Érase una vez un fiscal en excedencia que apenas ejerció como tal. Érase una vez un político precoz que con 24 años y como concejal por AP ya ejercía de mosca cojonera del alcalde socialista de Madrid Enrique Tierno Galván. Érase una vez un senador que presumía de haber sido el parlamentario más votado de la historia de la Cámara Alta. Érase una vez un "popular" que alardeaba de haber conseguido para su partido cinco mayorías absolutas...
Érase una vez un prometedor político de la derecha del que se decía era el candidato más peligroso para la izquierda que tenía el PP. Érase una vez un un estudiante de Derecho que en realidad siempre fue un estudioso de cómo y en qué momento se convertiría en el líder del centro derecha español. Érase una vez un ambicioso personaje que decía que para llegar a los más alto en política uno debía "casarse con el Abc y acostarse con El País". Érase una vez un eterno aspirante cuya camaleónica piel le convirtió entre los suyos en el más denostado nombre de cuantos desde hace lustros pululan por el universo de la calle Génova...
Érase una vez un ministro de personalidad compleja, con exceso de soberbia y tendente a la depresión, que un día decidió desprenderse de la etiqueta de "progre de la derechas" (casó homosexuales mientras su partido llevaba la ley al Tribunal Constitucional) y "derechizar" sus posiciones políticas...
Érase, y ese es, Alberto Ruiz Gallardón. O quizá lo que se ha escrito y dicho de él. Porque, en realidad, el "verso suelto" del PP, que ya no rima ni dentro ni fuera de su partido, siempre estuvo escorado a la derecha, aunque coqueteara con la izquierda, pero fue un buen actor. Frío, calculador, sin escrúpulos... y sin un sólo amigo en política. A todos cuantos ha tenido a su lado los dejó tirados en la cuneta. La lista es interminable. Y por eso hoy, quizá, afronta el nuevo curso con un desgaste político sin precedentes y sin nadie dispuesto a dar la cara por él. Todo por ponerse al frente de la manifestación de una ley del aborto innecesaria y regresiva que alejaría a España de Europa en materia de interrupción voluntaria del embarazo. Un texto que, salvo en los sectores más "ultras", nunca contó con el visto bueno del PP y mucho menos con la aprobación de la sociedad.
Tras varios meses de titubeos, el Gobierno -a quien corresponde, no obstante, la paternidad de la ley- ha decidido ahora desautorizar a su ministro de Justicia y "aparcar" la reforma "sine die", pese a que Gallardón garantizó públicamente en julio que saldría del Consejo de Ministros antes de que acabara el verano. La próxima reunión del Gabinete de Rajoy será ya en otoño y, consciente de su derrota, el que fuera alcalde de Madrid pena por las esquinas de La Moncloa y amaga con la dimisión.
Su imagen queda tocada; su futuro, en el aire. Y en el PP hacen todo tipo de apuestas, casi todas fijas al "NO", sabiendo que no es la primera vez que Gallardón se enfurruña y amaga con la dimisión para luego seguir. Su biografía política está llena de órdagos perdidos y palabras que se llevó el viento. Cuenta la leyenda que hasta Esperanza Aguirre, una de sus grandes "enemigas íntimas" en el PP, lleva anotados en un cuaderno sus anuncios de retirada no cumplidos.
"He sido derrotado, pero no vencido", dijo cuando en 2004 se vio obligado a retirar la candidatura de su entonces mano derecha y hoy olvidado, Manuel Cobo, para disputar el poder del PP en Madrid a Esperanza Aguirre. La dirección nacional tomó cartas en el asunto de aquella guerra cainita entre compañeros de partido y el entonces alcalde, tras perder el pulso, entró en introspección y amenazó con su retirada.
"Mariano, tú has tomado tu decisión y yo la mía. Después del 9 de marzo, dejaré la política". Fueron las palabras con las que Gallardón respondió a la decisión de Rajoy de no incluir en 2008 su nombre ni el de Esperanza Aguirre en las listas de Madrid al Congreso de los Diputados, a pesar de que los dos habían pujado por ello.
Hay más ejemplos que incluso se remontan a la primera legislatura de Aznar, cuando el ex presidente del Gobierno y el ex alcalde de Madrid apenas cruzaban palabra y se despellejaban por los cenáculos de la capital. Y es que Gallardón, que hoy sólo suma el apoyo de los algunos sectores ultraconservadores por su ultramontana reforma del aborto, ya no es sólo un dirigente del PP repudiado en público y privado por los "aguirristas" con quienes siempre vivió un enfrentamiento abierto. Con razón o sin ella, se le atribuye una posición tibia en la defensa de Rajoy por el "caso Bárcenas"; una absoluta incapacidad para adaptarse a un Consejo de Ministros en el que él es uno más y no el jefe al que todos bailan el agua; una retahíla de traiciones... Pues eso. Que Gallardón no tiene quien le quiera... y tampoco quien le escriba. Como en la novela de García Márquez El coronel no tiene quien le escriba, su cara de los últimos días refleja el sentimiento de desasosiego ante la espera. Aún sabiendo que la espera, esta vez, traerá su defunción definitiva en la política.
Érase una vez un prometedor político de la derecha del que se decía era el candidato más peligroso para la izquierda que tenía el PP. Érase una vez un un estudiante de Derecho que en realidad siempre fue un estudioso de cómo y en qué momento se convertiría en el líder del centro derecha español. Érase una vez un ambicioso personaje que decía que para llegar a los más alto en política uno debía "casarse con el Abc y acostarse con El País". Érase una vez un eterno aspirante cuya camaleónica piel le convirtió entre los suyos en el más denostado nombre de cuantos desde hace lustros pululan por el universo de la calle Génova...
Érase una vez un ministro de personalidad compleja, con exceso de soberbia y tendente a la depresión, que un día decidió desprenderse de la etiqueta de "progre de la derechas" (casó homosexuales mientras su partido llevaba la ley al Tribunal Constitucional) y "derechizar" sus posiciones políticas...
Érase, y ese es, Alberto Ruiz Gallardón. O quizá lo que se ha escrito y dicho de él. Porque, en realidad, el "verso suelto" del PP, que ya no rima ni dentro ni fuera de su partido, siempre estuvo escorado a la derecha, aunque coqueteara con la izquierda, pero fue un buen actor. Frío, calculador, sin escrúpulos... y sin un sólo amigo en política. A todos cuantos ha tenido a su lado los dejó tirados en la cuneta. La lista es interminable. Y por eso hoy, quizá, afronta el nuevo curso con un desgaste político sin precedentes y sin nadie dispuesto a dar la cara por él. Todo por ponerse al frente de la manifestación de una ley del aborto innecesaria y regresiva que alejaría a España de Europa en materia de interrupción voluntaria del embarazo. Un texto que, salvo en los sectores más "ultras", nunca contó con el visto bueno del PP y mucho menos con la aprobación de la sociedad.
Tras varios meses de titubeos, el Gobierno -a quien corresponde, no obstante, la paternidad de la ley- ha decidido ahora desautorizar a su ministro de Justicia y "aparcar" la reforma "sine die", pese a que Gallardón garantizó públicamente en julio que saldría del Consejo de Ministros antes de que acabara el verano. La próxima reunión del Gabinete de Rajoy será ya en otoño y, consciente de su derrota, el que fuera alcalde de Madrid pena por las esquinas de La Moncloa y amaga con la dimisión.
Su imagen queda tocada; su futuro, en el aire. Y en el PP hacen todo tipo de apuestas, casi todas fijas al "NO", sabiendo que no es la primera vez que Gallardón se enfurruña y amaga con la dimisión para luego seguir. Su biografía política está llena de órdagos perdidos y palabras que se llevó el viento. Cuenta la leyenda que hasta Esperanza Aguirre, una de sus grandes "enemigas íntimas" en el PP, lleva anotados en un cuaderno sus anuncios de retirada no cumplidos.
"He sido derrotado, pero no vencido", dijo cuando en 2004 se vio obligado a retirar la candidatura de su entonces mano derecha y hoy olvidado, Manuel Cobo, para disputar el poder del PP en Madrid a Esperanza Aguirre. La dirección nacional tomó cartas en el asunto de aquella guerra cainita entre compañeros de partido y el entonces alcalde, tras perder el pulso, entró en introspección y amenazó con su retirada.
"Mariano, tú has tomado tu decisión y yo la mía. Después del 9 de marzo, dejaré la política". Fueron las palabras con las que Gallardón respondió a la decisión de Rajoy de no incluir en 2008 su nombre ni el de Esperanza Aguirre en las listas de Madrid al Congreso de los Diputados, a pesar de que los dos habían pujado por ello.
Hay más ejemplos que incluso se remontan a la primera legislatura de Aznar, cuando el ex presidente del Gobierno y el ex alcalde de Madrid apenas cruzaban palabra y se despellejaban por los cenáculos de la capital. Y es que Gallardón, que hoy sólo suma el apoyo de los algunos sectores ultraconservadores por su ultramontana reforma del aborto, ya no es sólo un dirigente del PP repudiado en público y privado por los "aguirristas" con quienes siempre vivió un enfrentamiento abierto. Con razón o sin ella, se le atribuye una posición tibia en la defensa de Rajoy por el "caso Bárcenas"; una absoluta incapacidad para adaptarse a un Consejo de Ministros en el que él es uno más y no el jefe al que todos bailan el agua; una retahíla de traiciones... Pues eso. Que Gallardón no tiene quien le quiera... y tampoco quien le escriba. Como en la novela de García Márquez El coronel no tiene quien le escriba, su cara de los últimos días refleja el sentimiento de desasosiego ante la espera. Aún sabiendo que la espera, esta vez, traerá su defunción definitiva en la política.