"Quizá algún día los tertulianos del reino tengan que preguntarse cuándo empezó la desafección de Canarias hacia el Estado", pensó Eduardo en voz alta.
Para él, la costa de Fuerteventura eran sus veranos con tres o cuatro años, cogiéndole la mano a su padre para ir a darse un baño. "Al agua con papá", le cantaba, como si estuviera empezando a sellar un pacto que ya nunca se rompería. En aquella época, los apartamentos todavía no habían sepultado la costa. Y a nadie le preocupaba el petróleo. Él sólo estaba pendiente de los bocadillos de queso curado y disfrutaba de las tardes sin camiseta y del amor todavía joven de sus padres.
Quince años después estaba estudiando en Madrid y se dio cuenta de que casi nadie sabía nada de Canarias; algunos ni siquiera los nombres de las islas. "Si conocieran algo, se darían cuenta de esa relación tan fuerte que la gente tiene allí con su territorio", pensaba ahora. "Con ehte mar, la vida eh mah liberal", le dijo con gracia una tarde un filósofo de la playa y la cerveza, junto a unas rocas cualquiera de Tenerife. "Yo de Madrid salgo corriendo enseguida. Me ahogo todo". Junto al mar, uno casi siempre se enamoraba por primera vez. En el mar, uno se sumergía los sábados para que se llevara las preocupaciones y enfermedades de la semana. Del mar y del turismo vivían. ¿No tenían los canarios el derecho a que se les preguntara si querían prospecciones petrolíferas en sus aguas con las consecuencias que podían provocar?
Quizá había que describir un poco mejor ese vínculo tan intenso, para que lo entendieran los que les podían ayudar. Y a Eduardo se le ocurrió buscar entre sus libros un pequeño ensayo-conferencia del crítico e intelectual Domingo Pérez Minik, que se titulaba La Condición Humana del Insular:
"El hombre canario ha vivido constantemente muy cerca de su geografía. Este hecho ha señalado todo su orbe de actividades. Sus abundantes poetas, que no conciben la poesía sino como paisaje, sea exterior o interior, afirman esta proximidad. Sus trabajos para ampliar el contorno sobre el cual viven, ya hacia dentro en busca del agua escondida, ya hacia arriba cultivando las zonas de cualquier altura, indican su sentido preciso del espacio geográfico".
Pero resulta que de las islas había salido un ministro que más bien parecía un virrey colonial. En la época en que hizo política en Canarias, se hablaba mucho, muchísimo, de su particular manera de ejercer el poder, algo sobre lo que había investigado sin cesar un periodista llamado Carlos Sosa. Eduardo también sabía que algunos empleados de las instituciones canarias donde había estado el ministro detestaban su manera de gobernar, que consideraban muy autoritaria.
- "Señor Soria, ¿va a tener en cuenta la opinión de los canarios...?", le preguntó una periodista mientras lo abucheaban unos manifestantes contrarios a los sondeos.
- "Voy a tener en cuenta la opinión los técnicos del Ministerio", respondió el ministro.
"La vieja política", pensaba Eduardo. "¿No conseguiremos que se acabe pronto?"
También estaban los que se hacían pasar por escuderos de la soberanía canaria. ¿No habían gobernado el PP y Coalición Canaria más de 15 años juntos? El presidente Paulino Rivero y el ministro Soria habían sido entusiastas compañeros en el Gobierno canario durante algún tiempo. Y algunos dirigentes nacionalistas también habían coqueteado con la idea de explotar el petróleo que se pudiera encontrar en Canarias. ¿No había en los dos partidos derechas muy afines, con modelos muy parecidos?
Pero estaban las otras cuestiones, las que algunos tertulianos metropolitanos escasamente avezados en cuestiones de la periferia no alcanzaban a interpretar; los momentos políticos más contundentes en Canarias casi siempre tenían que ver con la defensa del territorio: Canarias votó NO a la OTAN porque temía convertirse en una plataforma de acciones militares. Decenas de miles de personas pidieron que no se contruyera el Puerto de Granadilla (Tenerife), que CC, PP y PSOE continuaron, inasequibles al desaliento. La movilización ciudadana consiguió parar la construcción de unas torres de alta tensión de la filial canaria de Endesa en Vilaflor, municipio cercano al Teide. "¿Acaso pensarán que por ser una región pobre estamos dispuestos a cualquier cosa? La verdad es que estos pirómanos del Gobierno son expertos en crear problemas donde no los había. Menos mal que venían a salvar la unidad de España".
Ilustración: Jennifer Tapias