores, la aerodinámica, las transmisiones o artículos del reglamento deportivo que suponían cambios importantes; pero, insisto, nunca un conjunto de normas que cambiase la actividad de modo tan drástico. Lo extraño es que estos cambios han sido pactados por todos los actores. Por Ferrari también. Y ahora entramos en terreno meramente especulativo, porque poco ha trascendido de las negociaciones y discusiones previas. Pero por lo leído y declarado, Ferrari tenía la necesidad de un cambio rotundo que rompiese la escalada aerodinámica que le llevaba al desastre. Y que conste que para Ferrari quedar segunda es un desastre.
La carrera de Bahrein ha sido interesante. Pero no seamos drásticos, porque lo ha sido solamente durante las 15 últimas vueltas y gracias a la salida de un safety-car y un reagrupamiento. Recuerdo hace unos cuantos años cuando, asistiendo a las 500 Millas de Indianapolis, se escuchó por los altavoces de la sala de prensa (allí las comunicaciones entre los equipos y los pilotos son obligatoriamente abiertas) "I need a yellow!" que gritaba por su micro Al Unser hijo, porque si no aparecía una bandera amarilla que le permitiese entrar en boxes para cambiar ruedas y repostar, perdía una carrera que tenía ganada.
La fórmula 1 actual, con su reglamento técnico y deportivo también necesita una bandera amarilla o un safety-car para hacerla interesante para la audiencia. Se han perdido demasiados aspectos definitorios. Los pilotos son cada vez una parte menos trascendente del tinglado y los equipos, una suma de complejidades en la que ya no se sabe si son más importantes los ingenieros, los mecánicos, los logistas, los fisioterapeutas, los relaciones públicas o los que conducen. Se puede decir que todo deporte debe evolucionar y que la Fórmula 1 lo necesitaba. Pero tengo serias dudas de que este sea el camino apropiado. De momento, los seguidores nostálgicos le sacamos tarjeta amarilla... o tal vez habría que decir en este caso, bandera amarilla.
Lo primero que hay que decir es que la investigación tecnológica que hay detrás de un equipo de Fórmula 1 es desorbitada. Se cuenta que Mercedes dispone de un presupuesto de más de 250 millones de euros; de los cuales 200 los pone encima de la mesa la marca germana. El presupuesto de Ferrari y Red Bull es similar, pero Fiat (matriz de Ferrari) solo aporta la décima parte del budget. Renault destina alrededor de 50 millones para el desarrollo de los motores que proporciona a Red Bull, Toro Rosso, Caterham y Lotus; de momento, no está implicada como marca en la construcción de un monoplaza, como sí lo están Mercedes y Fiat-Ferrari.
Esto quiere decir que cuanto más inversión tecnológica exija la Fórmula 1, más difícil lo tienen las marcas con menor presupuesto propio. En la F1 está ocurriendo lo mismo que sucedió hace 20 años con la carrera armamentista entre la URSS y USA. El más poderoso inició una escalada que su rival no pudo seguir. Mercedes ha puesto en juego unos recursos que Fiat no puede igualar. La nueva reglamentación técnica, con el desarrollo de nuevos motores y cajas de cambio y nuevos sistemas de recuperación energética, exigen esfuerzos económicos que sólo marcas con facturación billonaria pueden permitirse. Ferrari-Fiat, que ya se quejaba de las enormes inversiones necesarias en aspectos aerodinámicos, alejados de sus procesos de producción, ve ahora que tiene que invertir en desarrollar una tecnología que no es prioritaria en sus coches de serie: los motores híbridos.
Montezemolo (patrón de Ferrari) está atrapado en un círculo vicioso: obligado a invertir en una tecnología que no le sirve apenas para sus coches de serie, pero que necesita para que sus coches de Fórmula 1 sigan siendo el banderín de enganche para los clientes que compran un Ferrari. Afortunadamente, la escudería cuenta con un grupo de patrocinadores que le permiten alcanzar el presupuesto necesario. Pero hoy día no basta con poner dinero para ser competitivos en la Fórmula 1 y es necesario un know-how en la sede central que no se mide en euros.
Es desde esta disyuntiva desde la que se entiende el viaje de Montezemolo a Bahrein. El directivo italiano está pidiendo árnica y quiere volver a una situación en la que no le obliguen año tras año a invertir lo que no tiene. El grupo Fiat y el banco de Santander, más sus importantes compañeros de viaje (Philip Morris, Shell, Kaspersky, Hublot...etc) no podrán mantener esta escalada de costes por mucho tiempo y Ferrari puede dejar de ser un soporte publicitario de primer nivel.
Nunca en la historia de la Fórmula 1 ha habido un salto técnico tan grande como el que se inicia con esta temporada.
En otras ocasiones se han cambiado los motores, la aerodinámica, las transmisiones o artículos del reglamento deportivo que suponían cambios importantes; pero, insisto, nunca un conjunto de normas que cambiase la actividad de modo tan drástico. Lo extraño es que estos cambios han sido pactados por todos los actores. Por Ferrari también. Y ahora entramos en terreno meramente especulativo, porque poco ha trascendido de las negociaciones y discusiones previas. Pero por lo leído y declarado, Ferrari tenía la necesidad de un cambio rotundo que rompiese la escalada aerodinámica que le llevaba al desastre. Y que conste que para Ferrari quedar segunda es un desastre.
La carrera de Bahrein ha sido interesante. Pero no seamos drásticos, porque lo ha sido solamente durante las 15 últimas vueltas y gracias a la salida de un safety-car y un reagrupamiento. Recuerdo hace unos cuantos años cuando, asistiendo a las 500 Millas de Indianapolis, se escuchó por los altavoces de la sala de prensa (allí las comunicaciones entre los equipos y los pilotos son obligatoriamente abiertas) "I need a yellow!" que gritaba por su micro Al Unser hijo, porque si no aparecía una bandera amarilla que le permitiese entrar en boxes para cambiar ruedas y repostar, perdía una carrera que tenía ganada.
La fórmula 1 actual, con su reglamento técnico y deportivo también necesita una bandera amarilla o un safety-car para hacerla interesante para la audiencia. Se han perdido demasiados aspectos definitorios. Los pilotos son cada vez una parte menos trascendente del tinglado y los equipos, una suma de complejidades en la que ya no se sabe si son más importantes los ingenieros, los mecánicos, los logistas, los fisioterapeutas, los relaciones públicas o los que conducen. Se puede decir que todo deporte debe evolucionar y que la Fórmula 1 lo necesitaba. Pero tengo serias dudas de que este sea el camino apropiado. De momento, los seguidores nostálgicos le sacamos tarjeta amarilla... o tal vez habría que decir en este caso, bandera amarilla.