Este artículo también está disponible en catalán
Entre los fastos y las carantoñas que la prensa dedica a la nueva edición del diccionario normativo castellano (la vigésimo tercera), llama la atención el titular de una portada de EL PAÍS del 17 de octubre: «Dron, wifi, 'hacker' y tuit ya son palabras». ¿Qué debían ser antes, pues? Que una de ellas vaya entre comillas simples no quiere decir que sea una palabra menos (o más) igual que otra, significa que la Academia la considera «Voz ingl.» y no proveniente «Del ingl.» como las otras tres.
El titular incidía en un tópico muy extendido que dice que si una palabra no aparece en el diccionario, no es tan palabra, no es tan «buena», incluso hay quien afirma que no es correcta o que no existe; como si un diccionario pudiera abarcar la infinidad de palabras que conforman una lengua. El titular induce a pensar que la inclusión o no dentro de un diccionario hace que una palabra sea de primera o de segunda. Tópico emparentado con aquel otro que divide y clasifica los idiomas entre lenguas y dialectos. Falso, definitivamente falso: no hay lengua que no se concrete en dialectos y no hay dialectos que no formen parte de una lengua, que no la conformen.
En páginas interiores, el artículo incidía en diferentes aspectos de la génesis del diccionario. Llama la atención la siguiente frase: «No faltará quien quiera patalear en chats al ver que no se han incluido más términos como feminicidio», y no porque use tres términos hasta ahora no incluidos, sino porque relaciona «patalear» con las feministas, puesto que fueron quienes reivindicaron la inclusión de palabras como «feminicidio».
Vamos, pues, de un tópico a otro. Hay un buen número de lingüistas que han puesto de manifiesto los sesgos ideológicos -entre ellos el sexismo- de los diccionarios. Por citar sólo tres, no me imagino a la doctora Mercedes Bengoechea, tan flemática y british ella, o a las catedráticas de Lleida y Tarragona, María Ángeles Calero y Esther Forgas, tan contenidas y mesuradas, haciendo una acción tan fea, intempestiva y violenta con las piernas. Más bien las veo hablando desde la ciencia y el rigor (de hecho, a las dos últimas y a servidora, la Real Academia nos contrató para que revisáramos los sesgos ideológicos de cara a la penúltima edición, la de 2001. Mucha faena para tan poco provecho).
Y la paciencia. La misma que me hizo denunciar con calma y persistencia definiciones como -vayamos al caso ya- la de «huérfano, na. 1. adj. Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre». En esta edición, por fin se ha acortado y ya no consta la injustificable e impertinente coletilla: «especialmente el padre». Me gustaría poderlo vivir como una victoria colectiva (y personal), pero me cuesta, porque esta supresión se habría podido realizar ya en la penúltima edición, la del 2001, pero decidieron que no, incluso tacharon de pataleta y de insensatez supresiones como ésta. Trece años de larga espera.
Cuesta. Porque se han limitado a maquillar groseramente definiciones inaceptables desde el punto de vista del contenido. Y si bien es cierto que se equiparan formalmente las definiciones de madre («f. 1. Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su propia especie») y padre («m. 1. Varón o animal macho que ha engendrado a otro ser de su propia especie») -es decir, en la de madre ya no se mezcla en un mismo grupo a mujeres y bestias («Hembra que ha parido»), cosa que no se hacía para la definición paralela, puesto que se distinguía escrupulosamente entre hombres y animales («Varón o macho que ha engendrado»)-, también es cierto que, desde el punto de vista del contenido, la Real sigue pensando que no es necesario mencionar en la definición de madre que las mujeres que paren, antes engendran o procrean y gestan.
En otros ámbitos hay definiciones paralelas de forma y contenido francamente desiguales. Por ejemplo, en españolidad dice: «f. 1. Cualidad de español. 2. Carácter genuinamente español» y en catalanidad, «f. Cualidad o carácter de lo que es catalán». ¿Por qué la primera tiene dos acepciones y en la segunda se han fundido en una? ¿Es necesario el adjetivo «genuinamente» en la primera?, ¿sería igual de pertinente en la segunda? ¿Por qué la primera acepción de la segunda no es simplemente «Cualidad de catalán»?
La primera de catalanismo es «Palabra, locución, giro, etc. peculiar o procedente del catalán»; la primera de españolismo es «Cualidad o condición de español». ¿Con que intención u objetivo se omite en la primera «Cualidad o condición de catalán»?
Entre los fastos y las carantoñas que la prensa dedica a la nueva edición del diccionario normativo castellano (la vigésimo tercera), llama la atención el titular de una portada de EL PAÍS del 17 de octubre: «Dron, wifi, 'hacker' y tuit ya son palabras». ¿Qué debían ser antes, pues? Que una de ellas vaya entre comillas simples no quiere decir que sea una palabra menos (o más) igual que otra, significa que la Academia la considera «Voz ingl.» y no proveniente «Del ingl.» como las otras tres.
El titular incidía en un tópico muy extendido que dice que si una palabra no aparece en el diccionario, no es tan palabra, no es tan «buena», incluso hay quien afirma que no es correcta o que no existe; como si un diccionario pudiera abarcar la infinidad de palabras que conforman una lengua. El titular induce a pensar que la inclusión o no dentro de un diccionario hace que una palabra sea de primera o de segunda. Tópico emparentado con aquel otro que divide y clasifica los idiomas entre lenguas y dialectos. Falso, definitivamente falso: no hay lengua que no se concrete en dialectos y no hay dialectos que no formen parte de una lengua, que no la conformen.
En páginas interiores, el artículo incidía en diferentes aspectos de la génesis del diccionario. Llama la atención la siguiente frase: «No faltará quien quiera patalear en chats al ver que no se han incluido más términos como feminicidio», y no porque use tres términos hasta ahora no incluidos, sino porque relaciona «patalear» con las feministas, puesto que fueron quienes reivindicaron la inclusión de palabras como «feminicidio».
Vamos, pues, de un tópico a otro. Hay un buen número de lingüistas que han puesto de manifiesto los sesgos ideológicos -entre ellos el sexismo- de los diccionarios. Por citar sólo tres, no me imagino a la doctora Mercedes Bengoechea, tan flemática y british ella, o a las catedráticas de Lleida y Tarragona, María Ángeles Calero y Esther Forgas, tan contenidas y mesuradas, haciendo una acción tan fea, intempestiva y violenta con las piernas. Más bien las veo hablando desde la ciencia y el rigor (de hecho, a las dos últimas y a servidora, la Real Academia nos contrató para que revisáramos los sesgos ideológicos de cara a la penúltima edición, la de 2001. Mucha faena para tan poco provecho).
Y la paciencia. La misma que me hizo denunciar con calma y persistencia definiciones como -vayamos al caso ya- la de «huérfano, na. 1. adj. Dicho de una persona de menor edad: A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre». En esta edición, por fin se ha acortado y ya no consta la injustificable e impertinente coletilla: «especialmente el padre». Me gustaría poderlo vivir como una victoria colectiva (y personal), pero me cuesta, porque esta supresión se habría podido realizar ya en la penúltima edición, la del 2001, pero decidieron que no, incluso tacharon de pataleta y de insensatez supresiones como ésta. Trece años de larga espera.
Cuesta. Porque se han limitado a maquillar groseramente definiciones inaceptables desde el punto de vista del contenido. Y si bien es cierto que se equiparan formalmente las definiciones de madre («f. 1. Mujer o animal hembra que ha parido a otro ser de su propia especie») y padre («m. 1. Varón o animal macho que ha engendrado a otro ser de su propia especie») -es decir, en la de madre ya no se mezcla en un mismo grupo a mujeres y bestias («Hembra que ha parido»), cosa que no se hacía para la definición paralela, puesto que se distinguía escrupulosamente entre hombres y animales («Varón o macho que ha engendrado»)-, también es cierto que, desde el punto de vista del contenido, la Real sigue pensando que no es necesario mencionar en la definición de madre que las mujeres que paren, antes engendran o procrean y gestan.
En otros ámbitos hay definiciones paralelas de forma y contenido francamente desiguales. Por ejemplo, en españolidad dice: «f. 1. Cualidad de español. 2. Carácter genuinamente español» y en catalanidad, «f. Cualidad o carácter de lo que es catalán». ¿Por qué la primera tiene dos acepciones y en la segunda se han fundido en una? ¿Es necesario el adjetivo «genuinamente» en la primera?, ¿sería igual de pertinente en la segunda? ¿Por qué la primera acepción de la segunda no es simplemente «Cualidad de catalán»?
La primera de catalanismo es «Palabra, locución, giro, etc. peculiar o procedente del catalán»; la primera de españolismo es «Cualidad o condición de español». ¿Con que intención u objetivo se omite en la primera «Cualidad o condición de catalán»?