Las líneas que siguen critican sin acritud la tesis de mi buen amigo y compañero Juan Moscoso del Prado, que él resume en esta frase: "La izquierda debe olvidar el discurso de clases". Creo que tal discurso es inolvidable porque la clase potente, la explotadora, no está dispuesta a ello.
El libro en cuestión coincide con la muerte de Richard Hoggart (1918-2014), sociólogo británico de fecunda vida intelectual y real. Su obra cumbre, The Uses of Literacy, 1956 (en español, La cultura obrera en la sociedad de masas) conserva plena vigencia. Nacido en el seno de una familia extremadamente pobre, le marcaría toda la vida: "Cuando veo a un pájaro volando al nido y alimentando con especial empeño las bocas hambrientas, viene a mi mente la imagen de mi madre. Cuando has visto correr las lágrimas en sus mejillas porque ha perdido una moneda de seis peniques, no lo olvidarás fácilmente".
Hoggart convirtió la experiencia vivida en fuente fundamental para la interpretación de la cultura de la clase obrera. Su ser está dividido entre la infancia en el barrio obrero y su época adulta en la literatura y la vida universitaria. Navega entre la perspectiva de la clase obrera de la que proviene y la élite intelectual a la que llegó a pertenecer. Todo ello -como recuerda Mirta Varela- en medio de un sistema educativo que lo premió a lo largo de su vida, lo que explica su escepticismo a los cambios revolucionarios y su fe en la capacidad de transformación de las instituciones públicas.
Moscoso del Prado dice que "los ciudadanos ya no se definen por su situación en el mundo del trabajo, sino por otros factores, sobre todo por su capacidad de consumo... se han creado categorías de consumo, no de clase". Sin embargo, yo prefiero el al pan, pan y al vino, vino. Hay quienes pueden consumir mucho y quienes apenas (o nada) pueden hacerlo. O, como escribía Hoggart en 1989: "Las diferencias de clase no mueren. Simplemente adoptan nuevas formas de expresarse. Esto es tan cierto hoy como lo era hace 25 años. Rutinariamente damos por enterradas las clases, pero el ataúd permanece vacío". Linsey Hanley lo define así: "Twitter e Instagram nos dan la impresión de que todos se expresan de igual manera, desde el pintor de brocha gorda en paro al marchante de arte multimillonario. Una aproximación en profundidad a la obra de Hoggart dinamita esa impresión. Él se encarga de recordarnos que el acceso a la cultura se amplía o reduce en función de quien posee las llaves, siempre en manos de aquellos que han tenido acceso a la educación y a los contactos adecuados".
En definitiva, Richard Hoggart estaba convencido de que existe una cultura de resistencia de la clase obrera, un compendio de actitudes que no acepta fácilmente la tendencia a la extinción. Admitía que las condiciones de vida de los trabajadores habían mejorado, pero resaltaba la persistencia de los sistemas de valores en conflicto: "El mundo se divide entre ellos y nosotros", ellos son "los que están en la cima", los que "reparten las ayudas sociales", "los que nos convocan para ir a la guerra", "los que te aplastan si pueden".
Tal vez podríamos convenir que el conflicto social, la lucha de clases -tal como la definía el marxismo- no desapareció, pero resultó encauzada en niveles socialmente asumibles. Quedaba muy bien hablar de socialdemocracia, en lugar de socialismo (por supuesto democrático) por si este concepto resultaba duro de escuchar en determinados oídos. Como escribe otro buen amigo, el catedrático de Derecho Constitucional, Javier García Fernández: "Ocurrió que si bien la izquierda se había olvidado de la lucha de clases, la derecha seguía teniéndola presente y empezaba a estar incómoda con el Estado social... El resultado es que, al amparo de la mayor crisis económica tras la desaparición del comunismo, el paradigma de la lucha de clases se ha reinstalado en muchos países, como España. Porque lucha de clases es cercenar los derechos laborales, bajar los salarios, generalizar la precariedad laboral, degradar la enseñanza y la sanidad, dificultar las becas y desprestigiar a los sindicatos mientras aumentan las grandes fortunas y se incrementan los salarios de los grandes directivos. Lucha de clases es la política que cada día aplican algunos Gobiernos, como el de Rajoy". Sí, pienso que, lamentablemente, la lucha de clases continúa vigente.
El libro en cuestión coincide con la muerte de Richard Hoggart (1918-2014), sociólogo británico de fecunda vida intelectual y real. Su obra cumbre, The Uses of Literacy, 1956 (en español, La cultura obrera en la sociedad de masas) conserva plena vigencia. Nacido en el seno de una familia extremadamente pobre, le marcaría toda la vida: "Cuando veo a un pájaro volando al nido y alimentando con especial empeño las bocas hambrientas, viene a mi mente la imagen de mi madre. Cuando has visto correr las lágrimas en sus mejillas porque ha perdido una moneda de seis peniques, no lo olvidarás fácilmente".
Hoggart convirtió la experiencia vivida en fuente fundamental para la interpretación de la cultura de la clase obrera. Su ser está dividido entre la infancia en el barrio obrero y su época adulta en la literatura y la vida universitaria. Navega entre la perspectiva de la clase obrera de la que proviene y la élite intelectual a la que llegó a pertenecer. Todo ello -como recuerda Mirta Varela- en medio de un sistema educativo que lo premió a lo largo de su vida, lo que explica su escepticismo a los cambios revolucionarios y su fe en la capacidad de transformación de las instituciones públicas.
Moscoso del Prado dice que "los ciudadanos ya no se definen por su situación en el mundo del trabajo, sino por otros factores, sobre todo por su capacidad de consumo... se han creado categorías de consumo, no de clase". Sin embargo, yo prefiero el al pan, pan y al vino, vino. Hay quienes pueden consumir mucho y quienes apenas (o nada) pueden hacerlo. O, como escribía Hoggart en 1989: "Las diferencias de clase no mueren. Simplemente adoptan nuevas formas de expresarse. Esto es tan cierto hoy como lo era hace 25 años. Rutinariamente damos por enterradas las clases, pero el ataúd permanece vacío". Linsey Hanley lo define así: "Twitter e Instagram nos dan la impresión de que todos se expresan de igual manera, desde el pintor de brocha gorda en paro al marchante de arte multimillonario. Una aproximación en profundidad a la obra de Hoggart dinamita esa impresión. Él se encarga de recordarnos que el acceso a la cultura se amplía o reduce en función de quien posee las llaves, siempre en manos de aquellos que han tenido acceso a la educación y a los contactos adecuados".
En definitiva, Richard Hoggart estaba convencido de que existe una cultura de resistencia de la clase obrera, un compendio de actitudes que no acepta fácilmente la tendencia a la extinción. Admitía que las condiciones de vida de los trabajadores habían mejorado, pero resaltaba la persistencia de los sistemas de valores en conflicto: "El mundo se divide entre ellos y nosotros", ellos son "los que están en la cima", los que "reparten las ayudas sociales", "los que nos convocan para ir a la guerra", "los que te aplastan si pueden".
Tal vez podríamos convenir que el conflicto social, la lucha de clases -tal como la definía el marxismo- no desapareció, pero resultó encauzada en niveles socialmente asumibles. Quedaba muy bien hablar de socialdemocracia, en lugar de socialismo (por supuesto democrático) por si este concepto resultaba duro de escuchar en determinados oídos. Como escribe otro buen amigo, el catedrático de Derecho Constitucional, Javier García Fernández: "Ocurrió que si bien la izquierda se había olvidado de la lucha de clases, la derecha seguía teniéndola presente y empezaba a estar incómoda con el Estado social... El resultado es que, al amparo de la mayor crisis económica tras la desaparición del comunismo, el paradigma de la lucha de clases se ha reinstalado en muchos países, como España. Porque lucha de clases es cercenar los derechos laborales, bajar los salarios, generalizar la precariedad laboral, degradar la enseñanza y la sanidad, dificultar las becas y desprestigiar a los sindicatos mientras aumentan las grandes fortunas y se incrementan los salarios de los grandes directivos. Lucha de clases es la política que cada día aplican algunos Gobiernos, como el de Rajoy". Sí, pienso que, lamentablemente, la lucha de clases continúa vigente.