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La respuesta contra la degradación de la tierra está en África

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La vida en la tierra pende de un hilo muy delgado. El calentamiento del clima se está registrando en una capa atmosférica que constituye una fracción del radio del planeta: dos décimas de un punto porcentual. Sin embargo, las consecuencias son desastrosas. La degradación del suelo, la erosión de la tierra y la desertificación, que afectan a una creciente parte del mundo, ocurren en la más delgada de las capas terrestres: la de suelos donde crece la vegetación, y que representa aproximadamente el 0,0003 % del radio del planeta. Nuestras vidas y medios de subsistencia dependen de esos estrechos márgenes.

La degradación de la tierra ha sido considerada durante mucho tiempo como un problema ambiental regional, en vez de uno global. Últimamente ha sido etiquetada como una ramificación o efecto del cambio climático, en lugar de un problema ambiental importante por derecho propio. El crecimiento de la población mundial, y la expansión de la producción agrícola necesaria para alimentar el planeta, está cambiando esta percepción. La degradación de la tierra se está convirtiendo en uno de los principales problemas ambientales globales de nuestro tiempo.

Las tierras de cultivo y de ganadería ya representan casi 5.000 millones de hectáreas, o el 40 % de la superficie terrestre del planeta. Ampliar la extensión de tierra dedicada a la producción de alimentos y seguir con los actuales métodos de cultivo, en previsión al crecimiento poblacional mundial, simplemente no funcionará. Las aspiraciones de estabilidad política y sostenibilidad futuras dependen de cómo manejamos este recurso vital para satisfacer la creciente demanda de alimentos, fibras y energía a partir de biomasa.

Para al menos 2,600 millones de personas, más de un tercio de ellos pobres de zonas rurales, mantener la productividad de sus entornos se ha convertido en una cuestión de supervivencia.

Los principales factores que propulsan la degradación de los suelos son esas prácticas insostenibles y políticas inadecuadas del uso de la tierra. Esto a su vez causa el deterioro de los ecosistemas relacionados con los entornos agrícolas y forestales en general. Estos factores están fuertemente influenciados por factores globales tales como el crecimiento demográfico, el aumento de los precios del suelo y de los alimentos, la expansión de los principales productos agrícolas, y el cambio climático.

Aproximadamente 2.000 millones de hectáreas de tierra (7,7 millones de millas cuadradas, un territorio más grande que Australia), ya están afectadas por la degradación del suelo. La desertificación es el caso extremo de la degradación, que causa particular preocupación, debido a que sus consecuencias a menudo se magnifican por el cambio climático y la sequía.

La degradación del suelo es un problema monumental. Afecta a una serie de dimensiones ambientales más allá de la salud de la tierra misma.

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Mujeres sacan agua de un pozo en una zona rural de Burkina Faso/FMAM.



El cambio climático, por ejemplo, influye en la salud de la tierra, pero también se ve afectado por ella, ya que la deforestación aumenta las emisiones de gases de efecto invernadero. La degradación de la tierra conduce a la pérdida de la biodiversidad, la reducción de la productividad del suelo y el agotamiento de los recursos hídricos. Además provoca la pérdida de millones de toneladas de tierra al año, algunas de las cuales terminan como sedimentos en la costa o en los lagos, causando lo que se conoce como zonas muertas, cuerpos de agua sin oxígeno que provocan el colapso de las pesquerías.

Pero hay buenas noticias.

El África subsahariana es el epicentro de los esfuerzos para desacelerar y finalmente revertir la marea creciente de la degradación del suelo. La sabana de Guinea, con una superficie de 700 millones de hectáreas, ha sido descrita como "el gigante dormido de África" por sus amplias posibilidades de agricultura comercial, según la FAO y el Banco Mundial.

Este potencial debe aprovecharse. Pero debido a la ausencia de buenas prácticas de producción adaptadas a la ecología de la región, se corre el riesgo de despertar no solo a ese gigante dormido sino también otros problemas. Por ejemplo, la pérdida masiva de carbono del suelo, que podría convertir a África en una de las principales fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero.

Las tendencias emergentes en África subsahariana indican que hay una gran oportunidad para avanzar en la gestión sostenible de la tierra que puede proteger los ecosistemas en las tierras secas.

En la región del Sahel, millones de hectáreas han sido regeneradas por los pequeños agricultores que practican la agrosilvicultura, la conservación del suelo y del agua, la gestión de la fertilidad del suelo, y el manejo sostenible de los bosques.

Resultados similares se han obtenido en el cuerno de África y en África meridional, donde se está utilizando el árbol leguminoso conocido como Fadherbia Albida para la gestión de la fertilidad del suelo. La mayoría de estas tecnologías y prácticas no son nuevas, pero su aplicación por parte de los cientos de miles de pequeños agricultores ha sido un factor importante en la creación de un impacto a escala.

Al celebrarse el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía este 17 de junio, los avances en el Sahel pueden alentar a los países africanos, con la ayuda de instituciones globales, a embarcarse en un esfuerzo de gestión sostenible de la tierra a largo plazo. Con el apoyo del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) y el Banco Mundial, 12 países se han comprometido a invertir cerca de 1.800 millones de dólares en la iniciativa bautizada Gran Muralla Verde para proteger el Sahel de la desertificación y los efectos del cambio climático.

A menudo caracterizada erróneamente como una campaña de plantación de árboles, el esfuerzo de la Gran Muralla Verde promoverá innovaciones que aborden las necesidades de productividad de los cultivos, el ganado y los paisajes forestales, al tiempo que generará beneficios ambientales globales. El FMAM y sus socios esperan replicar estos beneficios en otras partes de África y de otros continentes afectados por este problema insidioso que, de no controlarse, erosionará aún más la fina capa sobre la que depende la humanidad.

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