Doce ciudades, 32 equipos clasificados, 11.000 voluntarios, más de 60 partidos, cientos de miles de espectadores... Hablamos del Mundial Brasil 2014. El próximo 12 de junio dará comienzo la gran fiesta del fútbol, con un partido que enfrentará a Brasil y a Croacia en el estadio de Itaquerão, en Sao Paulo. Un estadio que ha costado más de 1.000 millones de reales (alrededor de 450 millones de dólares). A apenas unos cuatro kilómetros, unas mil familias del Movimiento de los Trabajadores Sin Techo (MTST) han ocupado un terreno para denunciar lo que estas grandes cifras esconden: inversiones públicas desmesuradas, aumento de precios para la población local, dificultades en el acceso a la vivienda, desahucios... ¿Qué queda para la inversión en salud o educación?
Y es que mientras en Brasil el 18,6 % de la población vive en la pobreza, el Mundial de Fútbol será el más caro de la historia: 10.000 millones de euros. Las obras de construcción o reforma de los recintos que albergarán los partidos, cifradas al principio en 800 millones de euros, han superado los 2.700. Una inversión total superior a la que efectuaron Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntas, y que será costeada en gran parte por las arcas públicas brasileñas. Sólo la financiación de las obras ha aumentado el nivel de endeudamiento de las ciudades sede de este evento deportivo en un 30% de media.
Pero el problema no es sólo lo que Brasil está gastando, si no también lo que está dejando de ganar: el país dejará de ingresar unos 179 millones de euros, según las estimaciones más conservadoras, y 386 millones, según otros, debido a las exenciones fiscales que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) ha conseguido para las empresas patrocinadoras del Mundial de Fútbol. El mismo Tribunal de Cuentas de la Unión habla de que tan sólo el Gobierno federal dejará de ingresar más de mil millones de reales (unos 322 millones de euros).
Esto es posible gracias a la Ley de la Copa del 20 de diciembre de 2010, en la que se especifica que tanto la FIFA como sus empresas subsidiarias y asociadas están exentas de pagar los impuestos que les corresponderían normalmente. Estas empresas pueden importar a Brasil, sin pagar impuestos, todo tipo de productos, desde medallas a materiales de construcción o medicamentos. También estarán exentas en la celebración todo tipo de "actividades que se consideren relevantes para la realización, organización, preparación, comercialización, distribución, promoción y clausura de las competiciones".
Por el momento este Mundial ya bate un claro récord, al constituirse como el más caro de la historia (10.000 millones de euros), suponiendo una inversión total superior a la que efectuaron Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntas. Y son los brasileños de a pie, gracias a los impuestos que han pagado en los últimos años, los que financiarán en gran parte este desembolso. La FIFA, por su parte, ya ha obtenido 1.380 millones de dólares de beneficios gracias a la venta de entradas, derechos de transmisión televisivos y merchandising. Estos ingresos, que suponen un 10 % más que los obtenidos en el Mundial de Sudáfrica, no tendrán repercusión en la población brasileña.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 18,6 % de los brasileños, más de 37 millones de personas, viven todavía en la pobreza. Un sistema fiscal justo, en el que las empresas pagasen los impuestos que deben, sería una herramienta crucial para financiar servicios públicos de calidad y ayudar así a superar la brecha de la desigualdad en el país. Sin embargo, las exenciones fiscales de las que se benefician las empresas asociadas a la FIFA lo harán un poquito más difícil. Los alrededor de 200 millones de habitantes de Brasil, asistirán, además de al gran espectáculo del Fútbol, a la ceremonia en la que se les escapa la oportunidad de tener una mejor educación o una mejor sanidad, entre otras prestaciones.
Pero los brasileños están reaccionando: las protestas son cada vez más generalizadas, y muchas organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo les apoyan. Desde la ONGD española InspirAction, por ejemplo, hemos lanzado una campaña: Las jugadas de la FIFA, para recoger firmas y pedir a Joseph Blatter, presidente de la FIFA, que se comprometa a no volver a imponer este tipo de condiciones abusivas a los países que acojan el Mundial en el futuro.
Somos conscientes de que el crecimiento económico que ha experimentado Brasil en los últimos años ha conducido al país más grande del hemisferio sur a convertirse en 2013 en la séptima economía más potente del mundo, según el FMI. Pero sabemos también que a pesar de los avances que se han producido en materia social, sigue siendo uno de los diez países más desiguales del planeta. Según el IBGE (Instituto Brasilero de Geografía e Estadística) en 2011 el 10% más rico de la población acaparaba el 44,5% de los ingresos totales del país, mientras que el 10% más pobre sólo obtenía un 1,1% del total.
Erradicar la pobreza y la desigualdad es una decisión política, y las exenciones fiscales injustas dificultan su consecución, impidiendo la distribución de la riqueza y restando eficiencia y equidad al sistema tributario. No sólo en Brasil, sino en todo el mundo. En América Latina y el Caribe, considerada por el programa para el Desarrollo de Naciones Unidas la región más desigual del mundo, su uso lastra el futuro de la población más vulnerable.
El Mundial no es más que otro ejemplo de una práctica generalizada que perjudica más a los más pobres. Una práctica que debe terminar.
Y es que mientras en Brasil el 18,6 % de la población vive en la pobreza, el Mundial de Fútbol será el más caro de la historia: 10.000 millones de euros. Las obras de construcción o reforma de los recintos que albergarán los partidos, cifradas al principio en 800 millones de euros, han superado los 2.700. Una inversión total superior a la que efectuaron Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntas, y que será costeada en gran parte por las arcas públicas brasileñas. Sólo la financiación de las obras ha aumentado el nivel de endeudamiento de las ciudades sede de este evento deportivo en un 30% de media.
Pero el problema no es sólo lo que Brasil está gastando, si no también lo que está dejando de ganar: el país dejará de ingresar unos 179 millones de euros, según las estimaciones más conservadoras, y 386 millones, según otros, debido a las exenciones fiscales que la Federación Internacional de Fútbol (FIFA) ha conseguido para las empresas patrocinadoras del Mundial de Fútbol. El mismo Tribunal de Cuentas de la Unión habla de que tan sólo el Gobierno federal dejará de ingresar más de mil millones de reales (unos 322 millones de euros).
Esto es posible gracias a la Ley de la Copa del 20 de diciembre de 2010, en la que se especifica que tanto la FIFA como sus empresas subsidiarias y asociadas están exentas de pagar los impuestos que les corresponderían normalmente. Estas empresas pueden importar a Brasil, sin pagar impuestos, todo tipo de productos, desde medallas a materiales de construcción o medicamentos. También estarán exentas en la celebración todo tipo de "actividades que se consideren relevantes para la realización, organización, preparación, comercialización, distribución, promoción y clausura de las competiciones".
Por el momento este Mundial ya bate un claro récord, al constituirse como el más caro de la historia (10.000 millones de euros), suponiendo una inversión total superior a la que efectuaron Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntas. Y son los brasileños de a pie, gracias a los impuestos que han pagado en los últimos años, los que financiarán en gran parte este desembolso. La FIFA, por su parte, ya ha obtenido 1.380 millones de dólares de beneficios gracias a la venta de entradas, derechos de transmisión televisivos y merchandising. Estos ingresos, que suponen un 10 % más que los obtenidos en el Mundial de Sudáfrica, no tendrán repercusión en la población brasileña.
Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 18,6 % de los brasileños, más de 37 millones de personas, viven todavía en la pobreza. Un sistema fiscal justo, en el que las empresas pagasen los impuestos que deben, sería una herramienta crucial para financiar servicios públicos de calidad y ayudar así a superar la brecha de la desigualdad en el país. Sin embargo, las exenciones fiscales de las que se benefician las empresas asociadas a la FIFA lo harán un poquito más difícil. Los alrededor de 200 millones de habitantes de Brasil, asistirán, además de al gran espectáculo del Fútbol, a la ceremonia en la que se les escapa la oportunidad de tener una mejor educación o una mejor sanidad, entre otras prestaciones.
Pero los brasileños están reaccionando: las protestas son cada vez más generalizadas, y muchas organizaciones de la sociedad civil de todo el mundo les apoyan. Desde la ONGD española InspirAction, por ejemplo, hemos lanzado una campaña: Las jugadas de la FIFA, para recoger firmas y pedir a Joseph Blatter, presidente de la FIFA, que se comprometa a no volver a imponer este tipo de condiciones abusivas a los países que acojan el Mundial en el futuro.
Somos conscientes de que el crecimiento económico que ha experimentado Brasil en los últimos años ha conducido al país más grande del hemisferio sur a convertirse en 2013 en la séptima economía más potente del mundo, según el FMI. Pero sabemos también que a pesar de los avances que se han producido en materia social, sigue siendo uno de los diez países más desiguales del planeta. Según el IBGE (Instituto Brasilero de Geografía e Estadística) en 2011 el 10% más rico de la población acaparaba el 44,5% de los ingresos totales del país, mientras que el 10% más pobre sólo obtenía un 1,1% del total.
Erradicar la pobreza y la desigualdad es una decisión política, y las exenciones fiscales injustas dificultan su consecución, impidiendo la distribución de la riqueza y restando eficiencia y equidad al sistema tributario. No sólo en Brasil, sino en todo el mundo. En América Latina y el Caribe, considerada por el programa para el Desarrollo de Naciones Unidas la región más desigual del mundo, su uso lastra el futuro de la población más vulnerable.
El Mundial no es más que otro ejemplo de una práctica generalizada que perjudica más a los más pobres. Una práctica que debe terminar.