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Edgar Allan Poe o el legado de una tragedia

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El tan defenestrado e incomprendido heavy metal (sí, no se asusten, han leído bien: heavy metal) acaba de dar a luz una obra de grandiosas dimensiones basada en la figura de Edgar Allan Poe. Déjenme explicarles: hay mucha más literatura en canciones como Hallowed be thy name o 22 Acacia Avenue, de Iron Maiden, que en muchas de las novelas que se publican hoy día.

El heavy no sólo son tipos melenudos, haciendo molinos con el pelo y elevando los cuernos de la mano al cielo, con muñequeras de cuero y remaches de níquel (que también). El heavy es, musicalmente hablando, hijo del blues -la música de los esclavos y los oprimidos- el soul y la música clásica. Son herederos de Wagner y de Bach, de Beethoven y de Vivaldi: ahí están Yngwie Malmsteem o Van Halen para demostrarlo, o Deep Purple con sus tendencias orquestales o Black Sabbath, que utilizó directamente melodías clásicas en sus composiciones, o Metallica y Scorpions grabando discos con importantes orquestas sinfónicas.

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Edgar Allan Poe (1848) tomado por W.S. Hartshorn. Fuente: Wikipedia


Ahora, un disco español rinde homenaje y se suma al acervo de obras profundamente marcadas por el genio del escritor de Boston. Edgar Allan Poe, inmortalizado en los daguerrotipos de Hartshorn con su cabeza de poliedro, su frente anchurosa como deformada por los fórceps, su nariz robusta, la boca fruncida, las ojeras marcadas y la mirada triste, es uno de esos autores que no solo influyen en los escritores que vienen después de él, sino que condiciona también a los que le anteceden, algo que está al alcance de muy pocos. No es posible leer a Horace Walpole, Ann Radcliffe o El Monje de Mathew G. Lewis sin ver la sombra de Poe. Luego, claro, viene el influjo en lo de después: las traducciones de Baudelaire, sus ramificaciones en el simbolismo francés, el surrealismo, Borges, las traducciones de Cortázar, Hitchcock, la pintura, las series televisivas, y muchísimas cosas más. Lo último en su sumarse a esta estela es este disco del que les hablo, titulado Legado de una tragedia, parte 2.

Este segundo volumen es la continuación de la primera ópera de rock que salió en 2008, y que contaba los principales episodios de la vida de Poe: la vida errante de los padres, deprimidos actores de segunda; su paso por el ejército; su amor con Virginia; las peleas con su padrastro por querer dedicarse de lleno a la literatura; sus borracheras, etc.

La parte 2, compuesta y dirigida por Joaquín Padilla, músico de Iguana Tango, es una alegoría de Poe descendiendo a los infiernos de la mano de Virgilio, haciendo el mismo recorrido que Dante cuenta en La Divina Comedia, pero desvirtuándola lo justo para dotarla de una gran imaginación y llevarla hasta los límites de una fantasía heterodoxa.

La ambición del disco -una obra wagneriana, épica y orquestal- es total: la producción, redonda y aplastante; los músicos, excelentes (ahí está Leo Jiménez, poderosa voz de agudos sobrecogedores, interpretando a Poe); los coros, en latín y soportados por cantantes líricos (tenores y sopranos que recuerdan a los coros tenebrosos del Carmina Burana); las letras, oníricas y tensas (escalofriante la conversación entre Poe y Satán en las profundidades del infierno, ante el estupor de Virgilio, en la canción titulada Yo te maldigo, sencillamente inmensa).

Si Joaquín Padilla hubiera hecho esta ópera rock en Londres o Los Ángeles o Nueva York y no en Madrid, y en vez de hacerla con músicos que no han cobrado un euro por su participación, la hubieran compuesto Pink Floyd o Queen, o incluso algún compositor de musicales de Broadway, hoy sería una referencia y estaríamos rindiéndole pleitesía y devoción. Pero claro, Legado de una tragedia no es música pop, ni contiene los acordes pegadizos de las canciones comerciales de moda, ni cuenta con el respaldo de ningún gran productor musical, ni es tampoco el simplismo naif del Rey León, por poner un caso.

Esta ópera rock es un disco autoeditado en España (no hay ningún sello musical detrás) en el que colaboran desinteresadamente más de 45 músicos de primer nivel y que, para colmo, está hecho en el género del heavy metal. Estoy seguro: esta ópera rock pasará desapercibida. Pero créanme, despójense de los prejuicios musicales y acérquense a esta obra que, para los amantes de los musicales, si se representase con la espectacularidad que merece, podría ser digna sucesora en ambición y concepto de obras como The Wall o El Fantasma de la ópera, por poner otros casos.

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