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Movilindignación

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Esta sociedad está anestesiada y ya no es posible "tomar el Palacio de Invierno". Esta frase lapidaria para la izquierda proviene, precisamente, de la propia izquierda. Pero tal aseveración, tan depresiva como deprimente, ¿se ajusta a la realidad o más bien es la izquierda la que está soñando con "ovejas eléctricas", rojas, de la mano de Philip K. Dick? Sin duda, la tendencia a la melancolía ha sido una seña de identidad de las ideologías progresistas que, de tanto revisar la Historia para encaminar el futuro, han terminado por abominar del pasado para explicar el fracaso de su presente. Es más, si pudiéramos establecer un cociente revolucionario éste crecería exponencialmente en la misma medida en que se incrementa la capacidad de repudiar la Historia como causa última de la incomodidad con la realidad inmediata. En España la llamada Transición y la Constitución de 1978, con sus cesiones y concesiones, han sido y siguen siendo el blanco fácil de quienes achacan los barros actuales a esa etapa convulsa de polvareda e inestabilidad democrática que contuvo tanto diálogo como virulencia. Sin duda es el momento de revisar, actualizar, transformar y cambiar todo lo que decidamos entre todas y todos democráticamente. Faltaría más. La Historia pasa y pesa, pero no pisa la realidad porque, precisamente, para eso es ya Historia.

De ahí que la evolución de los comportamientos sociales en la Historia reciente de nuestra democracia sea parte no sólo de la propia Historia cronológica, sino del proceso de cambio psicológico que se ha ido produciendo a lo largo de nuestro crecimiento, ya sea individual, cultural y también social. Las grandes movilizaciones en los albores de la democracia en favor de las libertades, la autonomía y la amnistía dieron paso a multitudinarios actos electorales hoy inimaginables. La defensa de la democracia frente al golpismo, la oposición a la OTAN y la demanda de paz frente a la violencia del terrorismo fueron hitos de movilización clásica en nuestro proceso de madurez democrática. Entretanto la fuerza de los sindicatos de clase se había manifestado con éxito en la huelga general de 1988. Llegaron más tarde las manifestaciones masivas contra nuestra participación en la guerra de Iraq y las urnas echaron a Aznar de la Moncloa tras sus mentiras del 11-M. A partir de ahí, la depresión económica, y psicológica, que recorrió la última etapa de Zapatero puso en bandeja de Bárcenas al PP el poder en la mayoría de instituciones y territorios del Estado. Y la izquierda languideció. Sólo hay un estado psicológico peor que la depresión, la frustración. Y los progresistas se consideraban derrotados por su propia incomparecencia. En este marasmo de melancolía y derrota, sin capacidad de movilización, surgió el 15 M como un grito de rabia silencioso en pleno psicodrama de la izquierda. No hubo respuesta, pero las preguntas seguían avanzando como una epidemia de movilización contenida. En las elecciones europeas de este año la epidemia ya se había convertido en pandemia.

En este sentido, la psicología individual nos ayuda a entender el comportamiento de la sociedad y, de forma complementaria, el análisis de las respuestas de los grupos humanos que estudia la psicología social, nos aporta soluciones muy válidas para explicar el funcionamiento individual de los sujetos. La indignación motivadora muestra en pleno siglo XXI la misma fuerza movilizadora que vieron las calles de finales del siglo XX. La misma y tan diferente. Tan distinta y con la misma fuerza o superior. Entre la movilización que hemos conocido y la que vivimos, hay tantas semejanzas como diferencias. Pero su capacidad y contundencia siguen haciendo temblar los cimientos del poder. Entonces fueron las manifestaciones callejeras. Hoy esa movilización plena de indignación bulle más en las mentes que en las calles. Pero también llena las urnas. Por eso quizás sea más apropiado hablar hoy de un nuevo concepto como la "movildignación" ciudadana. Un término que resume toda la fuerza de la movilización, todo el contenido de la indignación y toda la fluidez que hoy ofrece la Red en la que se difunde y propaga.

Nuevos conceptos para nuevos tiempos. Ni mejores ni peores. Diferentes. Los que tocan hoy. Los que entre todas y todos hemos construido en cada peldaño de la Historia. Una Historia para mirar, entender y aprender. No para añorarla ni repudiarla. Acercarse a la Historia con sentimientos puede ser tan engañoso como hacerlo con la convicción de que al final se adaptará a nuestro pensamiento. La Historia ayuda forjar nuestras ideas, pero éstas no son las que construyen la Historia, sino que sólo la recorren. Admiremos el cuadro que tenemos ante nuestros ojos y no pintemos o tapemos sus bellezas ni sus vergüenzas. La Historia ya las tiene gracias a sus protagonistas. Somos nosotros.

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