El Cairo, 02-02-2011
Estamos al inicio de la revolución egipcia; es el día de "la batalla de los camellos y de los caballos" en la plaza Tahrir. De camino a la plaza, por la mañana, el joven taxista no deja que me entere sobre su opinión política. Insisto en hablar con él, ganarme su confianza y al final me dice: "Yo participé en los enfrentamientos frente a la comisaría de Embaba; allí murieron amigos míos y por eso no voy a perdonar a Mubarak".
Somos algunos miles de manifestantes que resistimos 24 horas dentro de la plaza. Todo Egipto nos mira en directo y una parte importante del mundo también, pendiente de nuestra capacidad de resistencia.
La plaza está sucia, como todos los lugares públicos en Egipto, y llena de polvo. También en las caras, en la ropa y en las manos. La noche anterior mis amigos se burlaban de mí y de mi paranoia y obsesión con la higiene y la limpieza. Le pedí a uno de ellos que me echara agua de una botella para lavarme la cara y las manos. Después de secarme con un papel, me agaché y me limpié con ese mismo papel mojado los zapatos. Riéndose de mí, me preguntaron: "¿Qué haces? Se van a ensuciar en seguida". Les contesté: "Lo sé, pero al menos me siento bien conmigo mismo durante unos minutos".
Pero al día siguiente ya no hay ese lujo, se trata de la batalla más importante de nuestras vidas, es cuestión de vida o muerte, hay poca agua y poca comida. Bebes de la misma botella de la que han bebido muchos a los que no conoces sin que te dé asco. Esas botellas, que muchas veces se rellenan de un grifo de alguna obra pública abandonada, las reparten mujeres y chicas a las que no conoces. Se acerca una de ellas, te da la botella y a lo mejor te ordena: "Bebe y descansa un poco".
Es muy normal que, mientras estás charlando con un amigo comiéndote un bocadillo, pase un joven al que no conoces y te pida un trozo, y tú lo compartes con él.
Cuando hay disparos en uno de los accesos a la plaza, la gente no sale corriendo en dirección contraria sino que sale corriendo hacia ese acceso para protegerlo con su cuerpo y para cargar sobre los hombros a los heridos o a los muertos manchados de sangre.
En medio de todo esto hay sonrisas, chistes, cachondeo, discusiones. Todo se mezcla, da igual que estés de pie charlando con alguien, o animado con discursos políticos, o tirando piedras, o ayudando a levantar barricadas, o haciendo cualquier otra cosa en las primeras líneas o un poco más atrás.
Te tumbas en la acera para descasar un rato y un joven al que no conoces se acerca y te deja su chaqueta para que te la pongas como almohada debajo de la cabeza. Y miles de detalles como este se suceden por todo Egipto a cada instante.
La cuestión es simple, el que aguante y tenga más paciencia ganará esta batalla.
El Cairo, 15-04-2014
Una amiga de Facebook, a la que no conozco personalmente pero que parece ser una de los miles de jóvenes que participaron tres años antes en esta revolución, escribe por la mañana en su perfil que se despide de sus amigos porque ya está cansada, no aguanta más y no puede controlar unas situaciones familiares difíciles; y anuncia que ha decidido suicidarse.
Acaba su estatus con: "Os quiero, adiós".
Su estatus recibe 48 "Me gusta". ¿Te gusta?
Y estos son algunos de los comentarios que recibe: "Esto es por culpa de la mierda de tranquilizantes que tomas"; "El círculo se cerró"; "Una buena decisión y que Dios te ayude"; "Una decisión respetable si la ejecutas de verdad"; "Suicídate o emigra de este país"; "Adelante y Dios te ayudará, nadie gana nada de la vida". (Este último comentario aparece acompañado de un emoticono sonriendo).
La chica no contestó a ningún comentario; se fue a tomar un veneno y ahora está en el hospital.
Estamos al inicio de la revolución egipcia; es el día de "la batalla de los camellos y de los caballos" en la plaza Tahrir. De camino a la plaza, por la mañana, el joven taxista no deja que me entere sobre su opinión política. Insisto en hablar con él, ganarme su confianza y al final me dice: "Yo participé en los enfrentamientos frente a la comisaría de Embaba; allí murieron amigos míos y por eso no voy a perdonar a Mubarak".
Somos algunos miles de manifestantes que resistimos 24 horas dentro de la plaza. Todo Egipto nos mira en directo y una parte importante del mundo también, pendiente de nuestra capacidad de resistencia.
La plaza está sucia, como todos los lugares públicos en Egipto, y llena de polvo. También en las caras, en la ropa y en las manos. La noche anterior mis amigos se burlaban de mí y de mi paranoia y obsesión con la higiene y la limpieza. Le pedí a uno de ellos que me echara agua de una botella para lavarme la cara y las manos. Después de secarme con un papel, me agaché y me limpié con ese mismo papel mojado los zapatos. Riéndose de mí, me preguntaron: "¿Qué haces? Se van a ensuciar en seguida". Les contesté: "Lo sé, pero al menos me siento bien conmigo mismo durante unos minutos".
Pero al día siguiente ya no hay ese lujo, se trata de la batalla más importante de nuestras vidas, es cuestión de vida o muerte, hay poca agua y poca comida. Bebes de la misma botella de la que han bebido muchos a los que no conoces sin que te dé asco. Esas botellas, que muchas veces se rellenan de un grifo de alguna obra pública abandonada, las reparten mujeres y chicas a las que no conoces. Se acerca una de ellas, te da la botella y a lo mejor te ordena: "Bebe y descansa un poco".
Es muy normal que, mientras estás charlando con un amigo comiéndote un bocadillo, pase un joven al que no conoces y te pida un trozo, y tú lo compartes con él.
Cuando hay disparos en uno de los accesos a la plaza, la gente no sale corriendo en dirección contraria sino que sale corriendo hacia ese acceso para protegerlo con su cuerpo y para cargar sobre los hombros a los heridos o a los muertos manchados de sangre.
En medio de todo esto hay sonrisas, chistes, cachondeo, discusiones. Todo se mezcla, da igual que estés de pie charlando con alguien, o animado con discursos políticos, o tirando piedras, o ayudando a levantar barricadas, o haciendo cualquier otra cosa en las primeras líneas o un poco más atrás.
Te tumbas en la acera para descasar un rato y un joven al que no conoces se acerca y te deja su chaqueta para que te la pongas como almohada debajo de la cabeza. Y miles de detalles como este se suceden por todo Egipto a cada instante.
La cuestión es simple, el que aguante y tenga más paciencia ganará esta batalla.
El Cairo, 15-04-2014
Una amiga de Facebook, a la que no conozco personalmente pero que parece ser una de los miles de jóvenes que participaron tres años antes en esta revolución, escribe por la mañana en su perfil que se despide de sus amigos porque ya está cansada, no aguanta más y no puede controlar unas situaciones familiares difíciles; y anuncia que ha decidido suicidarse.
Acaba su estatus con: "Os quiero, adiós".
Su estatus recibe 48 "Me gusta". ¿Te gusta?
Y estos son algunos de los comentarios que recibe: "Esto es por culpa de la mierda de tranquilizantes que tomas"; "El círculo se cerró"; "Una buena decisión y que Dios te ayude"; "Una decisión respetable si la ejecutas de verdad"; "Suicídate o emigra de este país"; "Adelante y Dios te ayudará, nadie gana nada de la vida". (Este último comentario aparece acompañado de un emoticono sonriendo).
La chica no contestó a ningún comentario; se fue a tomar un veneno y ahora está en el hospital.