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El mal del amor: el orgasmo y la muerte

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En la actualidad aunque el SIDA sigue estigmatizando, puede controlarse; hay que temer mucho más al cáncer, que se ha convertido en el nuevo monstruo. Repentino, hambriento, letal. El virus del papiloma humano (VPH) era cuasi desconocido, aunque según las estadísticas afecta al 80% de la población mundial sexualmente activa siendo el causante de varios tipos de cáncer. El 70% de las personas infectadas con el virus, no saben que lo tienen. Según la American Social Health Association hay 5,5 millones de infecciones nuevas anuales en Estados Unidos, donde se contabiliza que ya hay en torno a 20 millones de personas afectadas.

De los más de 100 tipos de VPH que se conocen, hay algunos que presentan verrugas genitales (condiloma acumulado) pero son de bajo riesgo. Sin embargo, los virus de alto riesgo vinculados al VPH son paradójicamente asintomáticos. Una mujer puede detectar que padece la enfermedad en una revision ginecológica rutinaria mediante una citología, pero el hombre no tiene posibilidad de averiguarlo. Aunque son las mujeres las principales afectadas (desarrollando cáncer cervicouterino), los hombres tampoco están exentos de sufrir sus consecuencias (cáncer de pene, cáncer oral), como declaró públicamente Michael Douglas que reconoció que su cáncer de garganta se debía a haber practicado sexo oral a una mujer con papiloma humano. En los últimos años el VPH se ha extendido notablemente también entre los homosexuales (cáncer anal).

Estamos ante una plaga cruel y silenciosa; los menores de 26 años pueden optar a ponerse una vacuna en contra de la enfermedad, pero los que ya han perdido la virginidad están expuestos al virus. En pleno siglo XXI resulta fundamental eliminar los prejuicios: la gente que sufre enfermedades sexuales no tiene por qué ser irresponsable: los preservativos se rompen y tampoco sirven para protegernos completamente del contagio, se ha demostrado que el virus se transmite también a través de la piel próxima a la zona genital. Una relación estable tampoco garantiza la imposibilidad de contraer la enfermedad si las dos personas han sido sexualmente activas previamente. La única forma de prevenir el VPH es abstenerse de tener relaciones sexuales. ¿Hemos de renunciar al placer más extremo por miedo? Larry Clark hacía referencia a la fatalidad en su película Kids (1995) donde una jovencísima Chloë Sevigny contraía SIDA en su primera relación sexual mientras su amiga promiscua y despreocupaba estaba completamente sana. Leos Carax también juega con el concepto del amor y la muerte en su película Mavais sang (Mala sangre, 1986) en la que existe un virus llamado SBTO que resulta letal para aquellos que tienen relaciones sexuales con personas a las que no aman. Nos debatimos entre dos pulsiones inherentes a nuestra condición humana: el Eros y el Tánatos, las fotografías del artista japonés Nobuyoshi Araki, atraen y repelen a un mismo tiempo mostrando esta dualidad a la que estamos condenados. "No hay mejor medio de familiarizarse con la muerte que aliarla a una idea libertina", decía el marqués de Sade (Justine, 1787).

Analizando el sexo y la muerte desde una perspectiva científica, resulta interesante pensar que si en lugar de reproducirnos sexualmente (lo que implica la fusión de dos células formando sólo una) lo hiciéramos al estilo bacteriano, nos dividiríamos creando clones. Ganaríamos la eternidad perdiendo la diversidad, ya que seríamos iguales. El sexo, por tanto, nos da la vida y nos mata. La mayor expresión del amor nos infecta del "mal de la muerte" del que hablara Marguerite Duras. Moriremos de amor.

Moriremos de amor.

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