América Latina tuvo las tasas más altas de crecimiento en varias décadas entre el año 2003 y el 2012, a pesar de los efectos de la crisis global del 2009. También llegó a nuestra región un volumen inusual de inversión extranjera directa y de carteras de inversiones. El boom de esos años dio lugar a un optimismo desaforado por parte de propios y ajenos. Varios bancos de inversión hablaron de "la década de América Latina", como si hubiese llegado nuestro despegue definitivo.
Pero la desaceleración reciente demostró lo que varios analistas subrayamos en esa época: el boom se debió fundamentalmente a factores exógenos. Ante todo, debido al llamado superciclo del precio de las materias primas que produjo aumentos continuos en nuestros términos de intercambio (con excepción del 2009). También tuvieron un papel protagonista la alta liquidez internacional y la recesión en Estados Unidos y Europa. Estos tres factores impulsaron el auge de ingresos de capitales, pues muchas empresas e inversores que no encontraban dónde más invertir se vieron atraídos por nuestro alto crecimiento y el de los precios de los productos básicos.
Ahora que ha concluido el ciclo al alza de los precios de las materias primas y se empieza a debilitar el influjo de capitales, hemos regresado a tasas de crecimiento modestas, muy cercanas a nuestro promedio histórico de largo plazo (3 %). ¿Qué se puede esperar en el futuro?
La experiencia reciente muestra un factor generalmente positivo: una mayor resistencia ante las crisis externas. Y uno generalmente negativo: un bajo crecimiento de la productividad total y una alta variación de ambos factores en cada país.
América Latina se vio afectada de manera muy leve por la crisis financiera global del 2009, en contraste con lo que sucedió en episodios anteriores, de perturbaciones menos agudas en el sistema financiero internacional. Recordemos, por ejemplo, cómo un alza de tasas de interés en Estados Unidos (1982), la crisis rusa (1998) o la de capitales a largo plazo condujeron a una parada repentina de los flujos de inversión y a profundas recesiones y crisis financieras, cambiarias y fiscales en un gran número de países de la región.
Esta renovada fortaleza de la región para absorber choques se debe a que, después de sufrir muchas y muy costosas crisis financieras, aprendimos a regular y supervisar relativamente bien a los bancos. Y los propios banqueros también aprendieron a tomar menos riesgos.
También aprendimos que hay que mantener un margen de liquidez externa, y, en consecuencia, aprovechamos el boom para acumular reservas internacionales, reducir la deuda externa de corto plazo y tener superávits o déficits pequeños en cuenta corriente.
Además, varios países (en especial Brasil, Colombia, Chile, México y Perú), habían adoptado regímenes cambiarios flexibles que permitieron aplicar políticas monetarias anticíclicas. Y unos pocos (notablemente Perú y Chile) estuvieron en posición de aplicar también políticas fiscales anticíclicas fuertes. Al parecer ha habido un punto de inflexión en estos temas y es posible que América Latina haya dejado de ser la región de las crisis frecuentes.
Lo negativo, es decir, el bajo crecimiento de la productividad, se debe a que hemos avanzado muy poco en temas microeconómicos. Por ejemplo, la educación es de baja calidad y las empresas innovan muy poco (y no hay políticas eficientes de estímulo a la innovación), con excepciones como el caso de la agricultura brasileña. En varios países la calidad de la infraestructura de transporte continúa siendo baja (Brasil, Colombia, Perú); y sigue siendo difícil hacer negocios. Y en casi todos (excepto Chile, Uruguay y Costa Rica) hay una baja calidad de la institucionalidad y esta ha tenido retrocesos importantes en países como Venezuela y Argentina.
Esto explica en mucho la creciente brecha económica regional. El período de bonanza excepcional terminó para Venezuela y Argentina sin reservas internacionales y con estrictos controles de capitales para frenar la fuga de propios y extraños. Además sufren presiones inflacionarias.
Brasil mantiene la tasa de inversión más baja y las tasas de interés más altas de la región, debido tanto a problemas macro como microeconómicos, que resultan de un Estado hipertrofiado e ineficiente y de una manía de sobrerregular la economía. Sólo Chile y Perú, y en menor medida Ecuador y Colombia, han mantenido una muy buena posición macroeconómica y han avanzado algo en reformas microeconómicas.
México ahora está realizando reformas micro muy significativas, que sumadas a su buena posición macro, pueden permitir un retorno a tasas sostenibles de crecimiento alto. Por tanto, es fácil predecir que habrá grandes diferencias entre las tasas de crecimiento de la región.
Pero la desaceleración reciente demostró lo que varios analistas subrayamos en esa época: el boom se debió fundamentalmente a factores exógenos. Ante todo, debido al llamado superciclo del precio de las materias primas que produjo aumentos continuos en nuestros términos de intercambio (con excepción del 2009). También tuvieron un papel protagonista la alta liquidez internacional y la recesión en Estados Unidos y Europa. Estos tres factores impulsaron el auge de ingresos de capitales, pues muchas empresas e inversores que no encontraban dónde más invertir se vieron atraídos por nuestro alto crecimiento y el de los precios de los productos básicos.
Ahora que ha concluido el ciclo al alza de los precios de las materias primas y se empieza a debilitar el influjo de capitales, hemos regresado a tasas de crecimiento modestas, muy cercanas a nuestro promedio histórico de largo plazo (3 %). ¿Qué se puede esperar en el futuro?
La experiencia reciente muestra un factor generalmente positivo: una mayor resistencia ante las crisis externas. Y uno generalmente negativo: un bajo crecimiento de la productividad total y una alta variación de ambos factores en cada país.
América Latina se vio afectada de manera muy leve por la crisis financiera global del 2009, en contraste con lo que sucedió en episodios anteriores, de perturbaciones menos agudas en el sistema financiero internacional. Recordemos, por ejemplo, cómo un alza de tasas de interés en Estados Unidos (1982), la crisis rusa (1998) o la de capitales a largo plazo condujeron a una parada repentina de los flujos de inversión y a profundas recesiones y crisis financieras, cambiarias y fiscales en un gran número de países de la región.
Esta renovada fortaleza de la región para absorber choques se debe a que, después de sufrir muchas y muy costosas crisis financieras, aprendimos a regular y supervisar relativamente bien a los bancos. Y los propios banqueros también aprendieron a tomar menos riesgos.
También aprendimos que hay que mantener un margen de liquidez externa, y, en consecuencia, aprovechamos el boom para acumular reservas internacionales, reducir la deuda externa de corto plazo y tener superávits o déficits pequeños en cuenta corriente.
Además, varios países (en especial Brasil, Colombia, Chile, México y Perú), habían adoptado regímenes cambiarios flexibles que permitieron aplicar políticas monetarias anticíclicas. Y unos pocos (notablemente Perú y Chile) estuvieron en posición de aplicar también políticas fiscales anticíclicas fuertes. Al parecer ha habido un punto de inflexión en estos temas y es posible que América Latina haya dejado de ser la región de las crisis frecuentes.
Lo negativo, es decir, el bajo crecimiento de la productividad, se debe a que hemos avanzado muy poco en temas microeconómicos. Por ejemplo, la educación es de baja calidad y las empresas innovan muy poco (y no hay políticas eficientes de estímulo a la innovación), con excepciones como el caso de la agricultura brasileña. En varios países la calidad de la infraestructura de transporte continúa siendo baja (Brasil, Colombia, Perú); y sigue siendo difícil hacer negocios. Y en casi todos (excepto Chile, Uruguay y Costa Rica) hay una baja calidad de la institucionalidad y esta ha tenido retrocesos importantes en países como Venezuela y Argentina.
Esto explica en mucho la creciente brecha económica regional. El período de bonanza excepcional terminó para Venezuela y Argentina sin reservas internacionales y con estrictos controles de capitales para frenar la fuga de propios y extraños. Además sufren presiones inflacionarias.
Brasil mantiene la tasa de inversión más baja y las tasas de interés más altas de la región, debido tanto a problemas macro como microeconómicos, que resultan de un Estado hipertrofiado e ineficiente y de una manía de sobrerregular la economía. Sólo Chile y Perú, y en menor medida Ecuador y Colombia, han mantenido una muy buena posición macroeconómica y han avanzado algo en reformas microeconómicas.
México ahora está realizando reformas micro muy significativas, que sumadas a su buena posición macro, pueden permitir un retorno a tasas sostenibles de crecimiento alto. Por tanto, es fácil predecir que habrá grandes diferencias entre las tasas de crecimiento de la región.