Este título es el enunciado con el que
el informe reciente de la OCDE sobre la
eurozona encabeza el apartado dedicado
al análisis de las perspectivas de la
región. No solo se refiere al momento
actual o al futuro próximo, sino que
constata el comportamiento decepcionante
que el conjunto de la región ha
mantenido prácticamente desde el nacimiento
de la moneda única. El fortalecimiento
de la integración mediante
un mercado cada vez más unificado no
ha generado las ganancias anticipadas
en términos de crecimiento y productividad.
En realidad, desde el inicio de
la unión monetaria la productividad
total del trabajo por trabajador creció
solo un 0,6% al año, frente al 1,2% que
lo hizo en promedio el conjunto de la
OCDE. El empleo, por su parte, tampoco
registró avances espectaculares, con
variaciones del 1% anual en los años
previos a la crisis. La decepción es mayor
cuando se analiza el comportamiento
de la mayoría de las economías
del sur de Europa, incapaces de avanzar
de forma significativa hacia la convergencia
real prometida.
Y llegó la recesión. El impacto en
la eurozona ha sido muy superior al
ocasionado en el epicentro de la crisis,
la economía estadounidense. El desempleo
estructural ha ascendido 1,5 puntos
porcentuales entre 2007 y 2013 al
tiempo que las desigualdades han aumentado,
tanto dentro de los países
como entre los integrantes del área
monetaria. Esos daños también han
sido más severos en las consideradas
economías periféricas, donde las rentas
han caído en mayor medida. Y la
austeridad más intensa. El resultado
no es otro que un ascenso en la deuda
pública sin precedentes. Su reconducción
hacia ese objetivo del 60% del PIB
costará tiempo y sacrificios adicionales
a los ya sufridos, en ausencia de estímulos
al crecimiento económico. En realidad,
la debilidad económica no
permitirá hacer esfuerzos adicionales
muy significativos de consolidación fiscal. Y, a decir
verdad, tampoco sería muy aconsejable.
Las buenas noticias asociadas al aumento registrado
en la capitalización de los bancos quedan
empañadas por la todavía vigente reducción del
crédito y la fragmentación financiera existente en
el seno del área. La esperanza está puesta en que
la transición a la Unión Bancaria, la disposición
de una supervisión homogénea y un mecanismo
de resolución de crisis eficaz, facilite la reducción
de riesgos y la normalización de la intermediación
bancaria. La OCDE destaca que a pesar de las
mejoras en la base de capital de los bancos, se
mantienen elevados niveles de morosidad.
Un elemento no poco importante, aun cuando
la OCDE no le preste demasiada atención, es el
proceso de caída en la tasa de variación de los precios
en la eurozona y los temores deflacionistas
asociados. Especialmente, otra vez, en las economías
periféricas, que son las que crecen menos y
las que mayor volumen de deuda pública y privada
mantienen. Es por ello que las presiones ante
el BCE son importantes. Se supone que la institución
ya dispone de elementos de juicio suficientes
en cinco meses de descensos de precios para que
tome cartas en el asunto. Aun cuando ello suponga
echar mano de medidas tan poco convencionales
como las utilizadas por sus colegas, la Reserva
Federal y el Banco de Inglaterra.
De no mediar decisiones que alteren el cuadro
hoy disponible, el horizonte no es el más halagüeño.
En la tabla adjunta se refleja la anticipación
que hace la propia OCDE del escenario de crecimiento
a largo plazo de la eurozona. No es precisamente
incitador a la ilusión. En mayor medida si
tomamos en consideración los riesgos que pesan
sobre el mismo, como episodios adicionales de inestabidad
financiera cuando apenas se han restaurado
los daños originados por esta crisis. A la
vulnerabilidad financiera la OCDE añade las amenazas
provenientes de la capacidad competitiva de
las economías emergentes, especialmente las asiáticas,
y de la inflexible y lenta asimilación de los
cambios tecnológicos.
El resultado de todo ello es un ánimo bien distante
del que precisan los avances hacia una mayor
integración regional. La afección, el apoyo a
la moneda única, no están precisamente en su mejor
momento. Eso se percibirá en las próximas
elecciones al Parlamento Europeo.
Este artículo se publicó originalmente en la revista 'Empresa Global.'